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jueves, 19 de mayo de 2011

Juicio Divino

Por: David Brooks

De repente pasa una fila de unas 25 personas caminando por Broadway, en Nueva York, con las mismas camisetas, una pancarta cada quien, y van distribuyendo volantes con el anuncio de que el mundo se acabará el próximo 21 de mayo con un sismo mundial y con ello amanecerá el Día del Juicio Final advertido en la Biblia (por lo menos, en su versión en inglés).

Aparentemente, no es suficiente el cambio climático ni las plantas nucleares seguras (como las de Japón), ni las guerras, y todo lo demás que es de autoría humana, y en particular, la promovida por una microscópica parte de la humanidad (las cúpulas económicas y políticas) para sacudir el planeta a nombre de ganancias (perdón, desarrollo), sino que un ser divino aparentemente se hartó y ha decidido destruir toda su creación con un gran temblor.

Entre las señales que esta agrupación religiosa cita como evidencia del final se encuentran la “degradación completa de la Iglesia cristiana, la degradación moral devastadora de la sociedad, el restablecimiento de la nación de Israel en 1948, el surgimiento del ‘movimiento de orgullo gay’, y el rechazo completo de la Biblia en toda la sociedad…” Otras organizaciones fundamentalistas también citan estas cosas, junto al aborto, el movimiento de liberación de las mujeres y otras barbaridades.

Seguro se les olvidó el pronóstico bíblico sobre la crisis del sistema financiero internacional (al parecer, si uno recuerda bien, se hablaba de sacar a los especuladores del templo, ¿no?). No sólo el que detonó la crisis económica, sino el del ataque sexual contra una recamarera por el director del Fondo Monetario Internacional este fin de semana. ¿Tal vez eso es la seña final para provocar ese temblor tan esperado?

Quién sabe si atinarán en eso de que el mundo se acabará en menos de una semana (tal vez valdrá la pena buscar una entrevista con ellos el 22 o 23 de mayo para que nos expliquen, si aún estamos aquí, por qué), pero sí tienen cierta razón en su diagnóstico. Lo deben saber porque sus propios fieles son los responsables del temblor.

Entre tantos ejemplos –reverendos y políticos electos conservadores que fueron infieles a lo que llaman la santidad de la familia y el matrimonio, los que tuvieron relaciones homosexuales mientras condenaban a los gays, los que pervirtieron a menores de edad, los que proclaman sagradas las guerras, los que atacan a inmigrantes y más por motivos cristianos–, se suma otro que regresó al escenario esta semana. El senador John Ensign, integrante de un grupo conservador cristiano en Washington pro valores familiares, renunció a su puesto la semana pasada justo para evitar tener que someterse a un juicio final por violaciones éticas, lo que seguramente habría concluido con su expulsión de la cámara alta –si no del paraíso– por violaciones del código de ética (habría sido el primero en sufrir esas consecuencias desde 1862).

El comité de ética del Senado emitió un informe que acusa a Ensign de violar varias leyes federales al intentar encubrir un escándalo sexual, incluyendo declaraciones falsas, violaciones a las leyes de financiamiento electoral y obstrucción de la investigación del Senado sobre sus acciones. Lo que Ensign intentaba encubrir era su relación extramarital con la esposa de su mejor amigo y asesor legislativo de su oficina. Después, para encubrir, presionó para conseguir un empleo al amigo y ayudarlo a violar reglas de ética sobre cabildeo de otros legisladores, y todo estalló cuando otros colegas, para evitar mancharse de lodo, revelaron los hechos y se inició la investigación. Las acusaciones ahora han sido enviadas al Departamento de Justicia para proceder con una investigación criminal al ahora ex senador, quien no hace tanto se perfilaba como un potencial candidato presidencial republicano.

Con el deterioro moral, violaciones de mandamientos bíblicos y más encabezado por líderes cristianos conservadores y sus fieles políticos, hay otro fenómeno que tal vez parece el fin del mundo para ellos: la preferencia religiosa de mayor crecimiento en Estados Unidos es la no religiosa. Un 15 por ciento de estadunidenses se definen como agnósticos, ateos o no religiosos, y esa tendencia crece cada vez más, especialmente entre los jóvenes.

Estados Unidos sigue siendo el más religioso del mundo avanzado, y continúa declarándose como una nación seleccionada por Dios para liderar el mundo. El presidente y casi todo político concluyen cada discurso oficial con “Dios bendiga a America” y cada billete de dólar dice: En Dios confiamos. La cúpula política participa en el Día Nacional de Oración cada año en Washington y, aunque un tribunal federal distrital lo había declarado inconstitucional, en abril de este año un tribunal federal de apelaciones desechó ese fallo. Según el Centro de Investigación Pew, en la encuesta más amplia sobre actitudes religiosas, realizada en 2007, casi uno de cada seis adultos en Estados Unidos dice que reza por lo menos una vez al día. La misma encuesta revela que 92 por ciento de los estadunidenses cree en Dios o en un espíritu universal (incluyendo uno de cada cinco ateos).

Sin embargo, cada vez hay más personas que dudan de todo esto en este país, empezando por los jóvenes. Uno de cada cuatro adultos menores de 30 años de edad dice no estar afiliado a ninguna fe, y se define ateo, agnóstico o sin ninguna preferencia religiosa, según el Pew. En total, más de 15 por ciento de los estadunidenses se definen así, y este sector ha mostrado incrementos en todas las regiones del país.

Con ellos hay una amplia y gloriosa tradición de religiosos rebeldes –tal vez el más conocido es el reverendo Martín Luther King Jr., pero hay muchos más– que siguen hablando desde donde dicen que Cristo vio el mundo, desde abajo y con los de abajo. Y el mensaje de ellos no es el fin, sino que es posible y necesario otro mundo donde la fe no oculta ni justifica, ni es escudo para la hipocresía, el poder y las guerras, sino revela esta visión.

Por lo tanto, la gran encuesta del Pew ofrece un poco de esperanza: 80 por ciento de estadunidenses cree en los milagros. Se necesita uno para anunciar no el fin, sino el principio de otro mundo (y otro Estados Unidos).

(vía jornada.unam.mx)

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