Páginas

miércoles, 11 de mayo de 2011

Lo difícil de ser ateo

Ser ateo es tremendamente difícil. La religiosidad parte sobre todo de la necesidad humana de buscar causas simples a problemas complejos y a ser posible darles un nombre y un apellido, personalizarlas en un dios o un diablo. Ser ateo consiste en quedarse fascinado por la complejidad de las cosas y encontrar su belleza en la multiplicidad de causas y, si queremos, en su misterio. Ser ateo puede ser parecido a ser panteísta (los extremos se unen), aunque también puede no serlo. Para ser ateo hay que buscar en cada ocasión una causa o, a ser posible, varias, unidas por bucles infinitos, complicados de desenmascarar y a menudo indescifrables, al menos hasta que llegue un genio que nos los desvele. Para ser religioso es suficiente con encontrar siempre la misma causa.

Lo estamos viendo en nuestros tiempos. Aunque la gente cada vez se adscribe menos a una religión establecida, a un patrón de creencias, muy a menudo necesita de la causa simple y, por eso, desde dentro del ateísmo o de la irreligiosidad, brota al final el dios o el diablo. Véase con la crisis:

La derecha ha hallado a su diablo en Zapatero, causante de los cinco millones de parados, y los que vengan. Rajoy y compañía hacen bien en simplificar, porque tocan resortes íntimos en la necesidad de hallar un cabeza de turco, señalable, identificable. Pero esta crisis es mucho más complicada y deriva de una multitud de causas, muchas de las cuales quedan fuera de nuestras fronteras. Zapatero es sólo una de ellas, y yo creo que no la más importante. Quien lo señale con el dedo es religioso y, quien no, tal vez pueda ser ateo.

La izquierda en cambio hemos hallado la causa en los bancos, en sus ejecutivos y en sus turbios manejos, y en la desregulación liberal que se lo permitió. Yo mismo llevo años quedándome tranquilo con esta explicación, que no se diferenciaba en nada de la que durante siglos ha llevado a cabo la Humanidad: encontrar un culpable o al menos un responsable. Pero de repente un día me levanté con la verdad enfrente, quitándome los sueños o las pesadillas de encima de mi cabeza, a manotazos, como las moscas: si los bancos o sus ejecutivos idearon las hipotecas basura y engañaron a todo el que se les puso por delante fue porque necesitaban seguir ampliando sus clientes para mantener el crecimiento de sus balances, porque el ciclo de ganancias se acababa. Cuando los ricos y las clases medias no podían endeudarse más, buscaron a los insolventes, porque ya no quedaban otros a los que sacar unos pocos céntimos, y con más regulación hubieran encontrado la manera de sortearla como fuera. Los supuestos delincuentes que dirigieron e inventaron estos artefactos financieros no fueron los causantes de la debacle, lo fue un sujeto anónimo que se llama sistema que no daba más de sí y que buscaba agua en el desierto.

O sea, que la culpa la tiene el sistema, o el capitalismo, con sus crisis cíclicas, de las que se han escrito cientos de libros y todavía nadie entiende. Lo cual es como echar la culpa al ecosistema, al mundo, a la naturaleza. Y esta explicación sí es atea y, por tanto, científica, impersonal, compleja, panteísta o sistémica.

¿Lo queremos cambiar? ¿Queremos sustituir nuestra actual biosfera por otra que no conocemos? Yo, por ahora, lo confieso, me quedo con la que tengo, aunque se me ocurran mil formas de mejorarla y aunque de vez en cuando toque joderse. ¡Qué difícil es ser ateo!

(vía ymalaga.com

No hay comentarios: