Páginas

jueves, 21 de julio de 2011

Bendito el 20%

“Dios no existe, por tanto, los milagros tampoco” … señala el texto del lienzo desplegado en el autobús que transporta a los jugadores del Real Madrid en el estadio …

Esto lo vi en la pasada en una de las cadenas españolas de televisión por cable. Como no entendí a qué se referían, busqué la información en Internet y pude saber que la curiosa reflexión perseguía amedrentar a los rivales deportivos del Real Madrid, valiéndose para ello de la polémica y del despliegue informativo que generó la campaña iniciada por la British Humanist Association en Gran Bretaña para difundir el pensamiento humanista.

En España, la Unión de Ateos y Librepensadores, imitando a sus pares británicos, inició a nivel nacional una campaña publicitaria consistente en la exhibición de vistosos rótulos insertados en las carrocerías de autobuses urbanos. El texto de estos anuncios es el siguiente: “Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte y vive la vida”

A partir del casual conocimiento de dicha información y del seguimiento que he realizado, he experimentado una gran satisfacción personal al descubrir, tardíamente por cierto, que no estoy tan solo ni soy tan extraño … lo que a pensamiento filosófico se refiere.

Es decir, crecí en un bello barrio de Santiago de Chile, a dos cuadras de la “Parroquia San Pedro” que en la década de los 50 era sólo una pequeña capilla a cargo del padre Demetrio, un cura de los de antes. Junto a mis hermanos, primos y amigos jugábamos eternamente en la plaza vecina a la parroquia, viviendo increíbles aventuras, muchas de ellas relacionadas con esta iglesia. Mi abuela, que vivía también en el barrio, era católica devota y amiga del Padre Demetrio, por lo que el cura tenía especial deferencia y cariño conmigo y con mis hermanos. Esto se traducía en ser el elegido para interpretar algún personaje integrante del Belén Viviente o por ser el portador de un pesado cirio en las procesiones que por entonces se realizaban.

Aunque mis pocos años, estas vivencias no ejercían influencia “espiritual” en mi persona y las disfrutaba lo mismo que cualquier otra actividad recreativa. Luego vinieron las clases de catecismo que nos prepararían para recibir la Primera Comunión. Yo no entendía porque mis amigos y primos experimentaban tan terrible cambio en sus personalidades a consecuencia de estas clases. Todo era pecado, ya no hablábamos de temas de “grandes”, no querían ir a robar membrillos de la arboleda del “Hogar Español” ni espiar para la cerradura de la puerta a las empleadas domésticas cuando estaban descansando en sus habitaciones. Sólo hablaban de Dios, que si esto o lo otro era pecado y que había que confesarse y hacer penitencias para volver a estar libre de culpa. Yo sentía verdadero miedo al imaginar que, con la idea de ser “perdonado”, alguno de mis amigos o primos se fuera a ir de la lengua y le explicara al Padre Demetrio una de nuestras “fechorías” pasadas. El miedo, obviamente, no era para recibir el castigo divino, lo que al parecer yo era el único en no creer posible, si no, porque al enterarse el Padre Demetrio, con seguridad se enterarían mi abuela y mi madre. .. y en este castigo yo sí creía. En fin, la consecuencia más importante de estas clases de catecismo fue que me enamoré perdidamente de la profesora que las impartía y por eso no falté a casi ninguna. Recuerdo que en el día anterior a nuestra Primera Comunión, había confesarse y la obligación era mantenerse en ayunas y “libre” de todo pecado hasta el día siguiente para poder recibir la comunión. Mi mayor preocupación era no cometer en este lapso ningún pecado que pudiera ser visto o descubierto, cosa bastante difícil, según recuerdo, ya que pocas cosas entretenidas no eran pecaminosas. Si pecaba, no podría comulgar y me perdería un desayuno con chocolate caliente y churros que nos esperaba después de la ceremonia y este era mi verdadero interés en el asunto.

Después del gran acontecimiento religioso, la vida se volvió más aburrida que nunca ya que los amigos perdieron todo interés por las entretención mundanas y se lo pasaban metidos en la parroquia. Fue aquí donde empecé a darle importancia a Dios, debido a que estaba influyendo seriamente en mi vida. Mi reacción fue cuestionar su existencia, pero de forma privada. Por la noche antes de dormirme, un poco asustado, el desafiaba a demostrarme que él estaba allí y allí y en todas partes, como nos enseñó nuestra hermosa profesora. En estos años también enseñaba la existencia del diablo y he de confesar que este personaje me producía aún más interés. Saber si realmente existía era importante, ya que en este caso, sería más fácil justificar mis pecadillos porque hubiera sido este individuo lo que me hacía caer en tentación. Desafortunadamente no tuve respuesta de ninguno de los dos lados y concluir pronto que, al igual que Santa Claus, ambos eran personajes de ficción y no tendría nunca la oportunidad de tenerlos frente a frente.

También aprendí rápidamente que los adultos no les gustaba que un mocoso cuestionara la existencia de Dios, de modo que normalmente yo no provocaba la discusión del tema, pero si alguien lo hacía, aprovechaba para exponer mis conclusiones y mis puntos de vista. Casi siempre acababa derrotado en la discusión ya que mis interlocutores adultos esgrimían profundos conocimientos de teología, filosofía o historia antigua, disciplinas lejanas a los intereses de mi edad. Para colmo, al poco tiempo Chile entró en un periodo político en el que la religión tenía importancia fundamental. La Democracia Cristiana, apegada al clero ya la comunidad católica, se disputaba el poder con Salvador Allende, líder de la izquierda atea y marxista. No eran tiempos para cuestionar la existencia de Dios, porque automáticamente pasabas a ser un comunista recalcitrante y eso dañaba la imagen y los valores de tu familia y de su posición social. Así que calladito, más bonito … Como no pegaba ser de derechas y ateo, no discutir mucho sobre el tema cuando era joven, pero seguía firmemente con mis convicciones a pesar de no tener una base académica al respecto, sólo contaba con mi lógica. Lo que más me molestaba en las esporádicas discusiones, era la aseveración sin restricciones de mis contertulios referente a que “en el fondo yo sí creía en Dios, porque de otro modo no podría ser la persona más o menos buena que ellos veían en mí “y más adivinaban” que cuando yo estuviera en verdadero peligro oa punto de morir, no me quedaría más remedio que llamar a Dios “Es decir, no se puede ser” bueno “sin creer en Dios y si le tienes miedo a la muerte, es porque crees en él. En otras palabras, todos los que no creen en Dios son malos y los que no temen morir, son ateos. Siendo aún muy joven, salí de este Chile en blanco y negro donde no se podía ser ateo si pertenecías a ciertos grupos social y / o político. Mi destino fue España y descubrí con cierta desilusión que en este aspecto, los españoles de entonces (década de los 70) eran más extremistas que los chilenos. La Iglesia Católica era omnipotente y nadie discutía su doctrina, a menos que fueras un “rojo” mata curas. Franco y su familia, al igual que los miembros del gobierno, las autoridades políticas y militares y la sociedad en general, eran profundamente religiosos y cualquiera que se atreviera a poner en duda la existencia de Dios, se estaría metiendo en serios problemas . No sería yo, un joven emigrante agradecido de la cariñosa y hospitalaria acogida que me brindaban estos decentes españoles, hoy queridos compatriotas, lo que cuestionaría sus creencias, costumbres y tradiciones. Comprobé que sin la necesidad de “creer”, también podía disfrutar de las magníficas procesiones de Corpus Cristi por las calles de Las Palmas de Gran Canaria, del espectáculo del Botafumeiro en la catedral de Santiago de Compostela o de la Semana Santa en Sevilla . Después de vivir muchos años en España donde se criaron mis hijos, por cierto, con pleno conocimiento de mi forma de pensar respecto a las religiones, pero con la libertad absoluta para llegar a sus propias conclusiones, volví a Chile y volví a encontrar este rechazo generalizado a todo lo que huela a ateo o librepensador. Es más, había florecido una corriente deseosa de canonizar todo personaje destacado en el ámbito religioso, por local que fuera, como una competencia a ver quién conseguía más santos … y algo curioso, muchas amigas se apuntaban a cursos de teología católica con la intención de dedicarse a la enseñanza ya la difusión del catolicismo. Escuché historias sorprendentes vividas por amigos y conocidos durante la visita del Papa Juan Pablo II en Chile, como asegurar que lo vieron levitar mientras oraba en una pequeña capilla o como se podía apreciar claramente una aureola brillante alrededor de su persona. .. No puedo separar la idea de religión igual a superstición y cuando personas que considero cultas e inteligentes demuestran una total subordinación y devoción que hace a la religión, me produce una sensación de falta de libertad intelectual en su persona. Por supuesto, no me creo más inteligente y mucho menos con más cultura o conocimientos que las personas religiosas o “creyentes”, pero me intriga el hecho de que algo tan claro y simple como la tremenda improbabilidad de la existencia de dioses, seres superiores, divinidades, demonios, extraterrestres, fantasmas, etc., y dado el caudal de conocimientos e información científica existente en nuestros días, siga habiendo tantas personas que aceptan estas creencias sin cuestionarse siquiera. Mi conclusión es que a las personas les gusta creer y fuerzan algo que debería ser un sentimiento, creer o no creer, convirtiéndolo en algo normativo, obligado. Hay que creer. Mal me fue a Chile, donde nunca pude dar curso a mis argumentos sin estrelló contra el sólido muro de la fe, pero peor aún lo tengo ahora residiendo hace ya 5 años en este encantador país llamado Costa Rica y donde se llevan la palma en religiosidad. Aquí todo pasa por obra divina o porque así lo quiere Dios. Es curioso observar que en Costa Rica se produce el mayor porcentaje de milagros por habitante de todo el mundo. Si hay un terremoto y mueren 40 personas para que se desprendió parte de la colina donde estaban sus viviendas, las que sobrevivieron porque sus casas no llegaron a caer al abismo, pero igualmente fueron destruidas, aseguran que se producir un milagro de Dios al detener el derrumbe en este punto. Si una madre muere atropellada junto a uno de sus hijos al intentar cruzar una calle, pero el otro pequeño sobrevive, aunque está en estado grave, también es un milagro de Dios, ya que permitió con su misericordia que este niño se salvara, y si muere el par de días por la gravedad de las lesiones, Dios quiso que no quedara solo y lo llevó junto a su madre y hermano.

Las expresiones “Si Dios quiere …”,” Si Dios lo permite … “Gracias a Dios …”,” Por …”, “Espero en Dios …”, Que Dios lo bendiga … “, etc., están presentes miles de veces en toda conversación cotidiana, en la televisión y la prensa escrita. Las autoridades y los personajes públicos hacen uso y abuso de estas expresiones como intentando dejar bien en claro que son fervientes devotos de la Santa Iglesia Católica. No me imagino un político costarricense con ambiciones electoralistas declarándose agnóstico, ateo, librepensador o algo parecido. Sería su funeral político y en la Costa Rica de hoy, no tendría posibilidad de redhibición.

A raíz del lanzamiento de la campaña “Bus Ateo” en Barcelona, ​​el diario La Nación, el más prestigioso y de mayor tirada en Costa Rica, el día 13 de enero 2009 informó sobre el hecho bajo el siguiente titular: “Ateos españoles atacan a Dios desde autobuses” … así lo sienten ellos, y lo sienten de verdad.

Anecdóticamente, la semana pasada fue noticia importante en un noticiario de la televisión local, la flamante creación de la Comunidad de Ateos de Costa Rica. El periodista entrevistaba a un arquitecto que se autodefinía como fundador de esta comunidad y explicaba sus postulados. Hablaba sobre el derecho que los asistía de difundir el pensamiento humanista y aseguraba que en Costa Rica las leyes garantizan la libertad de cultos y respetan las creencias individuales de sus ciudadanos. En un primer instante me sentí tentado de contactar con esta organización y poder salir así de mi “aislamiento filosófico” acto impuesto por respeto a las creencias, costumbres e idiosincrasia de los nobles ciudadanos de mi nuevo país de acogida. Las ganas me pasaron de golpe al enterarse de que esta comunidad la integraban sólo 20 miembros. Concluir que sería difícil pasar desapercibido en un grupo tan pequeño y que era mejor seguir en el anonimato con respecto a mis convicciones. Después caí en cuenta que el periodista era bastante sarcástico a la hora de entrevistar al personaje y que éste estaba sentado en el césped, bajo un árbol en algún lugar anónimo. Curiosamente, tenía una manga de la camisa arremangada hasta el hombro y la otra abajo, con el puño bien botones, lo que le daba un aspecto extraño, como si le hubieran tomado la presión o aplicado una vacuna. Después de unos débiles y demasiado académicos argumentos que no me convencían ni a mí que soy ateo, se despidió y se fue caminando mientras la cámara lo seguía como si fuera un ser extraterrestre. En Costa Rica no son diferentes, sólo viven otra época respecto a estos asuntos. Aquí todavía es impensable aceptar la posibilidad de que no haya Dios. Sencillamente, estos pensamientos son diabólicos y la gente de bien no se les permite bajo ninguna circunstancia.

Algo parecido pasaba en mi España de 1973 o en mi Chile de 1960, pero estamos cambiando y seguramente también lo harán los costarricenses en el futuro.

Afortunadamente de todo esto ha salido algo positivo para mí, ya que me he obligado a documentar y he comprobado que muchísima gente inteligente se ha molestado en estudiar profundamente el pensamiento filosófico de todas las épocas para esgrimir con fundamento las razones del planteamiento humanista. Con alegría me he enterado de que los ateos o humanistas en España son aproximadamente un 20% de la población, lo que automáticamente acabó con esa sensación de soledad que sentía cuando meditaba sobre el tema de la existencia de Dios.

Me encantó leer el libro de mi “pariente” Bertrand Russell titulado “Por qué no soy cristiano” y me impresionó la cantidad de conocimientos de todas las épocas y culturas que Russell manejaba y que hacían que sus deducciones fueran tan convincentes y tan perfectamente argumentadas. Dicho esto y reconociendo la admiración que siento por estos maestros de la filosofía, no creo que sea imprescindible poseer esta inmensa cantidad de conocimientos para concluir que Dios no existe. Para mí es cosa de simple lógica, cualquier mortal (es decir, todos), aplicando los conocimientos básicos que se adquieren en la educación escolar, viendo los programas científicos de la televisión o usufructuaria de la inmensa fuente de información que es la Internet, es realmente difícil que no concluya que este tema es una ficción, la más grande jamás contada, pero ficción al fin y honestamente veo más beneficio que daño si las personas consiguen desprenderse de creencias que los mantienen serviles y se transforman en individuos realmente libres.

Bendito 20% (y seguirá aumentando …)
Jordi Russell

(vía pysnnoticias.com)

No hay comentarios: