Alfonso J. Palacios Echeverría
¿Se acuerdan Ustedes del libro Los Versos Satánicos, de Salman Rushdie, que produjo la reacción del Ayatola Jomeini, sediento de sangre, pidiendo un mártir que se encargara de asesinar al autor? ¿Recuerdan cómo reaccionó la prensa mundial, difundiendo las rabietas del Ayatola porque convenía para las acciones futuras que se tomarían en el Oriente Medio y el norte de África por parte de los Estados Unidos y la Unión Europea?
Es cierto que el libro deliberadamente ofende a los musulmanes, que ridiculiza a una religión y que viola ciertos preceptos del Corán, pero lo más importante del libro no fueron esos exabruptos, lo importante fue que el Ayatola le estaba diciendo al mundo que la nación-Estado ya no era el único actor, ni siquiera el más importante, en el escenario mundial, y catapultaba la censura religiosa desde la base de un asunto puramente interno al nivel superior de un asunto mundial.
Resultaba al menos paradójico que en un mundo que presenciaba la globalización de los medios de comunicación se abogara por la mundialización de la censura, pero no estaba diciendo nada nuevo, de hecho ésta se ha practicado durante siglos y en la actualidad se utiliza solapadamente para proteger los intereses de quienes posee alguna cuota de poder a nivel mundial o nacional.
Otras religiones, y particularmente la católica, en pasadas épocas, afirmaron un derecho similar y quemaron en la hoguera a lo que ellas consideraban herejes. Y en el presente organizaciones como el Opus Dei, con su enorme poderío económico dentro de esa misma iglesia (y podríamos decir que como iglesia paralela), se permite –por ejemplo- adquirir los derechos de una película en un país determinado, para que no se proyecte al público, pues les puede abrir los ojos sobre determinadas actuaciones propias o de la religión en general. Y la actitud de Jomeini, cruel retroceso a la era anterior al industrialismo del Siglo IXX, preconizando los derechos de la religión sobre las naciones-Estado, corría pareja con las doctrinas de los papas medievales, expresada durante siglos de sangrientos enfrentamientos Iglesia - Estado.
Como dice el ya olvidado futurólogo Alvin Toffler (que creo que ya nadie lee) ahora estamos retrocediendo de nuevo hacia un sistema global mucho más heterogéneo (en contraposición a la homogeneidad que se creó durante el siglo (XX) sólo que en un mundo rápidamente cambiante y repleto de alta tecnología, comunicaciones instantáneas, misiles nucleares y armas químicas. Es éste un inmenso salto que nos lleva hacia adelante y hacia atrás al mismo tiempo y que impulsa a la religión al centro del escenario mundial. Y al hablar de religión no nos estamos refiriendo exclusivamente al extremismo islámico.
Se trata de una turbulencia silenciosa que forma parte del cúmulo de ataques que se perpetran cotidianamente contra los supuestos seculares que sustentaron la democracia y mantuvieron la saludable separación entre la Iglesia y el Estado. Y muestra de ello son, en igualdad de condiciones: el islamismo como base política de los países musulmanes, el fundamentalismo cristiano de los gobiernos norteamericanos, y la aviesa penetración del catolicismo y de su más peligrosa arma (alentada fuertemente por Juan Pablo II) el Opus Dei, en los estamentos políticos y empresariales.
En el juego mundial que se desarrolla en pos del poder no puede comprenderse sin tener en cuenta el poder del Islam, el catolicismo y de las sectas cristianas fundamentalistas, que de alguna forma se aprovechan y en otros han colaborado en el mantenimiento de la ignorancia de los pueblos, y la introducción de elementos esotéricos en la mente de quienes no están en capacidad de comprender el presente y mucho menos el futuro, porque además ignoran el pasado.
Como señala E. González Ruiz, por ejemplo, la Iglesia Católica mantiene una enorme influencia en las leyes y en la política de las naciones latinoamericanas, lo cual a su vez es premisa para la acción de sectores derechistas que se oponen al laicismo y a las libertades individuales. A lo largo de la historia, la jerarquía católica ha actuado como una fuerza intervencionista que pretende establecer lineamientos supranacionales en los países de extracción católica.
En algunos casos, como México y Guatemala mediante un largo proceso que ha contemplado desde los acuerdos copulares hasta las alianzas con militares golpistas la jerarquía católica ha logrado eliminar leyes y costumbres políticas derivadas de las revoluciones liberales, que subrayaban la separación entre la Iglesia y el Estado.
En México, el ex presidente Carlos Salinas de Gortari, quien gobernó de 1988 al 94 en estrecha alianza con la jerarquía católica y la extrema derecha, anuló leyes que negaban personalidad jurídica a las iglesias y prohibían la intervención del clero en la educación. Empero, el apego de la sociedad mexicana a principios liberales ha impedido que posteriores gobernantes, incluso el católico Vicente Fox otorgara mayores ventajas al clero. En Guatemala, la jerarquía ha obtenido mayores concesiones apoyando a militares golpistas, desde Carlos Castillo Armas, en 1954. (Durante el cercano golpe de estado de Honduras, la iglesia católica se alineó con los golpistas, en un claro ejemplo de su acomodaticia posición de mantenerse siempre al lado del poder real). A la fecha, sólo las constituciones de México, Nicaragua y Cuba, caso sui generis en Latinoamérica, por definirse como un estado socialista, mantienen preceptos que subrayan el laicismo y excluyen invocaciones o símbolos religiosos. Cabe destacar, sin embargo, que en Nicaragua, desde la llegada al poder de Violeta Chamorro, la extrema derecha católica ha tenido una gran participación en esferas gubernamentales y se han promulgado leyes secundarias que siguen su orientación.
En otras naciones, no se ha logrado romper la inveterada presencia del clero en las instituciones políticas, económicas y militares, de tal suerte que esos Estados siguen reconociendo un carácter privilegiado a la Iglesia Católica e incluso la obligación de sostenerla.
Entre los países que establecen una relación orgánica entre el Estado y la Iglesia son Argentina y Costa Rica. La Constitución de la nación argentina, del 22 de agosto de 1994 dice en su artículo segundo: "El Gobierno Federal sostiene el culto católico, apostólico, romano", si bien artículo 14 establece la libertad de cultos. El artículo 75 de la Constitución de Costa Rica dice que "La Religión Católica, Apostólica, Romana, es la del Estado, el cual contribuye a su mantenimiento, sin impedir el libre ejercicio en la República de otros cultos que no se opongan a la moral universal ni a las buenas costumbres".
Todas las constituciones latinoamericanas reconocen la libertad de cultos, sin embargo, como se ha mencionado, varias de ellas establecen un estatus privilegiado para la Iglesia Católica, como la de Guatemala, promulgada el 31 de mayo de 1985, que contempla en su artículo 37 el reconocimiento de la personalidad jurídica de las iglesias pero otorgando un trato preferencial a la católica, cuyo reconocimiento es incondicionado, a diferencia de las otras iglesias. En lo referente a la propiedad de los bienes inmuebles, ese artículo también establece condiciones de privilegio para el clero católico.
Vimos también, durante el nefasto período de gobierno de Bush (hijo) en los Estados Unidos, cómo se invocaba el fundamentalismo cristiano para justificar algunas atrocidades de su gobierno y la agresión inmisericorde infringida hacia otros países.
En realidad, el tema es mucho más complejo de lo que aparenta. El protestantismo norteamericano puede dividirse en dos grandes ramas: una, la llamada «corriente principal», incluye denominaciones como los luteranos, metodistas, bautistas y episcopalianos. Lo que tienen en común todos ellos es que sus números han disminuido rápidamente en los últimos años y que han llegado a ser prácticamente imposibles de diferenciar en cuanto a su doctrina, hasta el punto de compartir los ministerios. Por lo general, han cedido totalmente en materias de moral familiar, en cuestiones básicas como el aborto, el divorcio, la contracepción o la homosexualidad. Juegan un papel cada vez menos importante en la política norteamericana, ya que sus supuestos valores cristianos no les diferencian en nada de sus vecinos secularistas. La segunda rama protestante son los evangélicos. Han crecido numéricamente lo que han disminuido los grupos de la «corriente principal», además de haber acogido a millones de católicos alejados de su fe; a los que huyen de las corrientes protestantes «progresistas»; a los inmigrantes hispanos procedentes del sur de la frontera; y a laicistas, captados con eficacia por sus agresivas tácticas de «venta».
Se dice que Norteamérica es una nación religiosa, aunque no nos engañemos. Es un país lleno de religiosidad y piedad, pero, por lo general, las creencias de cada uno parecen tener cada vez menos influencia sobre cómo se vive, y mucho menos sobre cómo se vota. La gente a menudo identifica su «religión» con lo que eran sus padres y con la educación recibida. Se cambian de denominación religiosa con tanta facilidad como si estuviesen eligiendo entre una Pepsi o una Coca–Cola, entre McDonald’s o Burger King.
La conclusión más terrible a la que se puede llegar cuando uno estudia la influencia de las creencias religiosas en la política y el gobierno es que todos los estudios sobre estas relaciones suelen destacar la falta de autenticidad en las interacciones sociales, su carácter puramente ritual, formal o simbólico, produciendo una duplicidad social difícil de detectar y mucho más de erradicar. Pero algo peor todavía, la penetración de las organizaciones religiosas para aprovechar el poder existente, apropiarse de parte de él, y consecuentemente de las prebendas económicas que solamente favorecen a pequeños grupos de privilegiados que lucran con su participación en cúpulas o congregaciones cerradas.
La supervivencia de estas organizaciones amuralladas requiere recurrir a la mentira socialmente aceptada, es decir, a los encubrimientos mutuos: entre gobernantes y políticos con los clérigos. Y vemos que para conservar lo que ellos consideran su dignidad o integridad no se requiere ser transparentes, sino vivir en armonía con los otros poderes y mantener un comportamiento “esperado”, por hipócrita que sea. Y así como existe la máscara impuesta por el orden instituido, la mentira puede tener la intención de mostrar la posibilidad de distorsionar la realidad, cuestionarla y falsearla sin que ello sea negativo.
El tremendo desconocimiento de estas realidades hace que, por ejemplo, se esté negociando desde hace ya bastante tiempo entre la Santa Sede y el gobierno de Costa Rica, un concordato que seguramente pretenderá atar las ya existentes y otras nuevas ventajas para la clerecía católica. De allí el secretismo con que se maneja el asunto. La historia nos enseña cómo, desde el concordato con Mussolini, ellos nunca pierden, más bien obtienen más de lo que razonablemente nadie hubiera esperado. Por algo tienen siglos de experiencia en manipulación política, de conciencias y de culturas.
En el actual gobierno liberacionista se nota claramente el juego de diversas fuerzas que en cierta forma pugnan entre sí, pero a la vez se han puesto de acuerdo para sostener lo ya insostenible: un Estado que viró hacia el más acendrado egoísmo y el abandono de los niveles más desposeídos de la sociedad. Y dos de esas fuerzas son de carácter religioso. Vemos claramente cómo se confunden en una maloliente metástasis, el catolicismo y la cabeza de playa del Opus Dei con el sionismo judío, la perversión neoliberal de la parte más cuestionable del partido, las imposiciones del gobierno norteamericano (recordemos las concesiones otorgadas a costa de nuestra soberanía) y los más poderosos intereses económicos nacionales e internacionales (que lograron imponer un TLC a fuerza de miedos y engaños, y que a la postre nada ha resultado como se ofrecía, excepto la destrucción del Estado solidario).
Y mientras tanto la ciudadanía permanece ignorante de los “cocinados” que se realizan en las altas cúpulas, porque nos ofrecen distracciones perennemente, como por ejemplo del Plan Fiscal, en el que ni los mismos liberacionistas creen, y que ha sido utilizado para “embarrar” a los de Acción Ciudadana; o temas y asuntos secundarios, o la continua queja de que no les dejan gobernar (es un cuento muy viejo como para creérselo), mientras se prostituyen los poderes envueltos en los humos del incienso religioso, que tanto gusta al pueblo y que les concede un cierto aire de respetabilidad mal entendida.
Nuestra fatal indiferencia, producto de nuestra ignorancia y de nuestros minúsculos egoísmos, nos cobrará muy caro lo que está por venir. Y de nada sirve advertir, señalar, acusar, develar lo que parece oculto, porque es tan grande la frialdad ciudadana ante lo colectivo, que todo pasa como brisas de verano.
(vía elpais.cr)
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