Si Reig Pla ofrece a los homosexuales el infierno y las clínicas donde puedan curarse de su enfermedad, el cardenal chileno Jorge Medina (el del Habemus Papam) les califica de discapacitados. La retahíla homofóbica de una parte de la jerarquía católica es tremendamente llamativa. No de toda la jerarquía. Los que arremeten contra los gays son siempre los prelados del ala más conservadora de la Iglesia, que es también la que propone clínicas para curarlos. En la línea de los electroshock del doctor Aquilino Polaino. Porque aparte de pecadores y viciosos son enfermos.
De hecho, si pinchan aquí podrán comprobar que la web del obispo de Alcalá no sólo ofrece testimonios de "gays curados" y que "han salido del infierno", sino que, además, desde ella se puede linkar a ésta otra página de la Universidad de Navarra del Opus Dei, en la que se ofrecen todo tipo de consejos y terapias para curar la homosexualidad.
Dejando de lado la eventual homofobia de algunos jerarcas por cuestiones personales, hay que tener en cuenta que la homofobia ideológica de la "derechona" eclesiástica es sumamente dañina. Por múltiples razones que estos días están exponiendo en nuestra web fieles, ex curas y curas católicos en ejercicio. En resumidas cuentas, porque faltan a la caridad, causan dolor, retratan a los mismos que defienden tesis de curación como si fuesen científicas (cuando la ciencia, la ciencia seria, no da un duro por ellas) y alejan de la Iglesia a los homosexuales y a sus familias.
Se ha conseguido, poco a poco, que los homosexuales sean considerados como personas. Con toda su dignidad. A costa de muchos sufrimientos. Tanto dentro como fuera de la Iglesia. Que se lo pregunten al carmelita Roig y a tantos otros, tirados por la propia institución en las cunetas de la vida por no ocultar su homosexualidad.
Quien más quien menos, en su familia cercana o amplia, conoce algún caso de chico o chica, que nacieron así (no se hicieron) y quieren vivir su vida y ser felices tal y como son. Sin renunciar a lo que son y a lo que sienten ser: homosexuales capaces de amar y ser amados. ¿No es ése nuestro principal mandamiento?
A los padres con un hijo homosexual les cuesta, a veces, aceptarlo. No porque crean que sea un pecador o un enfermo, sino porque saben que todavía quedan resabios de marginación y de vergüenza social. Pero lo aceptan y lo asumen, porque quieren a sus hijos más que a sus propias vidas.
Y, por eso, cuando escuchan a obispos y cardenales como Reig y como Medina, se les parte el alma y se alejan de la Iglesia para siempre. Porque ya no es su casa. Porque en ella ya no se les quiere. Porque se les manda al infierno o a las clínicas. Por mucho que, después, para reparar el escándalo, vengan otros voceros oficiales diciendo que se les respeta.
¡Cuánto dolor sembrado! ¡Y cuánta hipocresía! Porque, el clero católico está lleno de gays. Es algo que todo el mundo sabe y que todo el mundo puede comprobar. Porque la homosexualidad es algo tan constitutivo de la persona que, a duras penas, se puede ocultar.
Y porque, durante siglos, la Iglesia se convirtió (y sigue siendo) una institución refugio de gays. Cumpliendo, en ese sentido, una cierta misión liberadora. Les proporciona uan salida, aunque el precio que tengan que pagar sea el silencio total o la expulsión. Ahora, hasta quieren prohibirles el acceso al sacerdocio. Simplemente por ser gays. Aunque, como los heterosexuales, acepten el celibato y prometan castidad. Dos varas de medir. Una discriminación más.
Si no tienen entrañas de misericordia, al menos que se callen estos jerarcas talibanes, que van sembrando dolor e indignación. Y falta de caridad.
José Manuel Vidal
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