Cuando nos referimos a religión, credo, credulidad y demás conceptos anejos, nos han inducido a creer que estamos ante algo valioso para la humanidad, respetable, digno de estima... Asimismo estamos enseñados a infravalorar o desdeñar otras consideraciones así como la virtualidad negativa encerrada en tales palabras. Y los más cercanos a ellas, suelen hacer derivaciones interesadas.
Amén de significaciones inviduales, como que la religión aporta consuelo y bienestar al individuo, se suele argumentar a favor de la religión que sus prosélitos "son personas que buscan el bien". Otras veces, cuando de aventar lacras se trata, que "no es para tanto" o el tópico "más lo eres tú". Y si de dogmática religiosa se trata, que estamos hablando de ideas abstractas o de elucubraciones mentales que hasta podrían ser admisibles.
Esta falacia es, las más de las veces, interesada. Interesa que se consideren así. Interesa que la religión se vea así, incluso como una organización de caridad, que si es en latín suena mejor.
No. En religión hay que hablar también de otras cosas, especialmente de hechos, sobre todo de hechos. De personas que, viviendo entre quienes se mueven por otros valores, actúan, hablan, piden, luchan, defienden sus intereses, pleitean y ganan.
La organización religiosa ha construido un "reino material" de tal magnitud que se puede medir de tú a tú con cualquier estado de la Tierra. Y, con toda lógica, la propia de "este mundo" que es y no es el suyo, deben mantenerlo y defenderlo.
Por otra parte está ese otro aspecto didáctico implícito en su doctrinario, no admisible por una mente normal: la compulsión a enseñar, a "id y enseñad por todo el mundo", a "tener que hacer creer", a divulgar y hasta obligar a creer doctrinas inadmisibles.
Es, asimismo, ese consolador "Señor que estás en el sagrario"; es eso de Cristo presente "realmente" en la hostia; es la "adoración" de un fetiche ante el que hay que postrarse de rodillas... Todo eso lo enseñan y es de obligado cumplimiento por parte de un fiel.
Algo que la inmensa mayoría de las personas normales no puede admitirlo. Y de ahí el conflicto.
No caen en la cuenta ni quieren caer en la cuenta de que "su verdad" es inadmisible para otros. Tampoco de que la religión, según opinan los otros, no aporta nada positivo al hombre. Tampoco de que la religión no es algo inocuo. Ni, como muchos argumentan, que no hay tal veracidad ni elegancia ni respetabilidad en sus creencias. Hay ludibrio para la razón, para el sentido común. Y eso, seguimos diciendo, ningún crédulo está dispuesto a admitirlo. A veces ni entenderlo.
Y nos referimos también a la persona religiosa que habla con "su" Dios ¡convencida de que existe!, que quiere que su Reino impere en este mundo y pretende hacer realidad la vida que es su vida. No perciben a su alrededor la inmensa multitud de personas normales que no necesita nada de eso para vivir, para sentir, para ser buena persona y para morir en paz.
El crédulo no vive de la sugestión ni de la visión, vive del convencimiento, que las más de las veces resulta peligroso. ¡Tantos siglos en el alarde de una religiosidad compulsiva! ¡Tantos siglos dependiendo de la doctrina y las decisiones de la casta sacra!
Todo esto es el verdadero fundamento de la lucha contra la creencia: que la religión no es algo respetable ni digno de una persona normal; que ofusca la razón; que induce a guiarse por aberraciones mentales; que obliga a prácticas absurdas y descarriadas de la vida; que, en definitiva, no es necesaria.
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