Páginas

jueves, 3 de octubre de 2013

Ateos y experiencia de vida

Franz de J. Fortuny Loret de Mola

Si aplicas un cuestionario con preguntas perfectamente elaboradas como para detectar si una persona es atea o es creyente, vas a obtener que más o menos 10% de la población, por lo que responde, es atea; es decir, no cree en nada después de la muerte, como tampoco cree en uno o más dioses. Este estudio se hizo en la población normal y esos datos son los arrojados por la población normal; pero nos queda la no normal, y en este caso, la diferente es la población que está en la cárcel, en prisión, pagando tiempo por uno o más delitos. Resulta que allí, adentro, solo 0.2% resultaron ser ateos, de esos que no creen en nada después de la muerte o en uno o más dioses.

“Pero, ¿cómo puede ser esto? Se supone que creer en Dios —uno o más— te debe hacer una persona mejor…” Pues es lo que muchos tenderíamos a creer, pero la realidad es muy diferente. Todo parece ser que las personas que deciden pensar que no hay nada después de la vida y que no existe un Dios o varios dioses, son las personas que mejor saben cumplir con la ley.

Esta es una realidad que pueden salir a medir las personas que así lo deseen. Van a encontrar datos idénticos o quizás aún mejorados con respecto a la población “atea”.

Esto es interesante porque a diario es posible escuchar de voz de alguien —que obviamente, desconoce los resultados de la investigación sociológica— que dice que “el mundo está peor cada día porque la gente se ha alejado de Dios”. Es obvio de toda obviedad que con solo conocer los resultados de las investigaciones sociológicas, nos vamos a dar cuenta de que la razón de que “el mundo esté peor cada día”, definitivamente no puede adjudicarse a las creencias que se tengan con respecto a la vida después de la muerte o bien, a la creencia o falta de ella que se tenga en uno o más dioses.

Si los que andan activamente buscando la manera de resolver los problemas del mundo, continúan en una línea que desconozca lo que aquí acabamos de asentar, es obvio que terminarán allá, solos, sin obtener resultados y ejerciendo, quizás, cada vez más recursos. Será un esfuerzo con muy buenas intenciones, pero con muy pocas probabilidades de hacer una labor que haga alguna diferencia.
Se dice por allí que se le preguntó al Dalai Lama qué sugería para provocar un verdadero cambio entre la gente. La respuesta fue: inducir más y más pensamiento crítico. El máximo pensamiento crítico en el mundo actual es, sin duda, el que sustenta al ateo en sus convicciones, sin que estas le impidan ser fieles obedientes a los preceptos sociales. El ateo es crítico, pero se adapta y obedece, sin dejar de continuar buscando, con crítica activa, cómo darnos un mejor sistema de vida.

El ateo tiene la convicción de que esta vida es la única que jamás verá cada individuo. El ateo sabe —por convicción racional— que después de la muerte todo es oscuro —La Nada— para quien alguna vez estuvo vivo. El ateo sabe que no existe la reencarnación. El ateo intuye que los pensamientos y los sentimientos radican en la combinación de las conexiones entre las neuronas del cerebro. El ateo está seguro de que eventualmente habrán instrumentos científicos que podrán probar esto sin duda alguna, como hoy sabemos que muchas cosas que no eran evidentes, pero que abrimos los ojos y estudiamos: cómo se generan los truenos y los rayos, cómo se genera la lluvia, la forma del planeta, cómo gira el planeta alrededor del sol, cuántos planetas más hay en torno al mismo sol, en qué parte de la galaxia nos encontramos, más o menos a qué distancia están las próximas galaxias, de qué tamaño es nuestra galaxia, cuál es la estructura de la materia, cómo las partículas forman los átomos y estos forman las moléculas y éstas lo que llamamos objetos materiales, cómo todo eso puede decirse que es “energía”.

Y como nos demuestran los estudios sociológicos, los ateos resultan ser las personas más confiables dentro del sistema social, dado que son los que prácticamente no llegan a las cárceles. Y sin embargo, en los Estados Unidos de América, las encuestas demuestran que la gente en general preferiría poner de presidente a un pederasta que a un ateo, siempre y cuando el pederasta diga que “reconoce su debilidad pero se pone en manos de Dios”.

El ateo no obedece la ley ciegamente, sino racionalmente, sin dejar de mencionar enfáticamente la necesidad de cambiarla cuando la misma atenta contra los derechos humanos básicos, mismos que reconoce y ha contribuido a formar activamente. Quizás eso de tener consciencia —o por lo menos, creerlo con certidumbre— de que la vida es un evento único e irrepetible —para la consciencia que se forma en el individuo— y que, por lo tanto, es necesario vivirlo con realismo e intensidad, hace que la vida sea un fenómeno muy querido para el ateo. De allí que persigan un mundo justo, porque lo que sienten y quieren para ellos, saben que es más factible de mantenerse si los demás también lo disfrutan.

No hay que temerle a la muerte, sino al desperdicio de la vida. En fin que si hay otra vida, es seguro que habremos tenido dos experiencias de primera, en vez de una solo para esperar una segunda… que podría no llegar jamás.

(vía a7.com.mx)

No hay comentarios: