En muchos aspectos de la vida, la historia no tiene vuelta atrás. Cuando se ha alcanzado determinado escalón, es más difícil que una sociedad descienda a los inferiores. Podrán darse traumas que la hagan retroceder, pero siempre ese nivel de vida o de convivencia será el "desideratum" a recobrar.
Alcanzado el escalón de la liberación del individuo, muy difícilmente se volverá atrás. Todavía puede quedar mucho, pero el camino emprendido termina en algún sitio.
Las conquistas políticas y supuestos doctrinales de la Revolución Francesa fueron cercenados por todos los “hijos de San Luis” habidos a lo largo de la historia, pero terminaron por imponerse; las luchas obreras han conseguido un mundo de mayor bienestar para esta clase social oprimida; el mundo sin fronteras es una realidad en la Europa de nuestros días; ritos y elementos mágicos de la religión desaparecieron con el Protestantismo y la Ilustración.
Lo mismo ha de suceder, es más, está sucediendo, en la Iglesia Católica y en el Islam, aunque éste se resista de la forma tan visceralmente conocida.
Imparables la laicización y "desritualización" de la vida; el sentimiento de primacía del individuo frente a imposiciones grupales; la preponderancia de las celebraciones civiles o seculares; el corte vivencial entre lo sacro y lo secular; la desaparición de referencias sacras...
El hombre occidental ha visto, al fin y sin que le sobrevengan daños apocalípticos, que no hay ningún dios que no pueda ser objeto de escrutinio. Y cuando el dios es escrutado, se volatiliza.
(Via Humanismo sin Credos)
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