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martes, 11 de agosto de 2015

Matar por religión y nacionalismo

Dos graves ataques de fanáticos israelíes de ultraderecha sacudieron a ese país y al mundo. Una adolescente israelí murió por los puñaladas que recibió de un religioso judío durante una marcha gay y un bebé palestino falleció en el incendio de su casa causado por colonos judíos en los territorios ocupados

Horror. Un pariente de la familia palestina atacada junto al pequeño cuerpo sin vida del bebé que murió quemado.
Por Jorge Levit / La Capital 
Dos crímenes cometidos la semana pasada a manos de israelíes contra propios israelíes y también contra palestinos son la demostración cabal de que la mezcla de nacionalismo con fundamentalismo religioso, cualquiera se trate la confesión, es lejos lo peor y más peligroso en la historia de la humanidad. Todavía en el siglo XXI, en nombre de un Dios todopoderoso y la interpretación aviesa de las leyes religiosas, tan anacrónicas como restrictivas en muchos casos, se permiten las peores barbaridades que hacen retroceder a la civilización a la época de la Inquisición, por sólo citar uno de los momentos más oscuros del género humano.
En ese marco de brutalidad irracional, donde además se añaden distorsionados sentimientos patrióticos, un homofóbico ultraortodoxo judío de Jerusalén irrumpió con su vestimenta medieval en una marcha por los derechos de la comunidad gay y desató toda su furia delirante y asesina contra pacíficos manifestantes. Con un cuchillo hirió a seis personas, una de las cuales falleció pocos días después. La víctima mortal fue una adolescente israelí de 16 años que ni siquiera formaba parte de esa comunidad, sino que participaba de la marcha en favor de los derechos de sus amigos a vivir de la manera que habían elegido. El religioso criminal, cuya presencia en el lugar con ropas tradicionales increíblemente no llamó la atención de la policía, acababa salir en libertad luego de haber purgado una condena por un hecho similar ocurrido hacía diez años.
Un día después de este ataque, en un pequeño pueblo cisjordano cercano a Nablús, un grupo de colonos judíos incendió con bombas molotov la casa de una familia palestina que dormía en su interior y causó la muerte de un bebé de 18 meses y heridas gravísimas a un hermano mayor y a los padres de ambos. Los asesinos dejaron escrito en la pared de la vivienda un mensaje de una sola palabra: venganza, junto a la estrella de David.
Los colonos judíos, cercanos al medio millón en Cisjordania y el este de Jerusalén, ocupan ilegalmente tierras palestinas y permanentemente chocan contra la población árabe, que es mayoría en esa región conquistada por Israel en la Guerra de los Seis Días de 1967.
Tanto Estados Unidos como la Unión Europea (particularmente Alemania, el más firme aliado de Israel) consideran la política de expansión israelí a través de esos asentamientos como absolutamente ilegal y que impide el desarrollo del proceso de paz con los palestinos.
Mientras los colonos y los sectores de la derecha israelí que los alientan se creen con derecho de establecerse en un lugar que consideran el gran Israel bíblico, un grupo de ellos se ha vuelto tan terrorista como quienes dicen combatir.
No hay diferencia ideológica –-no importa el volumen de casos– entre los grupos criminales fundamentalistas islámicos de la región, como Hamás, Yihad Islámica o Hezbolá, con los colonos que quemaron la casa de la familia palestina indefensa. E incluso es peor aún en términos filosóficos, porque significa un oprobio, una deshonra y traición a los valores humanistas del pueblo judío desarrollados a través de sus más de cinco milenios de existencia.
Con la misma energía que se condena la lluvia de miles de misiles que Israel ha soportado desde la franja de Gaza en los últimos años y los atentados suicidas dentro del país que han causado miles de víctimas, deberían impedirse esos ataques a los palestinos. Es imposible tolerar que un país civilizado y la única democracia de Medio Oriente no ponga fin a bandas criminales judías de ultraderecha.
Desde Israel. El líder de la oposición política en Israel, el laborista Isaac Herzog, junto a otras figuras públicas han pedido la detención de un rabino llamado Bentzi Gopstein y que se declare ilegal la organización fanática que lidera. El religioso se había pronunciado hace poco a favor de quemar iglesias cristianas en base a su particular interpretación sobre el pensamiento del filósofo medieval Maimónides relativo a las idolatrías. Herzog dijo que el rabino conduce una organización judía fanática, llamada “Lehava”, que propicia el odio entre las distintas religiones y creencias y pidió al gobierno combatir el terrorismo judío “con acciones, no con palabras y ahora”.
El periodista israelí Yossi Melman, especialista en temas de seguridad e inteligencia, escribió una columna para el diario conservador “Jerusalem Post” titulada “We must crush Jewish terrorism” (Debemos aplastar el terrorismo judío). Allí formula una seria advertencia: “Si el gobierno de Benjamín Netanyahu quiere que Israel continúe siendo libre, democrático y occidentalizado a pesar de las profundas divisiones entre la izquierda y la derecha, entre seculares y religiosos, entre israelíes y árabes israelíes y entre israelíes y palestinos, tiene que inmediatamente cambiar su forma de pensar, no mañana, sino hoy”.
En relación al ataque a la familia palestina, Melman asegura que en los últimos años ha florecido en el país un movimiento terrorista judío que ha incendiado 16 casas palestinas, mezquitas e iglesias y que sólo dos de esos incidentes han sido resueltos por la policía. Y agrega que es incomprensible que un Estado que ha luchado con éxito para derrotar al terrorismo árabe y palestino tenga dificultad para terminar con unos pocos cientos de terroristas israelíes y sus cómplices.
Una ONG israelí de derechos humanos llamada “Yesh Din” (www.yesh-din.org) asegura que el 85 por ciento de las denuncias de palestinos contra ataques de los colonos israelíes son archivadas sin investigación, pese a que en el último caso del crimen del bebé y ante la gran conmoción nacional e internacional, la policía detuvo a varias personas que integran grupos de ultraderecha, pero aún se desconoce si participaron en ese hecho.
El propio Israel ha sufrido a estos delirantes fanáticos. En noviembre próximo se cumplirán veinte años del asesinato del ex primer ministro israelí Yitzhak Rabin, premio Nobel de la Paz, a manos de un religioso judío ultranacionalista opuesto al proceso de paz y a los acuerdos de Oslo entre palestinos e israelíes. Su hermana, Rachel Rabin, se manifestó esta semana preocupada por la atmósfera de odio que germina en Israel y dijo que “la combinación de fanatismo religioso y nacionalismo han sido una faceta peligrosa a largo de la historia judía. Cuando se rompe el mandamiento más importante, no matarás, todos los demás mandamientos no tienen ningún valor”.
En una columna que se publicó en el diario “El País”, de España, titulada “Un espíritu maligno”, el escritor israelí David Grossman, lanzó una profunda autocrítica sobre el verdadero germen de toda esta situación: la ocupación de tierras palestinas por los colonos judíos, el crecimiento de la derecha en Israel y la interminable espiral de violencia entre palestinos e israelíes.
Grossman dice que “con una suerte de obstinada negación de la realidad, el primer ministro Netanyahu y sus partidarios se niegan a comprender en toda su profundidad la visión del mundo que ha cristalizado en la conciencia de un pueblo conquistador al cabo de casi cincuenta años de ocupación. Es decir, –explica– la idea de que hay dos tipos de seres humanos. Y de que el hecho de que uno está sometido al otro significa, probablemente, que por su propia naturaleza es inferior. Y esto lleva a que ciertas personas con determinada estructura mental arrebaten la vida a otros seres humanos con escalofriante facilidad, incluso cuando ese ser humano es un niño de tan solo un año y medio”.
En ese texto, Grossman también sostiene que desde hace más de medio siglo, “israelíes y palestinos no dejan de girar en una espiral de asesinato y venganza. En el curso de esta lucha, los palestinos han masacrado a centenares de niños israelíes, exterminado a familias enteras y cometido crímenes contra la humanidad. Pero también el Estado de Israel ha llevado a cabo acciones similares contra los palestinos utilizando aviones, tanques y armas de precisión”.
Dos caminos. No hay dudas que a esta altura de la tragedia que hace décadas padece esa región del planeta, la única solución es el establecimiento de dos Estados nacionales que compartan y hagan concesiones mutuas sobre el territorio en disputa en base a fronteras seguras.
Israel tiene, probablemente con otro gobierno, la posibilidad de encontrar una salida negociada con los palestinos moderados que fortalecería a los sectores democráticos de ambos pueblos para aislar a los fanáticos de uno y otro lado, que en el caso de los palestinos pretenden destruir a Israel y en el caso de los nacionalistas y colonos judíos quedarse con todas las tierras árabes. Dos despropósitos inviables.
El otro camino es la violencia a perpetuidad y el sacrificio de las familias israelíes y palestinas que sufren pérdidas irreparables a lo largo de los años, como un precio divino a pagar ante la imposibilidad de ponerle fin a la tragedia humana de un crónico conflicto.

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