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viernes, 10 de diciembre de 2010

Ateos al cielo, cristianos al infierno

Por SALVADOR HIDALGO

10-12-10

El título podría referirse a un aspecto práctico, a la atribución moral que se les dé a unos y otros. En realidad, a lo largo de la historia, los grupos religiosos han demostrado el mal que son capaces de hacer pero tampoco los ateos han hecho gala de mayores dotes de humanidad. No se trata de enjuiciar el comportamiento moral, sino de una cuestión de más hondo calado, de tipo puramente filosófico.

La idea que se tiene de Dios en las religiones modernas es la de un ser justiciero, bondadoso y protector, además de otros muchos atributos. Más no siempre ha sido así, en las religiones antiguas los dioses eran vengativos, crueles y ajenos al concepto de un juez justo e imparcial en los conflictos entre los hombres. Se les ofrecía sacrificios para calmar su ira, se les adoraba más por temor que por amor. Incluso la Biblia nos presenta a un Yahvé vengativo que actúa al margen de lo que podemos considerar como justicia; igual que los demás dioses, protege a los suyos y extermina a sus enemigos, independientemente de la idea de lo recto y justiciero. Pero la concepción moderna de Dios es la de un ser infinitamente justo. Pues vale, dejémoslo así.

Si nos fijamos ahora en los jueces humanos veremos que están obligados a impartir justicia con total imparcialidad. Si una de las partes de un pleito intenta atraer al juez a su favor por medio de dádivas o regalos, lo que hará la autoridad judicial, suponiendo que actúe conforme a derecho, será ordenar la detención y el procesamiento de quien ha pretendido corromperle. El juez tiene que ser imparcial y no dejarse 'comprar' por ninguna de las partes.

Si lo anterior es de esperar de los jueces humanos, ¿qué se puede atribuir a un Juez-Dios? Indudablemente su justicia e imparcialidad tiene que ser sumamente perfecta e infinita. Sin embargo los creyentes de todas las religiones parece que olvidan por completo este atributo divino. Tanto en los enfrentamientos individuales como colectivos intentan el favor de Dios en perjuicio de sus contrarios. Siempre en las guerras los reyes y caudillos han tenido a su lado a los sacerdotes que ofrecían sacrificios pidiendo la victoria sobre el bando contrario. En los ejércitos cristianos los obispos celebraban las misas solicitando la protección divina, mientras enfrente había a veces otros seguidores de Cristo que también tenían sus propios obispos implorando al mismo Dios idéntica ayuda, con iguales ceremonias, pero en sentido contrario.

Más no hace falta recurrir a la historia, todos los días millones de personas oran a sus divinidades y, en muchas ocasiones, el beneficio que piden va en perjuicio de terceros que, a su vez, están solicitando lo mismo para ellos.

¿Qué puede hacer Dios ante estas contradictorias peticiones? Lo ilógico está en el hecho de pretender cambiar el discurrir natural de la vida, que la divinidad nos escuche y modifique lo que tiene dispuesto y, a veces, con daño de otros. Eso es tratar a ese supuesto ser superior al que llamamos Dios como un juez corrupto al que fácilmente lo podemos 'comprar'. Además, es tratarlo como un juguete en manos de los hombres, un ser de voluntad débil que se deja influenciar por los humanos. Algo sumamente ridículo y absurdo.

Ese Juez Supremo, infinitamente más justo que los jueces humanos, tendría que castigar fulminantemente a quienes tienen la osadía de orar, de intentar sobornarlo con promesas, sacrificios, donaciones, etc., etc. La oración, con sus solicitudes de que Dios nos dé, quite, modifique o suprima lo que nosotros queremos es lo más irreverente y contradictorio con el concepto de un ente superior sumamente justo y sabio. Pero claro, sin oración o diálogo con Dios no cabe religión alguna, al menos las religiones que conocemos, con sus dogmas, sacerdotes que las imponen, templos, etc. Un Dios sin culto y oración no les interesa a las autoridades religiosas.

Desde luego la idea de un Ser Superior no tiene nada que ver con los dioses mitológicos de las diversas religiones; sería un ente que no tendría necesidad de la adoración de los humanos. Lo más probable es que ni siquiera exista, ya que no hay ninguna prueba lógica y racional en este sentido. Pero por si acaso, mejor no ofenderlo con sobornos. Así que los ateos nada tienen que temer, pero los creyentes, que lo han convertido en un ser injusto, voluble y enormemente ridículo, lo tendrán más difícil el día del supuesto Juicio Final.

(vía laverdad.es)
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