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lunes, 20 de diciembre de 2010

El machismo de las religiones

Las tres grandes religiones monoteístas (cristiana, hebrea y musulmana) tienen en común, aunque en distinto grado, su misoginia, o al menos relegan a un segundo plano a las mujeres.

19.12.2010 por Manuel Gutiérrez Claverol

Profesor de la Universidad de Oviedo, Departamento de Geología

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A raíz de la reciente visita del papa Benedicto XVI a Barcelona corren ríos de tinta con motivo de la consagración de la Sagrada Familia como basílica menor. En la ceremonia -y ante la postura inmóvil de los celebrantes- un grupo de siete religiosas se encargaba de limpiar con esmero el altar, escenificando el cometido de «siervas». Además de contemplar las bellísimas imágenes del templo gaudiano, el impacto percibido por muchos de los televidentes (se calcula una audiencia total de 150 millones) fue corroborar la relevancia secundaria que ostenta la mujer en la Iglesia; para otros espectadores, sin embargo, la escena pasó inadvertida o no la enjuiciaron del mismo modo. Lo que sí logró el suceso es que se abra un debate crítico sobre el rol de la mujer en las religiones y si éstas discriminan a sus creyentes en razón del sexo.

Las tres grandes religiones monoteístas (cristiana, hebrea y musulmana) tienen en común, aunque en distinto grado, su misoginia, o al menos relegan a un segundo plano a las féminas. Tal aseveración se recoge, con harta frecuencia, en la Biblia o el Corán; sin embargo, de esta actitud patriarcal no se libra ni la caridad: el problema es global.

Así, para el filósofo chino Confucio «la mujer es lo más corrupto y lo más corruptible que hay en el mundo» o la opinión del fundador del budismo, Siddhartha Gautama, para quien «la mujer es mala». Y qué opinar sobre las oraciones de los judíos ortodoxos que repiten desde tiempos ancestrales: «Bendito seas Dios, Rey del Universo, porque Tú no me has hecho mujer» o sobre el capítulo de «las mujeres» del Corán donde se lee: «los hombres son superiores a las mujeres [...]. Las mujeres virtuosas son obedientes y sumisas».

Sin entrar con detalle en la exégesis bíblica (Génesis, Timoteo, Isaías, Corintios, Levítico, Éxodo, Deuteronomio,...) o en las sentencias de los Padres de la Iglesia (San Agustín de Hipona, San Ambrosio de Milán,...), o en la autoridad del Doctor de la Iglesia Santo Tomás de Aquino, parece incuestionable el papel machista -entendido como una actitud de prepotencia- que muestra la Iglesia Católica, la cual se organiza obviando a la mujer al impedirle el acceso a los cargos de su estructura jerárquica -cosa que ya corrigieron algunas ramas protestantes-, imponiendo una moral que la subordina al hombre.

Las iglesias están constituidas por miembros de la sociedad, por lo que reflejan sus mismos errores y virtudes. Pero mientras la sociedad civil avanza -aunque con parsimonia- en la emancipación de la mujer, la postura de la mayoría de las creencias se estanca o incluso retrocede.

El grado de discriminación de la mujer se fue reduciendo con el tiempo, a pesar de que las conquistas han costado sudor y lágrimas (sufragistas, feministas,...). El 10 de diciembre de 1948 se produce un hecho trascendental en la historia de la Humanidad: la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó y proclamó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que establece la igualdad entre el hombre y la mujer ante el matrimonio (artículo 16). No obstante, según Amnistía Internacional, al menos 36 países mantienen en vigor leyes discriminatorias para la mujer por razón de su sexo.

La frontera entre el poder civil y religioso ha sido históricamente confusa, siendo evidente, desde la antigüedad, la sumisión de un género al otro. No se puede olvidar que en algunas sociedades las niñas sufren mutilaciones genitales y son consideradas propiedad de los hombres. El uso del velo islámico (llámese hiyab, chador, nikab o burka), que a tantos occidentales escandaliza, debe hacernos recordar que, hace bien poco, nuestras abuelas o madres estuvieron obligadas a usar mantilla para entrar en un templo sacro o incluso lo exhibían por la calle.

Las religiones jugaron, y aún lo hacen, un papel prominente en la educación patriarcal al producir, desde la más tierna infancia, un verdadero poder de persuasión mental. Esta instrucción diferencial ya se gesta en el propio seno familiar y se complementa en muchos de los centros escolares regentados por devotos practicantes. Puesto que la religión se basa en dogmas, no cabe lugar ningún tipo de cuestionamiento y, por tanto, implanta con facilidad sus predicamentos doctrinales, impidiendo o anulando el sentido de crítica en vez de fomentarlo frente al conformismo.

Desde un punto de vista religioso, la sociedad española es mayoritariamente católica (73,2%) aunque poco practicante, ya que sólo el 13,7% de los autodefinidos como creyentes dice asistir a los oficios religiosos casi todos los días festivos -según las estadísticas, las mujeres son bastante más religiosas que los hombres y el último lugar lo ocupa la juventud-; mientras que el 22,2% de la población se define como atea o no creyente (encuesta del CIS, abril de 2010). Parece incongruente el que se produzca un clericalismo femenino, que no es sino fruto de una educación prepotente de los varones que les impide obrar con una aptitud opinante.

En resumen, las religiones no se llevan bien con las mujeres, a pesar de ser su público más fiel. Parece evidente que si persisten en actitudes machistas y no acometen cambios estructurales, en un futuro próximo serán las mujeres las que abandonen sus prácticas, tal como lo hizo gran parte de la clase proletaria en la centuria decimonónica o los intelectuales y los jóvenes en el pasado siglo, haciendo florecer una corriente generalizada -muy criticada por algunos- de laicismo.

(vía elcomerciodigital.com)

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