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martes, 1 de febrero de 2011

Pobres los bienaventurados

El papa Benedicto XVI decía este domingo pasado que “las Bienaventuranzas son un programa de vida para todo ser humano.” Las Bienaventuranzas, recordemos, son el inicio del Sermón de la Montaña, que Jesús dio ante una multitud reunida para escucharlo, y que comienzan recomendando la “pobreza de espíritu” y la mansedumbre. El papa no repite esas palabras; sólo utiliza expresiones biensonantes para alabarlas y recomendarlas a todos nosotros. El papa suele decir estas cosas sin mucho sentido; de hecho es su trabajo decirlas cada domingo luego del rezo del Angelus, desde su balcón en una de las residencias palaciegas más grandes y lujosas del planeta, en el centro del único estado absolutista teocrático que tiene representación en las Naciones Unidas. Vamos a copiarlas aquí, tal como aparecen en el evangelio de Mateo:
Bienaventurados los pobres de espíritu: porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados los mansos: porque ellos poseerán la tierra.
Bienaventurados los que lloran: porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia: porque ellos serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos: porque ellos obtendrán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón: porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los pacíficos: porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los que sufren persecución por la justicia, pues de ellos es el reino de los cielos.
Aquí hay más de un término ambiguo, pero la Enciclopedia Católica viene en nuestra ayuda para interpretar lo que Jesús quiso decir. ¡No vayamos a creer que estos pronósticos de Jesús son profecías de consuelo para los oprimidos de la Tierra!

La palabra pobre parece representar un ‘anyâ arameo (hebreo ’anî), encorvado, afligido, miserable, pobre; mientras que manso es más bien sinónimo de la misma raíz, ‘ánwan (hebreo, ‘ánaw), que se inclina, humilde, manso, gentil. Algunos eruditos agregan también a la primera palabra un sentido de humildad; otros piensan en los “mendigos ante Dios” que reconocen humildemente su necesidad de ayuda divina. […] [L]a promesa del reino celestial no se otorga por la condición externa actual de tal pobreza. Los bienaventurados son pobres “de espíritu”, que por su propia voluntad están dispuestos a soportar por amor de Dios esta dolorosa y humilde condición, incluso aunque realmente sean ricos y felices; mientras que, por otro lado, los realmente pobres pueden no alcanzar esta pobreza “de espíritu”.
Es decir, los pobres de espíritu y los mansos no son necesariamente los pobres, monetariamente hablando, sino los que reconocen que necesitan a Dios porque se dan cuenta de que la condición humana —aquí en la Tierra— es miserable, sólo soportable precisamente a través de la sumisión a Dios.

En cuanto a lo de la herencia de la tierra,
[A]quí en las palabras de Cristo, es por supuesto sólo un símbolo del Reino de los Cielos, el reino espiritual del Mesías.
Es decir, una parcela en el más allá, no un terreno para cultivar o edificar una casa aquí. Interpretar esta bienaventuranza como una promesa de justicia económica en el reparto de la tierra sólo puede hacerse, según la Enciclopedia Católica, “por un expediente inverosímil” de estilo mesiánico: es ridículo creer que Jesús, de alguna forma, va a quitarle a los ricos para darle a los pobres.

La interpretación del párrafo sobre los que lloran recuerda al inolvidable Jorge de Burgos, el siniestro monje ciego de El nombre de la rosa:
Los “que lloran” en la Tercera Bienaventuranza se oponen en Lucas (6, 25) a la risa y a la alegría mundana de similar carácter frívolo. Los motivos del llanto no derivan de las miserias de una vida de pobreza, abatimiento y sometimiento, […] sino más bien los de las miserias que el hombre piadoso sufre en sí mismo y en otros, y la mayor de todas el tremendo poder del mal por todo el mundo.
Es decir, quienes sufran por el mal del mundo serán consolados (aunque no hagan nada para resolverlos); los que disfruten de los placeres de la vida no pasan de ser frívolos.

El Sermón de la Montaña es uno de los lugares comunes de la Biblia, de ésos que —como las frases pseudoprofundas de la Madre Teresa— incluso los no cristianos y hasta algunos no creyentes utilizan para rescatar el mensaje de Jesús, un mensaje que fue casi en su totalidad profundamente alienante y anti-humano. No está mal repasar, de vez en cuando, lo que verdaderamente quieren decir las cosas.

(vía alertareligion.blogspot.com)

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