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domingo, 5 de junio de 2011

Cinco afirmaciones ciertamente mejorables (5/5) Contestación a un integrista anti-ateo

MANUEL BARREDA.

Cinco afirmaciones “miscatianas” ciertamente mejorables (V)

5.- “Para Kant la razón pura accede a realidades secundarias y subordinadas. Las principales: Dios, alma, inmortalidad…están al alcance de la razón práctica”.

No estaría de más asomarse por páginas como: http://www.e-torredebabel.com/Historia-de-la-filosofia/Filosofiamedievalymoderna/Kant/Kant-DeduccionMetafisicaCategorias.htm. (y páginas a las que se accede según el glosario o los términos-guía que figuran en la columna de la izquierda) para esclarecer conceptos kantianos:

¿Es Dios, como parece entender el autor de la frase, una “realidad secundaria y/o subordinada”?
En modo alguno. Para Kant, la realidad es el Nóumeno. Y de lo que no percibimos ni directa ni indirectamente, no podemos afirmar en modo su existencia real (su presencia como realidad, más allá del mundo mental de nuestras ideas).

Tampoco lo estaría leer la obra de Francisco Giménez García: “La leyenda dorada de la filosofía” (Ed. Libertarias. Madrid, 1998, 2004) que responde con claridad y nitidez a esta suposición miscatiana.

Para Kant la razón funciona a partir de la percepción y de acuerdo a unas categorías innatas. Percepción (categorizada) y razón analítica generan o forman nuestros juicios (los propios de, e inevitables en, nuestra especie), juicios que componen lo que entendemos como “conocer”.

La ciencia (el método que acababa de perfeccionar Galileo) y los científicos “conocen” al modo que nos es inherente a los humanos, apenas se limitan a perfeccionar el método que nos es propio, reproduciendo el fenómeno en las condiciones ideales para que la razón pueda reconocer lo que ande buscando.

Nuestro conocimiento cuenta tres facultades principales:
1) la sensibilidad o intuición;
2) el entendimiento y
3) la razón.

Un juicio es la atribución de un predicado a un sujeto: pensar algo de algo. Cuando se pronuncia o escribe se convierte en una oración. Nos formamos una serie de conceptos empíricos (mesa, playa, gato, comida), necesarios para entender el mundo que nos rodea. Nos los formamos por abstracción, quedándonos con lo que es común a una serie de sensaciones que recibimos del mundo, y eliminando lo que no es esencial.
En suma, el conocimiento comienza por los sentidos, pero se elabora según unos principios necesarios (categorías) que pone (de modo innato) el sujeto que conoce. La razón es la encargada de unir los juicios para formar razonamientos.

Dialéctica transcendental. Está en la naturaleza de la razón el emplear las categorías más allá de lo que está dado en el espacio y el tiempo.

Ilusión Transcendental: a los humanos nos encanta pensar y hablar de abstracciones. Tendemos por naturaleza a plantearnos las grandes preguntas metafísicas y a aplicar categorías en el vacío.
Nunca podemos conocer lo aún no conocido y, al conocer algo, imponemos nuestras categorías a la experiencia (de ese algo).

Kant califica como “Ilusión” Transcendental a las ideas vacías que puede abordar y aborda la razón (como cosa propia –aunque ilegítima- de ella). Y señala que las supuestas ciencias que se ocupan de tales ideas no son más que palabrería vacía.

Ni dios ni el alma inmortal existen como fenómenos: no podemos conocerlos ni demostrarlos. Aunque ello no significa que no puedan existir como Noúmeno.

Con todo, Kant tarda en emerger como creyente y sólo invitará a creer en ellos al final de su crítica de su “Crítica de la Razón Práctica”. Lo hará al plantearse la necesidad de un premio o esperanza razonable de felicidad para quien obre moralmente.

Pueden Vdes. considerar que por primera vez el gran filósofo se contradice a si mismo, y falta a su habitual rigor metodológico, para dejarse llevar por su preferencia (acorde a su formación religiosa puritana). Este es su razonamiento “práctico”: “El hombre de buena voluntad, sin embargo, no alcanza la felicidad en este mundo, aunque es muy digno de ser feliz".

De ahí el que Kant postule (sin demasiado fundamento) la existencia de un alma inmortal y un Dios (garante de esa inmortalidad), con el fin de que los hombres morales puedan recibir en otra vida el premio merecido…

Sería demasiado penoso, frustrante y sin sentido que la Razón Práctica nos condujera toda la vida por un camino áspero, penoso y escarpado, y que ese camino no llevase a ningún buen puerto (tal es, sin embargo, la conclusión de una buena parte de filósofos poskantianos, incluidos Shopenhauer, Nietzsche y los existencialistas, que, como en su tiempo los estoicos, proponen “soluciones mitigadoras”).

Si los hombres son morales y el ser bueno no conduce a la felicidad, sino a la dignidad de ser feliz, entonces cabe postular la existencia de un Dios y de un alma inmortal que nos garanticen que la buena voluntad va a verse recompensada con la dicha, aunque sea en el otro mundo.

Observemos que el razonamiento tiene un punto de partida cuya absolutización le discutirían muchos filósofos: “el hombre de buena voluntad no alcanza la felicidad en este mundo…”. No estarían tan de acuerdo en el alcance de esta fatalidad (o la matizarían mucho) Sócrates, Aristóteles, Epicuro o Hume, entre muchos otros.

Pero es la segunda parte la que, además de no demostrar racionalmente nada, hasta suena ”panglosiana”: “…aunque es muy digno de ser feliz, ergo cabe esperar una recompensa” ulterior (más allá de este mundo).

Con razonamientos de esta índole y seriedad podríamos demostrar cualquier cosa… Sin ir más lejos, la reencarnación (nadie merece nacer deforme; existen diferencias innatas que resultarían injustas, además de insuficientemente explicables por otra vía); o las preferencias religiosas (o arreligiosas, o antirreligiosas, que de todo hay) de cada cual.

Volviendo al Kant riguroso, el conocimiento humano está limitado al campo de los fenómenos sensibles. Lo que está más allá del fenómeno (el nóumeno) nos es inaccesible. La Metafísica Tradicional se ocupa de conceptos inaccesibles como Dios, el alma, etc., que no existen como realidades en sí, sino como ideas o como postulados de la razón (práctica) o de la ilusión (transcendental).

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Postescriptum.

Esta serie de artículos ha tenido pretensión pedagógica. Tal vez sea demasiado esperar que todos nos abramos a aprender, antes que a dogmatizar en base a nuestra convicción cerrada y previa.

La discusión debería transcurrir en un apropiado ambiente interpersonal, debiendo ser indiferente el credo de cada cual ni otra cosa que la “verdad” a cuyo conocimiento aspiramos y que sólo puede ser fruto de una información correcta y de un ejercicio libre, crítico y dialógico, de la razón.

Se oponen a esto: los prejuicios, el dogmatismo, el fanatismo, la intolerancia, los ataques ad hominem, máxime si son gratuitos y en base a las actitudes y conductas anteriormente explicitadas y denunciadas.

Claro que todo fanático cree estar en posesión de la verdad, pero el verdadero sabio se caracteriza por su tolerancia. Es razonable, en mayor medida que racional. Se centra en la “verdad”, dejando aparte sus preferencias personales (y antipersonales), cuya base emocional se ha esforzado en reducir al mínimo.

(vía blogs.periodistadigital.com)

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