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lunes, 9 de enero de 2012

Religión y política en la interna republicana

Cuando los estadounidenses votaron a Barack Obama para presidente, la razón que pesó en forma más determinante fue la economía.

A fines de 2008 había estallado la crisis más grave desde la Gran Depresión y los republicanos no tenían cómo no ser señalados como responsables del desastre.

La falta de regulación de los mercados financieros (y de cualquier mercado) era la marca registrada de los gobiernos de George W. Bush.

Otras medidas defendidas enfáticamente, como los beneficios impositivos para los más ricos (con el argumento de quienes tienen más dinero son quienes generan fuentes de trabajo), así como la vista gorda hacia los abusos de los grandes financistas y banqueros, habían contribuido a generar un clima apropiado para que el electorado propiciara un cambio. Ese cambio llegó, además, en la persona del primer presidente negro de los Estados Unidos.

Las expectativas que se depositaron fueron desmesuradas y los resultados, insatisfactorios para muchos.

Casi cuatro años después, Obama se presenta para la reelección y los republicanos empezaron a elegir quién será su candidato para las elecciones que se realizarán en noviembre de este año.

Ningún presidente fue reelegido con una tasa de desocupación mayor a 7 por ciento y hoy ese índice alcanza al 8,6 por ciento.

No obstante, la economía muestra signos de mejoría, particularmente en empleo, ya que la creación de puestos de trabajo se mantuvo en ascenso durante los últimos tres meses.

Si se mantiene esta recuperación que está experimentando la economía, puede ser que Obama conserve su puesto en la Casa Blanca. Y por lo que se ve hasta ahora, para eso recibirá una ayuda de los republicanos.

Interna en marcha. Pasada la primera de las elecciones republicanas, el caucus (asamblea electoral) de Iowa, el candidato más moderado, Rick Romney, ganó por muy poco al casi desconocido y muy radical Rick Santorum, a pesar de que el perfil del electorado de ese estado coincide más con la ideología del derrotado.

Atrás quedaron Ron Paul, que rechaza tanto la intervención del Estado en la vida de los ciudadanos como la participación en cualquier guerra; Newt Gingrich, ex presidente de la Cámara de Representantes, de recordado protagonismo durante el proceso a Bill Clinton por el caso de Mónica Lewinsky; Rick Perry, el gobernador de Texas que reza en los mitines políticos, y Michele Bachmann, la representante del Tea Party, lo más derechista del Partido Republicano.

Bachmann abandonó la carrera apenas se conoció que había obtenido nada más que el 5 por ciento de los votos. Pero los conservadores no deben preocuparse por la falta de alguien que defienda los valores que proclaman. Estarán representados por Santorum, quien tiene 7 hijos y los educa a todos en su casa porque rechaza la educación escolar.

Asociado con esto último, un aspecto que se destaca en la campaña republicana es la forma en la que han logrado imponerse entre los candidatos las ideas creacionistas de los fundamentalistas cristianos. Estas niegan la naturaleza de la evolución descubierta por Charles Darwin y consideran que la creación se produjo tal como se relata en la Biblia.

Estas ideas prosperan en sectores más vulnerables, castigados por falta de educación y dificultades económicas.

El pensamiento mágico que fomentan pastores de toda laya (que viven y hasta se enriquecen con el diezmo de sus fieles) se ha
extendido en forma alarmante. En él, muchos encuentran esperanza de un futuro mejor, o al menos no tan miserable como su presente.

Los candidatos republicanos, casi todos, parecen empeñados en no disgustar a ese electorado. Los que no adhieren directamente al creacionismo, como Bachmann, hacen malabarismos verbales para no decir que no creen. Ninguno lo rechaza de plano. La religión es un tema sensible en Estados Unidos, tanto es así que una buena manera de descalificar a un candidato es acusarlo de ateo.

Esto constituye un retroceso cultural, sin dudas, y una estrategia que apela a recursos impensables años atrás. Los candidatos republicanos se ven escasos de argumentos para explicar cómo revertir una situación que otros republicanos causaron. Millones de pobres, víctimas de esas mismas políticas neoliberales, parecen dispuestos a creer una vez más en el discurso de la salvación milagrosa.

Quien esgrime ese argumento y ese discurso tiene claro que no se trata sólo de palabras, sino de poder efectivo. Los creyentes no cuestionan al poder que consideran divino, simplemente lo aceptan y obedecen. Nada puede estar más lejos de los valores democráticos.

(vía lavoz.com.ar)

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