Por: El Duende Preguntón
EL UNIVERSAL
¡Híjole, pajarracos! No vayan a pensar que soy mala leche o que peco de ateo, pero la verdad es que en el momento en que vi partir el avión de Alitalia que se llevó al papa Benedicto XVI lancé un suspiro de alivio y de descanso que de repente me hizo sentir que estaba yo cometiendo sacrilegio. Digo, pajaritos, ustedes saben que nunca fui un promotor entusiasta de “El Ben”, como le digo yo en confianza, y que aquí en varias columnas me opuse a que parte de su visita se financiara con recursos públicos; aunque la verdad ya que lo vi aquí tan entusiasta y haciendo enormes esfuerzos a sus 85 por quedar bien con la gente, no me pareció tan mala su presencia.
Ah, pero eso sí, el primer día que llegó, el viernes, seguí con mucha atención sus mensajes y los actos protocolarios de recepción del presidente Calderón y demás funcionarios que le acompañaban; el segundo día, el sábado, vi un rato la televisión para enterarme qué hacía el Papa, pero ya para el tercer día que prendí la tele y en casi todos los canales abiertos había todo el día información de lo que hacía Benedicto XVI me sentí abrumado y hasta un poco invadido por tanto "papismo" que mostraban las televisoras que dedicaron horas, horas y horas a transmitir un evento que bien pudieron cubrir con reportes especiales completos para informarnos.
Tener que chutarme frases de reporteros o conductores como "el corazón de todos los mexicanos se abrió para Benedicto", o "todo el pueblo de México está aquí para decirle al Papa ‘te queremos'" o peor aún "es la fe de todo un pueblo que siente la esperanza y le agradece al Santo Padre", francamente me pareció grotesco, falto de toda objetividad y hasta agresivo para quienes pudieran disentir o no considerar interesante la visita de tan ilustre personaje.
Porque digo, pajaritos, es cierto que según las estadísticas del Inegi más de 80% de la población en México dice ser católica y, suponiendo que a todos ellos podría haberles interesado oír noticias sobre el Papa todo el día, cosa que no necesariamente es así, ¿dónde queda el derecho del otro 20% de los mexicanos que o profesa una religión distinta o no se considera un practicante o simplemente cree en las estrellas? ¿Acaso las minorías no cuentan en este país?
Imponer, de la forma que hizo la televisión, un hecho y repetirlo permanentemente y hasta el cansancio para volverlo forzosamente un fenómeno social, es un atentado a la inteligencia de quienes piensan o creen distinto, es una falta de responsabilidad de las televisoras con sus audiencias y es un burdo manejo de asuntos tan profundos y respetables como son la fe y las creencias de las personas para volverlos show patrocinados por anunciantes y de los que se obtienen jugosas ganancias.
¿Por qué una de esas televisoras, pónganle el nombre que quieran, no realiza un despliegue similar para dedicarse a investigar y difundir la existencia de más de mil 300 mexicanos desaparecidos en lo que va de este sexenio, según las cifras más conservadoras de organismos civiles?
¿Por qué no trasladan a todos sus equipos de reporteros, cámaras, micrófonos y conductores estrella a una de las ciudades que están viviendo violencia extrema y se dedican varios días a denunciar a quienes producen la violencia y agreden e intimidan a la población?
Digo, pajaritos, tampoco pido que sean héroes pero ¿por qué otro tipo de eventos y sucesos que también le importan a los mexicanos no merecen de los medios las mismas coberturas tan amplias y de tal despliegue técnico y humano como lo hicieron con la visita del Papa?
Bueno, todo eso venía para decirles que la verdad yo sí respiré con la partida de Benedicto XVI, que había hecho de los medios algo monotemático y prolijos en lugares comunes y expresiones de cursilería que muy poco tienen que ver con la fe verdadera y muy respetable de las personas. Así que ¡adiós, Benedicto, adiós! Y a volver a lo nuestro.
(vía rotativo.com.mx)
No hay comentarios:
Publicar un comentario