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miércoles, 29 de agosto de 2012

¿Es cierto que la ciencia no contradice la religión?

por Walter Burriguini

Cuando dentro de doscientos o quinientos años el Cristianismo sea sólo un recuerdo (como ahora el Paganismo Grecolatino que lo precedió) los historiadores del futuro seguramente dirán que el proceso de desaparición de aquella religión fue un largo período durante el que sus lideres hicieron y afirmaron cualquier cosa con tal de impedir lo inevitable, llegando incluso a los tristes y patéticos extremos de la tergiversación y la mentira. Y no me sorprendería si como ejemplo de eso se esgrimiera el artículo del sacerdote mexicano Pedro Agustín Rivera Díaz, publicada el martes pasado (21 de agosto) en MDZ Online.

Para los que todavía no la leyeron, Rivera Díaz afirma ahí (sin argumentar; únicamente lo afirma) que el conocimiento científico no sólo no contradice a las convicciones religiosas... sino que incluso ambas esferas concuerdan a la perfección. Pero lamentablemente se trata sólo de una fuerte expresión de deseos sin basamento real. Y para demostrarlo, en lo que me queda de espacio voy a enumerar los supuestos puntos de concordancia mencionados por Rivera Díaz y los voy a confrontar uno por uno con la información científica disponible.

Quién quiera oír, pues que oiga.

1-Dios creó todo cuanto existe

Rivera Díaz olvida que hay un axioma científico llamado Primera Ley de la Termodinámica (confirmado a mediados de los ’80 por el llamado Principio Cuántico de Información) que contradice y desacredita esta convicción religiosa.

¿De qué modo? Muy simple. Según la Primera Ley de la Termodinámica, la materia-energía del Universo no se puede crear ni destruir sino solo transformar. Lo cual implica (no hace falta ser un genio para deducirlo) que lo existente siempre existió y existirá de algún modo; ad eternum [1]. Y postular que lo que siempre existió tuvo un creador suena alarmantemente ilógico.

Dicho más fácil: si Dios es cierto, no es cierto que creó lo existente.

2-Tanto el mundo macrocósmico de lo astros como el mundo microscópico de las partículas subatómicas son ordenados y están en “perfecta armonía”.

Empecemos por el mundo macroscópico de los planetas y astros. Resulta cautivante pensar que es ordenado y está en “perfecta armonía”, como postulan Rivera Díaz y los religiosos en general. Pero el conocimiento científico, le disguste a quién le disguste, lamentablemente descarta aquel escenario tranquilizador. Las galaxias vuelan a la deriva y a veces chocan entre sí porque el Universo (¡nuestro Universo! ) se expande en todas direcciones sin ton ni son. Y ya que hablamos del Universo, prácticamente su totalidad representa la muerte instánea para cualquier organismo vivo, “muerte” que se presenta en forma de temperaturas, gravedad y radiación insoportables. Por otra parte, sólo el 4 % de lo que lo compone es materia-energía ordinaria; el 96 % restante es materia oscuro, anti-materia y vació.

Y hay más: el 75 % de aquella de por sí escasa materia-energía ordinaria esta compuesta de “átomos libres” (átomos que no se reunieron para formar algún elemento) mientras que del restante 25 %, la practica totalidad son estrellas, agujeros negros y otros cuerpos masivos inhabitables. 

¿Dónde están el orden y armonía del macrocosmos con las que se llenan la boca Rivera Díaz y los demás religiosos? De acuerdo a la ciencia, en ningún lado. El macrocosmos en realidad es peligrosamente mortal y desproporcionado; fluctúa; se mueve a la deriva; no esta formado por una sustancia continua; y las diversas “sustancias” que lo conforman, por otra parte, permanecen inútiles y ociosas en su abrumadora mayoría; etc., etc., etc.

La cosa se pone todavía más grave cuando bajamos la mirada hacia el mundo microscópico de las partículas subatómicas (el “mundo” estudiado por la física cuántica). Al contrario de lo que afirma el padre Rivera Díaz basándose en no se qué, ahí los conceptos de “orden” y “armonía” son directamente inaplicables. Las cosas suceden espontáneamente y se desenvuelven en forma impredecible (demostrando la intervención real y concreta del azar en la Naturaleza) y, por ejemplo, los objetos pueden estar aleatoriamente en más de un lugar a la vez.

3-El orden y armonía del mundo macroscópico y del mundo microscópico denotan una “mente” o “inteligencia” que los planeó o diseñó.

Para la ciencia (como acabo de hacerles notar) aquel supuesto “orden” y “armonía” del macro y microcosmos es directamente un mito, lo cual obviamente desacredita y desmiente la convicción religiosa de un “plan” o “diseño” inteligente. 

Claro que la ciencia no es tan necia como para ignorar que el Universo presenta algunos puntos de equilibrio. Pero nos guste o no, también ha demostrado que esos “puntos” son fugaces y muy relativos. La Tierra, por ejemplo, gira alrededor del Sol y sobre su propio eje. Sin embargo, esos movimientos están muy lejos de ser precisos y constantes. Nuestro planeta no realiza jamás dos orbitas idénticas alrededor del Sol; mantiene orbitas fluctuantes y aleatorias. Además, la rotación de la Tierra sobre sí misma tiende a ralentizarse (alargando los días y las noches) y su satélite natural (la Luna) se aleja a un promedio de varios centímetros al año. Por no mencionar el cinturón de asteroides que amenaza nuestro Sistema Solar y varias veces bombardeó a la Tierra en el pasado, extinguiendo cruelmente varias formas de vida. No hay cuerpo de nuestro sistema solar que no varíe en su forma, rotación, traslación o velocidad y no esté amenazado de muerte ahí afuera, en la intemperie cósmica.

Como sea, ¿dónde está pues la precisión y constancia postulada por los religiosos y que cabría esperar si todo aquel mecanismo celeste hubiera sido planeado por una inteligencia súper perfecta como la que supuestamente tiene Dios?

A lo que voy es que los patentes pero escasos “puntos de equilibrio” del macrocosmos no significa automáticamente que el Universo haya sido “diseñado” sí o sí, y menos aún por una inteligencia “súper perfecta”. Y para demostrar mi punto, amigo lector, le propongo que hagamos lo que Albert Einstein llamaba un “experimento mental”. 

Imagine que tira un balde de pintura blanca sobre una pared negra. ¿Listo? Imagine ahora por favor que se pone a escudriñar minuciosamente la mancha resultante, como hacen los científicos con el Universo. En medio del embrollo caótico de salpicaduras seguramente se va a topar (por aquí o por allá) con algunos “puntos de equilibrio”: una línea que sin ser perfecta parece más recta que las demás o un círculo que sin ser perfecto parece más regular que los otros y le apuesto que, si se pone las pilas, incluso será capaz de identificar una que otra forma que le hará recordar alguna imagen familiar (como en el cuento “La mancha de humedad”, de Juana de Ibarborou) [2]. 

El hecho que me gustaría destacar es que la mancha del experimento mental de arriba tiene algunos “puntos de equilibrio” a pesar que no fue “planeada” ni “diseñada” inteligentemente. Y me atrevo a decir que la propia excepcionalidad y relatividad de éstos “puntos” resulta una evidencia bastante clara de que son un mero subproducto del azar y la aleatoriedad. ¿Qué regla práctica nos impide sospechar lo mismo de los excepcionales y relativos “puntos de equilibrio” detectados por la mente humana en el Universo? Ninguna, que yo sepa. A no ser, claro está, que nos encanten los malabarismos lógicos.

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En conclusión, la ciencia no ha hecho ningún descubrimiento formal y específico de que el Universo no fue creado y diseñado por una inteligencia súper perfecta. Y sin embargo, hace que nos veamos cara a cara con el hecho de que ya no hay argumentos para afirmar tal cosa, ayudando a que cada vez haya más gente que (como yo) encuentre cada vez más extrañas, incomprensibles y hasta antinaturales las creencias en lo sobrenatural y trascendente.

En ese sentido, el conocimiento científico no niega directamente las convicciones religiosas. Pero ciertamente, las corroe y desgasta desde sus entrañas como un cáustico.

NOTAS

[1] Según una creencia bastante extendido entre el público masivo, el Universo surgió de la nada (así, como por arte de magia) durante el Big Bang. Sin embargo, se trata sólo de un falso prejuicio. No dispongo de espacio para demasiados detalles. Pero en pocas palabras: durante el Big Bang el Universo no surgió de la nada (como por arte de magia) sino que adquirió su forma actual a partir de materia-energía preexistente.
[2] Hasta donde la ciencia sabe, el Universo en realidad no es algo “ordenado” intrínsecamente, en sí mismo. El hombre se encarga de buscarle regularidades y patrones para ordenarlo en su cabeza... que no es lo mismo (este fenómenos ha sido analizado por el astrofísico Victor Stenger en el Capitulo IV de su libro “God, the Failed Hypothesis”).

El mejor ejemplo que se me ocurren de lo que digo son las formas de animales y caras (o lo que sea) que somos dados a encontrar en las nubes o en las manchas del famoso Test de Rorschach. Las nubes y las manchas del Test de Rorschach no tienen una distribución preestablecida por un diseñador. Son figuras aleatorias y azarosas. Nuestra cabeza es la que proyecta sobre ellas determinadas formas.

Fuente: Mente Cultural (Faceook)

(vía mdzol.com)

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