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sábado, 12 de enero de 2013

Las madres asesinadas no existen para Rouco

José María Calleja

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No ha dicho Rouco Varela ni una sola palabra de las 58 mujeres asesinadas por 58 hombres en España en 2012.

A la hora de enumerar los problemas que acechan a la familia española, no ha tenido el jefe de la Iglesia nacional ni un segundo para hablar de las familias, estas sí, destrozadas por culpa de que un hombre ha matado a su mujer y ha dejado, en muchos casos, hijos  huérfanos, y –en casi todos– padres que han tenido que enterrar a sus hijos.

En la misa-propaganda del último domingo de diciembre, pudimos oír decir a Rouco Varela que “sin la verdad del matrimonio, el organismo vivo que es la sociedad, se desintegraría: el hombre mismo se desintegraría”.

Rouco esta acostumbrado a anunciarnos el fin del mundo los primeros viernes de cada mes y todos los fines de año, y no pierde ocasión para decir que el aborto, los matrimonios homosexuales, el divorcio y otros derechos conquistados por hombres y mujeres a lo largo de los años llevan a la destrucción de la Humanidad.

Convertida la España pecadora en tierra de misión, Rouco cree que la patria peligra si la familia no es como Dios manda. La infidelidad ha merecido más atención en su discurso que la nula presencia de  las mujeres asesinadas.

No deja de llamar la atención, a pesar de su reiteración, ese permanente tono apocalíptico que emplean Rouco y otros jerarcas de la iglesia, que encontraron explicaciones alucinógenas para el atentado del 11-M  –al atribuirlo a que en España “se había pecado mucho” (Cañizares dixit)– y que son incapaces de enunciar siquiera los problemas realmente existentes de los ciudadanos españoles en 2012.

Rouco hace compatible sus ataques contra el divorcio, con su voluntad innegociable de casar a una princesa divorciada, en la enésima demostración de la doble moral de la iglesia.

Cree que los hijos de los divorciados son destrozados  por dentro y por fuera, pero no dice ni una palabra de cómo han podido quedar de destrozados los miles de niños que en Irlanda, USA, Bélgica, Francia y tantos países del mundo, también en España,  han quedado radicalmente destrozados por las violaciones y los abusos sexuales cometidos por curas que en muchos casos eran  sus tutores, personas de confianza de esas familias, para Rouco modélicas, que cometieron el error de abrir las puertas de sus casas a curas pederastas.

Estamos acostumbrados a que en este tipo de actos propagandísticos, como el de la Plaza de Colón, en Madrid, no se haga referencia a los problemas que sí afectan a los españoles: paro, desahucios, recorte de pensiones, degradación de la sanidad y la educación públicas, falta de perspectivas profesionales de los jóvenes, evasión fiscal, dirigentes empresariales que roban, codiciosos y/o irresponsables que ponen en riesgo la vida de chicas jóvenes de fiesta.

Y eso a pesar de que el propio Rouco podía echar sus redes en ese caladero de la desesperación y tratar de ofrecer una alternativa al descreimiento general; pero no, sus preferencias son otras.

El odio obsesivo a los matrimonios entre personas del mismo sexo, en su día citado por la jerarquía eclesiástica como arma de destrucción masiva de la familia, con resultados que están a la vista, marca su agenda.

Los ataques reiterados al aborto, equiparándolo con el asesinato, término que tantos y tantos años tardó en emplear la jerarquía de la iglesia española para referirse a asesinatos evidentes, así en la postguerra, en la dictadura o por parte de determinada organización terrorista hasta hace un rato.

La consideración del divorcio como una especie de tortura para los hijos, cuando no se dice ni una sola palabra de cómo pueden vivir los hijos el hecho de que su padre insulte, golpee, torture, maltrate e incluso asesine a su madre.

Como digo, ni una palabra ha tenido Rouco para las 58 mujeres asesinadas en 2012 en España por hombres que eran sus maridos o parejas. Más de un crimen por semana. Ni para los niños asesinados por hombres en tantos casos de violencia machista, alguno de ellos ocurridos en días muy cercanos a la celebración de su misa-propaganda.

La difusión sistemática del miedo, la percusión continua de los tambores que anuncian el fin del mundo por tanto pecado, forman parte de los recursos de marketing que la jerarquía de la Iglesia española aventa de manera periódica para mantener su tinglado y que cada vez compra menos gente.

Por cierto, de pagar el IBI, también siguen sin decir ni pío.

(vía eldiario.es)

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