Por Marcelo A. Moreno
No soy un agnóstico -alguien que duda sobre la existencia de un dios- sino un ateo: alguien que no sólo no cree en ninguna divinidad sino que piensa que, en general, el papel de las religiones en la historia ha sido, con excepciones, nefasto. Algunos de los peores genocidios se han producido en nombre de “la verdadera fe”, entre ellos el de herejes y paganos.
Pero si no creo en dios alguno, no puedo dejar de creer en que usted sí existe. Y que es el primer americano y el primer argentino que llega a liderar a 1.200 millones de católicos. Una novedad que ha conmovido a toda nuestra sociedad, más allá de las creencias, los oportunismos veloces y ciertas pavorosas miserias.
Desdeñoso, una vez el dictador ruso Stalin le preguntó con cuántas divisiones contaba el Papa a uno de sus aliados en la Segunda Guerra que lo instaba a tratar bien a los católicos. No pasó ni medio siglo para que las invisibles divisiones de Wojtyla, entre otros factores, derribaran su imperio soviético.
En resumen, usted hoy es el argentino más poderoso de la Tierra, además del más célebre. Y que se siente en el Trono de Pedro le otorga a la Argentina una visibilidad en el mundo que jamás tuvo. Porque su designación consiste, probablemente, en la noticia más importante que nuestro país le ha dado al planeta. Y sólo eso significa una oportunidad única para él.
Eso no implica que usted distraiga sus energías en ayudar a resolver los muchos problemas que padece nuestra sociedad.
Pero con ese poder usted puede hacer muchas cosas. Y ya ha dado signos de buscar utilizarlo para bien. Cuando dice que querría “una Iglesia de los pobres y para los pobres” va en esa dirección. Y cuando, en su homilía de asunción, pide que seamos “custodios de la Creación, del designio de Dios inscrito en la naturaleza, guardianes del otro, del medio ambiente” envía un mensaje contundente contra los depredadores del planeta. Y en ese discurso insiste en custodiar “especialmente a los pobres”.
Con esas poderosas pero mansas palabras y los signos a repetición de menosprecio por el boato, usted ha mostrado en poquísimos días que quiere cambiar la dirección del Vaticano -hace mucho alejado de los desamparados- y ponerlo al servicio de los que necesitan todo mientras observan el espectáculo en continuado del derroche y la ostentación.
Su misma foto con la doctora de Kirchner -su primera audiencia- fue todo un símbolo: la reunión entre un hombre casi sin bienes materiales con una millonaria dada a declamar sobre la inclusión social.
Pero en un planeta gobernado por las leyes del mercado, a las que se subordinan hasta los totalitarismos más fanáticos y revolucionado por la tecnología, en el que campea desigualdad más aberrante, usted no la tendrá nada fácil.
Sobre todo porque los mismos pasillos del Vaticano son trajinados por altos dignatarios empeñados en dejar todo como está.
Quizá por eso machaca con que recen por usted. Los religiosos creen, claro, en el poder de la milagrosa oración. No sé de cielos, pero probablemente de milagros requerirá usted para lidiar con el impiadoso reino de este mundo.
(vía contextotucuman.com)
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