El principio político de la separación entre el Estado y la Iglesia pretende una separación de instituciones, lo que no implica necesariamente que haya un Estado laico.
Cada sistema define el nivel que quiere darle a la religión, lo que se determina a partir de su historia y su cultura y genera tolerancia a diversos eventos.
No es lo mismo que un presidente como José López Portillo construya una capilla en la residencia oficial de Los Pinos para profesar su religión fuera de la vista pública que postrarse como hizo Vicente Fox ante el líder de una religión.
¿Será condenable únicamente en el primer caso el uso de fondos públicos para la instalación de la capilla o lo será el hecho de la práctica religiosa?
¿Acaso el líder político debe abstenerse de cualquier práctica religiosa durante su gestión?, o ¿el asunto consiste en no contaminar ambos espacios?
En una discusión reciente sobre Israel surgió el punto de ser un país con una fuerte dominación religiosa y, sin embargo, se mantiene la democracia.
Los partidos políticos religiosos, por medio de votos, logran posicionarse políticamente.
Sin embargo, el Gobierno, con votos mayoritariamente no religiosos, permite la imposición de normas religiosas para toda la sociedad; un ejemplo es la definición de quién es judío, lo que termina por influir a la esfera civil determinando matrimonio, divorcio y hasta los entierros.
Podría pensarse que esta imposición no es democrática.
¿O acaso lo democrático reside en que no hay prohibición para la práctica de otras religiones?
El encanto que tiene Jerusalén, entre otras cosas, es que los centros espirituales de las tres religiones monoteístas del mundo están distribuidas en un radio de 100 metros, aunque las mezquitas no tengan la misma estatura del santo sepulcro y el muro de los lamentos.
Tal vez la pregunta de fondo es ¿si acaso un Estado teocrático puede ser democrático?
¿Basta que haya elecciones para que haya democracia?
La respuesta es evidente y prácticamente es un no.
Hay sistemas autoritarios caracterizados por la realización sistemática de elecciones, pero la libertad se manipula caprichosamente.
Siguiendo este planteamiento, se puede inquirir si limitar el ejercicio de la fe del jefe de Estado es un acto democrático.
Su condición lo obliga a comportamientos distintos, porque sus actos privados competen al espacio público, luego entonces, deben ceñirse a los valores públicos que en una democracia deben de ser universales.
Ni Vicente Fox debió arrodillarse ante el jefe de la Iglesia católica, que además está reconocida como Estado, ni José López Portillo debió construir la capilla, ni los gobernantes deben ir a buscar indulgencias al Vaticano.
No está muy claro si el uso de símbolos religiosos por el jefe de Estado afecta la legitimidad, aunque perturba el equilibrio que debe existir entre las instituciones políticas, porque todas las iglesias son, antes que nada, claros instrumentos de poder.
Si la presencia de partidos políticos religiosos afecta la libertad de los laicos entonces existe un déficit democrático.
¿Infringe lo democrático que un presidente bendiga en sus alocuciones, o que incluyan el nombre de Dios en sus monedas?
¿Hacer ambas cosas viola la separación entre Estado e iglesia?
¿Invocar a Dios sin apegase a una denominación religiosa especifica violenta esta separación?
En lo personal, me inclino a pensar que la respuesta depende de cada nación y que tal vez no haya un principio universal para lograr esta separación.
Un componente de la democracia es el de las libertades de las minorías, y aunque una coalición con los partidos religiosos los conviertan en bisagra, no deberán imponerle al todo social sus principios, como sucede en países musulmanes que prohíben otras religiones.
Recientemente se desató un escándalo con una aerolínea que no transporta judíos hacia Arabia Saudita porque este país no les concede los visados.
Es tan importante la libertad de practicar las creencias que la de no practicar ninguna y un régimen democrático está obligado a preservar los espacios de cada una de estas preferencias; este no es un tema menor especialmente ahora que hay cambios sustanciales en las religiones, incluyendo las fracturas en las "grandes" y el surgimiento de muchas otras.
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