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lunes, 31 de marzo de 2014

¿El boom del ateísmo? conozca la historia de este grupo de caleños

El País / Su nombre es Roberto Oliveros. Tiene 33 años y es ateo. Lleva unos jeans, camisa manga corta azul que en el lado izquierdo del pecho dice 'teacher', gafas de aumento. Sus ojos son color verde. Roberto es docente.

Está sentado en una de las mesas de la Biblioteca Departamental de Cali. Este y la Universidad del Valle, dice, son de los pocos sitios de la ciudad en donde la Asociación de Ateos se puede reunir sin temor a que los linchen, aunque propiamente en la Biblioteca no pueden hacer ninguna manifestación o conferencia sobre ateísmo. La Biblioteca se rige por una política mundial de la Unesco: ninguna biblioteca pública puede incidir en política o religión. En la Departamental, entonces, los ateos solo se pueden encontrar para conversar entre ellos.

Por Facebook les han enviado amenazas. Grupos que se hacen llamar Los Caballeros de Cristo y los Caballeros de la Virgen los han llamado "escorias de la sociedad". A Roberto, que es el presidente de la Asociación, no se le hace extraño.

Hace mucho, cuando estaba solo y no tenía la obligación de conseguir demasiado dinero para vivir - ahora tiene una pareja y un hijo de 7 años - trabajó en oficios de poca remuneración. Fue mensajero, por ejemplo. Recorría la ciudad en moto entregando sobres y paquetes.

En ese trabajo entendió que creer en Dios en Colombia es, para la mayoría, algo natural. Tan natural como tener dos piernas, dos brazos, una cabeza. Se cree porque hay que creer. Porque todos creen. Por convicción, obligación, costumbre o porque sí, pero se cree sin la más remota posibilidad de dudar.
El que decida lo contrario es visto como un extraño. Como alguien que va por ahí muy orondo con tres cabezas y cinco brazos. Un ser demasiado raro. Y lo raro infunde miedo, sospecha. En su época de mensajero, recuerda Roberto, sus compañeros de trabajo se alejaban de él cuando decía que no creía en ningún dios.

Lo mismo le sucedió años después, cuando empezó a dar clases. Técnicamente no lo expulsaron de algunos colegios por ser ateo, pero una vez terminaba su contrato no se lo renovaban. No importó que fuera considerado por sus colegas y alumnos como buen profesor o que en sus clases, jamás, difundiera el ateísmo. Lo que hace, en cambio, es mostrarles a sus estudiantes varias teorías, posibilidades que expliquen el mundo. La educación, piensa Roberto, debería ser así: no imponer nada sino mostrar caminos para elegir.

Roberto nació en un hogar católico. Lo bautizaron como a todos, cuando cumplía meses y no tenía opción de decidir si quería ser bautizado o no. Hizo la Primera Comunión. Pero a los 13, 14 años, empezó a buscar otro tipo de información, de explicaciones a sus preguntas sobre el origen del universo. También se vinculó a un proyecto político juvenil llamado Asodesca (Asociación de Estudiantes de Secundaria de Cali) muy ligada a la juventud comunista. Cuando se retiró, a sus 16, 17 años, empezó a interesarse por la cultura.

Roberto, que estudió historia en la Universidad del Valle y ahora cursa otra licenciatura en ciencias sociales, cree en el materialismo filosófico. No es el materialismo de quien está apegado a las cosas materiales. Roberto considera que la existencia, no solamente humana sino de las otras especies, del cosmos mismo, es material. Y que esa materia lo que ha hecho es evolucionar a través del tiempo y adoptar diferentes formas. Entre otras cosas, la Asociación de Ateos de Cali se dedica a la divulgación científica. Organizan seminarios sobre astronomía, charlas sobre los nuevos hallazgos de la teoría de la evolución y eso sí lo pueden realizar en la Biblioteca Departamental.

La Asociación de Ateos nació legalmente en mayo de 2012. Fue la primera de Colombia. Ahora también existen en Bogotá, Barranquilla y Pereira. La de Cali está registrada ante la Cámara de Comercio y la conforman una treintena de personas que, como Roberto, son sobre todo académicos: Ricardo Infante es diseñador gráfico; Luis Molina, ingeniero en sistemas; Carlos Alberto Garcés, economista. También hay investigadores, docentes, ingenieros, fotógrafos, historiadores, abogados, un médico cirujano.

Fabián Granobles Ocampo, 26 años, es filósofo. En todo el país, calcula, pueden ser 500 los ateos militantes y su intención no es andar por ahí ocultos, escondidos, temerosos de los señalamientos.

Porque otro de los objetivos de la Asociación es desmitificar el ateísmo y para ello hay que darse a conocer, dar la cara. "No somos el coco que la sociedad cree. Somos libre pensantes, personas que están dispuestas a trabajar por la sociedad", dice Fabián.

Sin embargo algunos los confunden con satánicos, cuando ellos tampoco creen en el diablo. Otros los llaman anticristos, inmorales. Otros simplemente los llaman estúpidos. ¿Acaso ver un arco iris, una mariposa de colores, el sol, el mar, no es suficiente para cerciorarse que existe Dios?, se preguntan.

Otros en cambio les temen, los confunden con brujos o gente que practica rituales ocultos, cuando ser ateo es lo apuesto a todo ello: es simplemente no creer en dioses.

Esa opción de pensamiento, interviene Roberto, no los hace ni buenas ni malas personas. Tampoco intelectuales o más inteligentes que los demás. Simplemente optaron por creer en otras teorías distintas a las religiosas. Los ateos, en resumidas cuentas, son ciudadanos corrientes. Puede ser el que maneja el bus, aquel policía que custodia el orden público, el profesor de matemáticas.

El Padre José Gabriel Gómez, del templo del Sagrado Corazón de Jesús de Cali, concuerda en ese punto con ellos. Considera que mientras una persona actúe de acuerdo a la ética, no interesa en realidad a qué religión pertenezca.
El mismo Papa Francisco lo ha dicho: "los ateos son buenos si hacen el bien. La Iglesia está no solo para confirmar en la fe en Jesús a los creyentes, sino también para suscitar un diálogo riguroso con quien se define un no creyente".

En la Asociación, sin embargo, no trabajan para que otros se conviertan en ateos. En realidad les tiene sin cuidado lo que crea o no el resto de la humanidad. Su lucha, en cambio, es más política, aunque tampoco son un movimiento político. Son, mejor, un movimiento civil que busca incidir en la política del país en un sentido: separar el Estado de la religión, sea cual sea.

Es decir: buscan que no se gobierne, no se legisle, según la religión de los gobernantes, sean católicos o protestantes. Y es lo que está sucediendo hoy en el país, considera Roberto.

Los ejemplos abundan. El procurador Alejandro Ordóñez, un católico recalcitrante, comenta, ha estigmatizado como pecado la posibilidad legal que deberían tener dos personas del mismo sexo que se amen de unirse en matrimonio civil. También, desde la Procuraduría, se ha orientado a los médicos para que argumenten la objeción de conciencia y no practiquen abortos en tres casos puntuales que, según la sentencia T355 de 2006 de la Corte Constitucional, están despenalizados en el país: si hubo una violación sexual, si la madre está en riesgo de muerte o cuando el feto pueda padecer malformaciones.
Un concejal de Bogotá, Marco Fidel Suárez, también, ha solicitado que en el país no se celebre el 31 de octubre, Día de los Niños, porque lo considera "una fiesta del diablo".

Para Roberto y para la Asociación de Ateos de Cali, entonces, un Estado dirigido bajo esas doctrinas religiosas representa un peligro contra los derechos y las libertades de las personas. Está bien que cada uno de los ciudadanos crea en lo que le plazca, pero no que las leyes que cobijan a todos terminen vulnerando las libertades de los que piensan distinto.

Y, se pregunta Roberto, ¿por qué parte de los recursos de los contribuyentes se destinan a financiar grupos o eventos religiosos como el Festival Gospel de Cali, cuando no todos los ciudadanos que pagan impuestos comparten las creencias de esos grupos?

La Asociación de Ateos de la ciudad le envió un derecho de petición a la Alcaldía preguntándole, precisamente, cuánto dinero se destinan para financiar actividades y grupos religiosos. El derecho de petición no ha sido respondido y Roberto advierte, antes de despedirse de la Biblioteca, que entonces instaurarán una acción de tutela.

Afuera de la Departamental, después de una tormenta que inundó a la ciudad y mientras Roberto camina por la Calle Quinta, algunos se preguntan por qué en Cali cuando llueve, pareciera el fin del mundo.

(vía entornointeligente.com)

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