De nuevo, la manida polémica de las dichosas capillas en la Universidad. No deja de sorprender la pretensión de la jerarquía eclesiástica y de algunos católicos de relacionar ciencia y religión como si no fuera un oxímoron evidente, como si se tratase de dos categorías complementarias, cuando no equivalentes. Y no menos paradójico es el esperpento de celebrar misa en el espacio público de la universidad, como estamos viendo estos días en la facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense de Madrid.
Todo comenzó en la época del rector Gustavo Villapalos cuando éste firmó el «Acuerdo sobre Asistencia Religiosa Católica», el 20 de diciembre de 1993 con el entonces arzobispo Ángel Suquía,para mantener las existentes y favorecer la apertura de nuevos espacios de culto católico en aquellas facultades donde no había. Como muestra la foto del acto inaugural del edificio de la facultad de Medicina en la Ciudad Universitaria de Madrid poco después del triunfo fascista, la universidad española, como toda España, no ha permanecido separada de la religión oficial. Ni siquiera, como sabemos, durante la Transición, a pesar de la Constitución española.
Fruto de aquellos tiempos son estos lodos. Ningún gobierno democrático, incluidos los socialistas, ha movido un dedo por ejecutar de facto esa separación, tampoco en la Universidad. Ésta, y particularmente la Complutense de Madrid, ha mantenido desde el franquismo una muy cordial relación con la Iglesia Católica, bien a través de sectas integristas como el Opus Dei, los Legionarios de Cristo o Comunión y Liberación, Hazte Oír o Más Libres, u organizaciones de extrema derecha como las extintas Fuerza Nueva o Guerrilleros de Cristo Rey, o las vigentes Alternativa Española, Falange o Democracia Española, entre otras. Relación tan cordial que llega a ser íntima, cuya influencia a través de profesores y autoridades académicas en el mismo rectorado y en determinadas facultades de la Complutense como Derecho, Ciencias de la Información o Educación, ha condicionado durante años muchos planes de estudio y buena parte del discurso académico.
La fe como estratagema de inmunización contra la crítica, señalaba Bertrand Russel en Sobre Dios y la religión(Ed.Martínez Roca1992), es "n go de o e e id. do és, die bla de'; o o l ar que a ra es dda, ndo pebas pr e desembor n .
En la Universidad pública se enseña conocimiento científico basado en la razón, no en la especulación de la fe o del dogma. No tiene, pues, sentido racional alguno la existencia en su seno de capillas ni otros lugares de culto, ni siquiera como fuente de ingresos, del mismo modo que carecería de razón enseñar en las aulas universitarias astrología, quiromancia o ufología bajo premisas epistemológicas.Cada cosa en su espacio propio: la oración, la fe y los dogmas en los lugares de culto; la ciencia, la razón y el pensamiento en la Academia.
Por ello, creemos que el debate no es si debe haber espacios ecuménicos de culto para uso de cualquier creencia religiosa, o si las capillas deben ocupar otros espacios o si la universidad debe cobrar un alquiler a la autoridad eclesiástica para hacer uso de aquéllos. El debate es si la universidad pública debe dejarse condicionar, como en el franquismo, por los imperativos de las religiones, sea la católica o cualquier otra, y mantener o no su laicidad, donde prime el pensamiento lógico, la docencia, el estudio y la investigación científica. Un debate, en cualquier caso, cuya respuesta no debe dejar ninguna duda si se desarrolla bajo premisas universitarias, académicas y científicas.
Por Javier Gimeno Perelló | Bibliotecario de la Universidad Complutense de Madrid
(Via nuevatribuna.es)
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