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jueves, 25 de noviembre de 2010

La repolitización de la religión

ALFREDO TORO HARDY
jueves 25 de noviembre de 2010
Fuente: eluniversal.com

A finales de la década de los setenta se evidenció el emerger del fundamentalismo dentro de las religiones cristiana, judía y musulmana. El denominador común fue la reacción ante los retos disociadores de la modernidad y la búsqueda de un reencuentro con las certidumbres inmutables de los textos sagrados. Ello representó un rechazo al secularismo dominante y un intento por afirmar la primacía de lo religioso sobre las demás esferas de la vida social, con particular referencia a la política. Como fenómeno fue expresión de las tres religiones monoteístas citadas, por el simple hecho de que respondía a una interpretación literal de los textos y cánones sagrados: el Corán y la Shaira para los musulmanes, la Torah para los judíos y la Biblia para los cristianos. Dicho literalismo no encontraba sustento en otras religiones. En definitiva, el fundamentalismo entiende la "verdad revelada" en forma textual y desprovista de su carácter simbólico.

El islamismo, sinónimo de fundamentalismo musulmán, se consagró con el triunfo de la revolución de Jomeini en Irán y tomó cuerpo en años subsiguientes a través de un conjunto de agrupaciones diversas, varias de las cuales se adentraron por la ruta del terrorismo. El fundamentalismo judío se expresó básicamente a través de los movimientos Gush Emunim y Haredim. El fundamentalismo cristiano, por su parte, fue esencialmente protestante, evangelista y de raigambre estadounidense, expandiéndose luego hacia otras regiones del globo. En palabras de Karen Armstrong: "El asalto fundamentalista tomó a los secularistas por sorpresa. Éstos habían asumido que la religión nunca volvería a jugar un papel relevante en la política, pero durante el período final de los setenta se produjo una explosión militante de fe... En lugar de recurrir a alguna de las ideologías modernas, estos tradicionalistas radicales citaban a las escrituras, así como a leyes y principios arcaicos que resultaban por entero ajenos al discurso político del siglo XX" (The Battle for God, London, 2000).

También el catolicismo evidenció un marcado retorno al tradicionalismo al finalizar la década de los setenta, con la elección de Juan Pablo II. Si bien éste resultó un evangelizador y ecumenista sin par, su pontificado adentró a la Iglesia por la ruta del integrismo (que no ya del fundamentalismo). Abandonando el espíritu de colegialidad derivado del Concilio Vaticano II, Wojtyla retomó los cauces del Concilio Vaticano I de 1869. Su anclaje en la ortodoxia generó una insalvable distancia entre el relativismo moral propio de la modernidad y el absolutismo de la "verdad revelada". Su sucesor, Ratzinger, acrecentó esta tendencia.

Para Fernando Savater: "La radicalización integrista de la Iglesia católica es evidente... Se trata de un fenómeno que Díaz-Salazar llama la 'repolitización de la religión'". Según Savater, la Iglesia busca "recuperar cierta tutela ideológica y una especie de capacidad legitimadora del poder sobre las atemorizadas democracias" ("Fe religiosa y libertad cívica", El País, 26 enero 2008). Dentro de las tres creencias monoteístas se evidencia un intento de superposición de la religión sobre el ámbito de la política, mediante la reafirmación de la tradición.

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