Páginas

viernes, 11 de febrero de 2011

Confidencias de un ateo

No creo que ningún dios exista. Ni Thor, ni Ra, ni Yahvé, ni Shiva, ni ningún otro. Soy, por tanto, ateo.  De vez en cuando tengo algún debate sobre el asunto, a veces con creyentes más o menos verdaderos, a veces con agnósticos más o menos reflexivos. El debate suele plantearse de una manera que, en mi opinión, es errónea y que parte de la suposición de que ser teísta es lo natural y que ser ateo es la consecuencia de algún proceso que te lleva desde el lado "bueno" al "malo". No es mi caso y comentaré algo de eso a continuación aprovechando que acabo de leer un post en la Ciencia y sus Demonios que dice que la "hipótesis de dios" no puede ser abordada desde un punto de vista racional y con el que no estoy completamente de acuerdo.

Evolución: del pensamiento mágico al pensamiento racional

En cierta ocasión una creyente me preguntó cómo había perdido la fe. La pregunta estaba equivocada e intenté explicarle la razón. De niño yo iba a misa, hice algún curso de catequesis y confesaba mis "pecados". No quedaba otro remedio, por supuesto, ya que estábamos en una sociedad que se declaraba católica. A resultas de todo eso creía en el dios de los católicos, y esto es lo importante, del mismo modo con el que creía en los Reyes Magos o en la bruja buena que vivía en la casa blanca del camino al río. El tiempo pasó y como todos los niños me enteré de qué iban los regalos navideños y que aquella bruja era una señora como cualquiera otra. En ese proceso, el dios de los católicos siguió el mismo camino que los otros personajes de ficción infantil y lo hizo sin mayor algarabía ni crisis existencial. Hoy sigo considerándolo justa y solamente eso, una de tantas cosas que los niños creen pero que al crecer vemos como una de tantas fantasías de un periodo donde la inmadurez nos hace compatibles con el pensamiento mágico.

Esa parte de mi vida mostró simplemente que el adoctrinamiento sufrido durante años tuvo que rendirse a la razón, la herramienta que uso para intentar distinguir lo verdadero de lo falso. Otros niños no tuvieron esa posibilidad y, tal vez más influenciables o menos reflexivos, ya no cuestionaron las "verdades" que les inculcaron en una época especialmente vulnerable.

Una vez que descartas a los Reyes Magos y los colocas en el cajón de los seres imaginarios es casi imposible que vuelvas a creer en su existencia. Has leído, has estudiado, has reflexionado, has vivido. El resultado es que poco a poco vas organizando una concepción de mundo basada ya en tus experiencias y no en lo que te cuentan tus padres o el cura de la parroquia. En esa cosmovisión podrías incluir a los Reyes Magos pero eso no sale gratis ya que suponer su existencia generaría conflictos incompatibles con el resto de tu experiencia.
Con los dioses me pasa exactamente lo mismo: los que creen en ellos me cuentan que tienen unas propiedades tan increíbles que el choque con la realidad se me antoja insalvable. Para su pesar, creer en esta etapa de mi vida ya no es lo mismo que creer de niño: el pensamiento lógico ha sustituido al pensamiento mágico y la confianza incondicional en lo que te cuentan ya no existe. Leo por ahí que este proceso me ha convertido en un positivista, filosóficamente hablando. Aparte de las denominaciones, en este momento serían necesarias pruebas extraordinarias para convertirse en un teísta y toda mi experiencia me dice que semejante pruebas no existen.

Probando, probando (o intentándolo)

Con lo anterior creo que mi opinión sobre este tema queda bastante clara pero podemos dar un par de pasos más. La pregunta del millón es, por supuesto si la existencia de un dios puede ser probada. Aquí comienzan a manifestarse los conflictos con los adictos al pensamiento mágico ya que es necesario un consenso sobre que consideramos "prueba". Algunos "mágicos" defienden que su única experiencia personal es prueba suficiente: ellos "saben" que dios existe, luego dios existe. Lo sorprendente es que la incoherencia de su argumento no les es evidente. Si funcionara, el yeti, las abducciones extraterrestres y la Tierra plana serían reales solo porque alguien cree en ellos. En resumen, si alguien tiene una epifanía o un "viaje" puede acabar creyendo en un dios y estar convencido, más allá de cualquier duda, de su existencia pero esa "existencia" no se transfiere mágicamente a la realidad. Curiosamente, este argumento fue utilizado sin rubor en foros presuntamente serios.

Otros "mágicos" intentan acercarse a un concepto de prueba más general. Aquí hay dos tendencias que, en mi ignorancia de la terminología filosófica, llamaré respectivamente "prueba argumental" y "prueba empírica".
La prueba argumental se basa exclusivamente en razonamientos que aplicando la lógica y los conocimientos disponibles intentan llegar a la conclusión de que un dios existe (o de todo lo contrario). Los más conocidos son el argumento ontológico y el cosmológico. Desde mi punto de vista, las pruebas basadas en argumentos verbales tienen un problema fundamental aparte de su mayor o menor consistencia lógica: dan a entender que el salto desde el mundo de las palabras al mundo real tiene efectos reales o, dicho de otro modo, un argumento aparentemente correcto ejercerá una misteriosa fuerza sobre la realidad que hace que esta se adapte a lo que de él se deduzca. Insisto en la expresión "aparentemente correcto" porque en el pasado se han propuesto muchos argumentos que hoy se revelan de una candidez extrema pero que entonces parecían irrefutables. Entre unos y otros solo ha cambiado nuestro conocimiento del mundo. En mi opinión, un argumento formalmente correcto (aparentemente correcto) es poderoso en el sentido de que puede ser un estímulo intenso (piensen en los "experimentos mentales" de Einstein) pero le falta un requisito: el contraste empírico. Conste que lo mismo es aplicable a los argumentos en sentido contrario, como la paradoja de Draygomb, por poner un ejemplo cualquiera.

Y llegamos al final porque ese contraste empírico es el último tipo de prueba y, de hecho, la única que desde mi enfoque sería aceptable y suficiente. Hasta el presente, entiendo que la única prueba empírica que los "mágicos" pueden esgrimir son los llamados "milagros", hechos que la ciencia no es capaz de explicar y que al violar las leyes de la naturaleza prueban que hay una intervención sobrenatural que se atribuye a un dios. En mi opinión, esas pruebas presentan un par de problemas que las hacen insuficientes. El primero es que el hecho de que la ciencia no sea capaz de explicar algo hoy no significa que no pueda hacerlo mañana. El segundo, el más importante, es que el hecho de que la ciencia no pueda explicar algo hoy, o mañana, o nunca, no prueba ni implica que la causa sea sobrenatural siendo indicio únicamente de nuestras limitaciones. En los "milagros", la relación causa (un dios) efecto (curación, por ejemplo) siempre es un suposición, una afirmación gratuita que los creyentes aceptan sin más y que yo veo con absoluto escepticismo.

Dioses con atributos humanos

Finalmente, en las discusiones suele aparecer la pregunta ¿y tú puedes demostrar que los dioses no existen? A eso se suele contestar de dos formas. La primera es que la carga de la prueba corresponde al que afirma su existencia. Es una respuesta razonable pero insatisfactoria porque realmente no responde a la pregunta. La segunda es que no es posible demostrar la inexistencia de algo como "dios". La primera dificultad radica en la propia demostración de "inexistencia": yo no puedo demostrar que nuestro universo no es una simple vesícula en el interior de una gigantesca serpiente que vive en un mundo de seis dimensiones. Pero si yo lanzara esa afirmación no me extrañaría de que cualquiera me pida pruebas de semejante atrevimiento y esas pruebas deberían ser rotundas.

La serpiente cósmica en cuyo interior se aloja nuestro universo.
Con la existencia de uno o varios dioses pasa lo mismo pero solo hasta cierto punto ya que el entusiasmo de los creyentes les ha llevado a cruzar una línea de difícil retorno. Por ejemplo, los cristianos asignan a su dios propiedades extraordinarias, entre ellas el ser omnipotente, omnisciente e infinitamente bueno y misericordioso entre otras cosas. Esas supuestas características divinas han creado un enorme cúmulo de problemas ya que, a cualquiera con un mínimo de comprensión lectora le resulta evidente que en su libro sagrado ese dios manifiesta frecuentemente una crueldad espantosa. Incluso haciendo abstracción de ese libro, la existencia de víctimas inocentes en desastres naturales es incompatible con la bondad y omnisciencia de su dios. En algunas discusiones con fundamentalistas bíblicos yo les ponía el ejemplo siguiente: estoy observando a un niño jugar y me doy cuenta de que un camión está dando marcha atrás y va a aplastarlo; si yo puedo retirar al niño de ese lugar pero me quedo mirando como muere sin hacer nada, la mayoría de la gente dirá que soy un malvado. Por ese mismo motivo, la existencia de un dios con las características del cristiano se da de bruces con la evidencia de la realidad.

Finalizando

Verán que no me he puesto a discutir sobre lo positivo o negativo de las religiones ya que el objetivo del post es simplemente contarles el punto de vista sobre los dioses, punto de vista extrapolable a todo el cortejo de seres sobrenaturales que suelen acompañarlos en la mayoría de las religiones. Lo que sí me gustaría destacar es que todos los creyentes de las religiones monoteístas niegan los dioses de los demás. Son ateos para todos los dioses menos uno que, casualmente, suele coincidir con el de la religión que le inculcaron de niño. Dada la diversidad de dioses en los que la humanidad cree, se me hace especialmente llamativo que cada cual vea tan evidente la falsedad de los ajenos como la realidad del propio. 
(vía golemp.blogspot.com)

No hay comentarios: