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lunes, 1 de agosto de 2011

¡Dioses!

Gonzalo Pérez del Castillo

Un querido amigo creyente me preguntó el otro día cómo era que proviniendo de familias tan católicas por parte de padre y madre, yo había resultado ateo. Contesté que no había sido fácil y que era el corolario de un largo peregrinaje en el cual fui mutando de católico a cristiano, de cristiano a agnóstico y de agnóstico a ateo pero que, ya en la vejez, estaba mutando otra vez. Sonrió y, con indisimulada esperanza, me preguntó si había visto la luz al final del túnel. Mi respuesta lo dejó perplejo.

Cambiemos de tema. Tengo un nieto de 5 años en Italia que se llama Diego (no por Forlán, pero podría haber sido) que es un hincha a muerte de la celeste. El año pasado nos tocó estar juntos en la pequeña isla del Giglio en el Mar Mediterráneo cuando salimos cuartos en el Mundial. Fuimos a ver los partidos al bar del Puerto con toda la familia, con banderas y con Diego vestido con la camiseta de Uruguay que le llevamos de regalo. Los muchachos en la cancha hicieron un estupendo trabajo, pero nosotros en el bar también. Los tanos ahí presentes estaban bastante proclives a hinchar por los europeos, cuando llegamos, pero terminaron todos gritando los goles yoruguas. Diego ayudó por supuesto, pero también favorece que los muchachos en la cancha se llamen Lugano, Scotti, Fucile, Victorino, Cavani… Al primero que intentó demostrar un pizco de simpatía por Holanda, le caímos (amablemente) con "¡Traditore!". "¡Vergogna!". "¡Sangue del vostro sangue!". Los demás se quedaron muzzarella. Y al ratito se habían puesto todos la celeste a muerte porque ¿total? los azzurri estaban afuera, esos muchachos con esos nombres no eran evidentemente descendientes de turcos ni de alemanes, y ¿a quién no le gusta estar en las semifinales?

Por la noche Diego me preguntó por qué los uruguayos éramos tanto mejor que los italianos y yo, sin entrar en inoportunas y deshonrosas precisiones, le contesté: "porque tenemos la garra charrúa". Ahí recordé que mi abuela materna (futbolera perdida) me hablaba a mí de niño de la garra charrúa. Y después mi padre, y después mis amigos y después yo a mis hijos, y ahora a mis nietos. La garra charrúa es por lo que se nos identifica, es lo que los técnicos exigen a sus jugadores, lo que los hinchas reclaman, lo que los muchachos usan para alentarse entre ellos. Y esto, desde hace años y ahora en la Copa América otra vez, y seguirá por años. La garra charrúa existe. ¿Quién puede negar que la garra charrúa existe?

Volvamos a mi amigo que quedó perplejo cuando le contesté que yo seguía siendo ateo, fundamentalmente, pero que era imposible negar la existencia de los Dioses. Los Dioses existen como la garra charrúa. Todas las civilizaciones tuvieron uno o muchos Dioses. Los Dioses jugaron un rol central en la vida de los pueblos y en la historia de las naciones. En nombre de los Dioses o para halagarlos se hicieron cosas grandiosas y terribles. ¿Quién puede negar que los Dioses existieron? ¿Quién puede negar que los Dioses existen?

Le propuse que ideáramos una nueva religión donde los Dioses no crean nada, no tienen nuestra imagen o semejanza, no juzgan a nadie, no salvan ni condenan a nadie, ni antes ni después de muertos, no intervienen, no ayudan ni al que va a patear el penal ni al que lo va a atajar, por más gestos e invocaciones que les hagan el uno y el otro…

Tenía bastante más para proponer y desarrollar pero mi querido amigo se alejó meneando la cabeza.

(vía elpais.com.uy)

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