Víctor Moreno
El lector podría suponer legítimamente que coloco la ciencia, el materialismo, la ciencia, el racionalismo, el positivismo y, por supuesto, el ateísmo, por encima de la fe, de las creencias y supersticiones varias. Y acertaría.
Sin embargo, se equivocaría si considerase a continuación que mantengo que la vida es más llevadera, tiene más sentido, es más plena, y todo eso que se dice, si quien lo afirma es ateo, materialista y racionalista. No. Las cosas no son tan sencillas. Desde esta perspectiva ética, el ateísmo ni está por encima ni por debajo de la fe. Tampoco la ciencia. Lo he repetido varias veces: se puede ser un asesino siendo creyente y, por supuesto, ateo. La perpetración de burradas de la SH (sociedad humana) no tiene fronteras de credo y de ciencia. Entre los protestantes, los católicos, los mormones puede haber tanta gente nefasta para la especie como entre los matemáticos, los físicos y los químicos a secas. Ninguna fechoría le es ajena al creyente como al ateo. Ni la ciencia nos otorga el sentido pleno de la existencia, como tampoco nos lo da la fe. Puede que a unos sí, y a otros no. Pero si la religión da sentido, también lo puede dar la ciencia y el ateísmo, que sería la concesión educada que muchos creyentes, entre ellos capitostes de altura, se niegan a admitir.
Dicho lo cual, sí mantengo que las mayores dificultades que pueden encontrarse en el ser humano para evolucionar, cambiar, transformar, aceptar los nuevos contrastes que ofrece la vida y los descubrimientos de la ciencia, proceden del sistema de a prioris, de creencias que derivan de la religión. Una persona religiosa está menos inclinada al cambio que una que no lo es. Acepto excepciones que pondrán a prueba la regla, pero ésta seguro que se mantiene inalterada en la mayoría de los casos comparados.
Yo no he visto a nadie poner tantas pegas a los nuevos avances científicos como a la jerarquía eclesiástica. Mientras que los científicos discuten sus descubrimientos, sus intuiciones, sus atisbos de verdad, ciertas religiones lo único que hacen es llevar a sus fieles a destrozarse entre sí, a matarse y a anularse como personas. Las leyes de la naturaleza son universales, en cambios las leyes que rigen las religiones no, porque, si no, no andarían en el mundo como andan, tan diferenciadas y tan enfrentadas entre sí.
Es más. Cada persona si lo quisiera podría fabricarse una religión a la medida de sus exigencias y sus vicios, como hacían los cenobitas de la Tebaida. Juntar en un concilio todas las religiones del mundo ocasionaría tal caos que sus asistentes terminarían seguramente a tiros o a cuchilladas. Recuérdese que detrás o delante de cualquier conflicto internacional se esconde casi siempre un fundamentalismo religioso. En España, la mayoría de los conflictos –no derivados de forma inmediata de la economía- surgen gracias a la intervención del integrismo religioso que representa la jerarquía eclesiástica. Las últimas manifestaciones populares que se han manipulado en este país fueron ordeñadas por el poder religioso: educación (religión como asignatura de por medio), aborto y matrimonios gay.
La naturaleza tiene sus leyes que hay que descubrir y a ello sirve la ciencia. La religión, en cambio, ¿qué es? Difícil responder, porque cada cual la hace sayo de su capa. Para Rouco es una cosa y para Tamayo es otra. Para Varela es un cuerpo de doctrinas determinado y para Pagola otro. No concuerdan siquiera ni en la misma idea acerca de Jesús. La moral, que Cañizares hace derivar de sus planteamientos religiosos, no se parece para nada a la moral cristiana que tenía el difunto Miret Magdalena. Ni siquiera coinciden en la celebración litúrgica de los momentos más sagrados de la religión. Unos creen en la transubstanciación y otros no. Unos creen en la Inmaculada virginidad de María, aquellos no.
Y, si se trata del cultivo de la espiritualidad, las diferencias son abismales. En parte, porque cultivarla no requiere ningún tipo de religión. San Francisco de Sales, en Introducción a la vida devota (1608), señalaba que la espiritualidad no está reservada al clero y a los monjes, sino que conviene a toda suerte de vocaciones y de profesiones.
Pero cuando se hace esta observación distintiva -que, dicho de pasada, también estaba en Sales-, algunos creyentes establecen la existencia de una doble espiritualidad: la mística, y la que está reservada a los demás mortales, al parecer, cultivadores de su interioridad de un modo zarrapastroso y sin profundidad alguna.
Olvidan estos místicos que la espiritualidad es una fuerza interior que se abre a la realidad para interpretarla y, así conocerla, y al hacerlo, interpretarse y conocerse uno mejor. Por eso, me temo que la espiritualidad que defienden estos místicos empieza y termina en su concavidad craneana, completamente cerrada y ciega a lo que ocurre en la realidad y establecer con ésta una relación dialéctica. La fuente de verdad de la espiritualidad mística sigue siendo un pozo lleno de agua estancada, que sólo devuelve a quien la revuelve los olores de una vanidad más o menos satisfecha.
El término sagrado no tiene nada que ver con lo religioso ni con lo que los curas han hecho de su significado, siempre relacionado con misterios insondables que, inevitablemente, conducen a Dios, y si no conducen es porque no se ha transitado por dichas sendas.
Como dicen Georges Charpak y Roland Omnés “lo sagrado se opone a lo místico en la medida en que se refiere a una verdad surgida de la ciencia, que debe ser descubierta y verificada, y de otra, una verdad guardada bajo siete llaves por un tabú para toda la eternidad” (Georges Charpak y Roland Omnés, Sed sabios, convertíos en profetas, Traducción de Javier Calzada, Anagrama, Barcelona, 2005).
La religión es un concepto polimorfo. Mándese escribir su definición en una hoja a dos personas con cierta cultura. Compárense sus contenidos y se comprobará las diferencias entre ellos. Para algunos ni siquiera es condición indispensable para aceptar la existencia o no de Dios.
Puede que en algunos casos, la misma condición humana y su destino estén condicionados por el sentido religioso que uno tenga. Sería lo mismo. No hay religión en el mundo que mantenga los mismos principios escatológicos sobre ambas cuestiones. Cada cual se lo monta a su manera, determinado por unas circunstancias históricas que se remontan vete a saber.
Desgraciadamente, las religiones, en lugar de unir a los seres humanos, los llevan a la desunión, la cual puede explotar en cualquier momento la bomba de la discordia, de la guerra y de la muerte. Cosa que no ocurre con el ateísmo.
(vía nuevatribuna.es)
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