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miércoles, 12 de octubre de 2011

Religión en las elecciones

Roberto Blancarte

El viernes pasado se abrió formalmente el periodo electoral 2011-2012, que conducirá a la elección no sólo del presidente de la República, sino de casi una decena de gobernadores de diversas entidades del país, al jefe de Gobierno del Distrito Federal, 500 diputados federales, 128 senadores y muchos otros funcionarios locales. Esto sucederá en medio de una de las más grandes embestidas del conservadurismo en México, desde las luchas que tuvieron lugar a mediados del siglo XIX y que culminaron con la adopción de las llamadas Leyes de Reforma. Ni siquiera durante la Revolución los grupos conservadores tuvieron tanta fuerza ni se infiltraron en las instituciones políticas y gubernamentales como ahora lo han hecho. Lo cierto es que ahora el conservadurismo, y sobre todo aquel que abreva del integrismo religioso, está presente en la Presidencia de la República, en el Senado, en la Cámara de Diputados, en los gobiernos estatales, en las diputaciones locales, en los municipios y en muchos medios de comunicación. Y aunque es claro que la influencia religiosa tiene su mayor impacto en el Partido Acción Nacional, ésta se ha extendido perniciosamente al PRI, al amparo de dirigencias especuladoras del voto y poco respetuosas de su ideología laicista. Es igualmente cierto que la influencia del pensamiento religioso en la vida política se ha apoderado de algunos partidos y movimientos de izquierda; mesianismos e ignorancia populista se mezclan para abrirle paso a lo religioso en la política. No estoy estableciendo una condena; estoy haciendo una descripción. El fenómeno es, por lo demás, mundial. Afecta a muchas sociedades y está generando problemas porque entra en contradicción con otros procesos sociales y culturales importantes que han moldeado amplias libertades.

José Casanova, en su ya clásico libro Public religions in the modern world, publicado hace casi 20 años (University of Chicago Press), expuso esta situación claramente. La tesis principal de su estudio era que “estamos presenciando la ‘desprivatización’ de la religión en el mundo moderno. Por desprivatización entiendo el hecho de que las tradiciones religiosas alrededor del mundo se niegan a aceptar el papel marginal y privatizado que las teorías de la modernidad, así como las teorías de la secularización les han asignado. Han aparecido movimientos sociales que son religiosos en su naturaleza o están desafiando en nombre de la religión la legitimidad y la autonomía de las principales esferas seculares, el Estado y la economía de mercado…Uno de los resultados de esta continua contestación es un proceso dual e interrelacionado de repolitización de las esferas privada, religiosa y moral y una renormativización de las esferas públicas económica y política.” Casanova, actualmente profesor de la Universidad de Georgetown, propiedad de la Compañía de Jesús, no es, contrariamente a lo que se podría pensar, un defensor de lo que él ha llamado la “desprivatización” de lo religioso o un acérrimo crítico de la secularización. Por el contrario, en sus reconocimientos iniciales señala: “Mis más profundas deudas [académicas se entiende] son privadas y aquí me gustaría respetar sagradamente esos límites entre las esferas pública y privada que son tan cruciales para sostener y proteger a ambas”. Luego, a propósito de la secularización señala: “El poco elegante neologismo ‘desprivatización’ tiene un propósito doble, polémico y descriptivo. Pretende, en primer lugar, poner en cuestión esas teorías de la secularización que han tendido no solamente a asumir, sino también a prescribir la privatización de la religión en el mundo moderno. Sin embargo, aunque estoy de acuerdo con muchas de las críticas que han sido elevadas recientemente [década de los 80 del siglo XX] contra las teorías dominantes de la secularización, no comparto la perspectiva de que la secularización era, o es, un mito. El núcleo de la teoría de la secularización, la tesis de la diferenciación y emancipación de las esferas seculares respecto a la normas e instituciones religiosas, sigue siendo válida.”

En pocas palabras, el proceso de secularización sigue su curso, impulsado por la creciente autonomía respecto a las normas e instituciones religiosas, de la economía (el mercado) la política (el Estado), la cultura (la ciencia y la educación). Y sin embargo, lo religioso, y las religiones en particular, se resisten a ser confinadas al espacio privado. Disputan a esas esferas la autonomía que la política, la economía y la cultura habían penosamente obtenido. Algunas iglesias están permanentemente intentando influir en el espacio público, establecido como neutro en términos religiosos por el liberalismo y la modernidad política, desde hace por lo menos dos siglos. Lo que presenciamos ahora en México es esa lucha, donde la secularización prosigue, pero el Estado laico pierde terreno frente a esta embestida religiosa. Lo que veremos en los próximos meses, durante la campaña, es cómo algunos de los políticos y candidatos de la mayor parte de los partidos y movimientos políticos, le abren la puerta a la religión en la vida pública, con consecuencias funestas para nuestras libertades.

(vía impreso.milenio.com)

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