La investigación sobre las grandes tradiciones militares, cuando es seria y libre de prejuicios ideológicos, constata el nexo de unión entre la Milicia y la Religión. Ello responde a que el verdadero militar necesita una mística, una espiritualidad, muy al contrario del clásico mercenario.
Juan del Río
En el siglo XX, una parte importante de Europa se dejó seducir con las filosofías del nacionalsocialismo alemán y el marxismo soviético, que engendraron una sociedad y unos ejércitos donde no tenía cabida la religión. Sus consecuencias fueron perniciosas para la Humanidad, aunque no falten tergiversaciones históricas que intentan dulcificar sus grandes errores y horrores.
Ahora nos encontramos, que algunas corrientes ideológicas actuales presentan la argumentación simplista de que las religiones son las causantes de las guerras. Por otro lado, la pretendida neutralidad laica quiere ignorar, ocultar y minimizar, como en otros campos de la vida social, el significado de las tradiciones religiosas en el mundo castrense. Ello revela no sólo el desprecio de la dimensión trascendente de la persona, e infravalora el aspecto social de la religión, sino que muestra una ignorancia histórica del alma y sentir de los pueblos y de sus ejércitos.
Desde el drama el Calvario, donde, según el relato evangélico, un centurión de las milicias romanas y sus acompañantes confiesan la verdadera identidad de Jesús crucificado, la Iglesia ha tenido una especial solicitud por el cuidado espiritual de los militares, de los que tenemos constancia de su pertenencia a las primeras comunidades cristianas que van surgiendo.
Por lo que se refiere a nuestra Patria, la trayectoria vital de sus Fuerzas Armadas está marcada por la cultura católica que impregna históricamente todo nuestro pueblo, dentro del contexto cristiano que se encuentra en la raíz de Europa. Sin este factor, no se comprende el profundo contenido de los valores castrenses, el alcance de las celebraciones militares, ni se pueden entender adecuadamente los signos y símbolos que representa sus instituciones y con las que sintonizan los ciudadanos de nuestros pueblos y ciudades.
Así, en estos primeros días de diciembre, por sólo citar un ejemplo próximo en el calendario, la familia castrense de nuestra Patria continúa congregando a los artilleros para festejar su patrona santa Bárbara. Infantería recodará el “Milagro de Empel” (1585) invocando entonces la protección de la Virgen Inmaculada y con ello, se adelanta en siglos a la proclamación dogmática de este privilegio mariano que hiciera el Papa Pio IX en 1854. Este patronazgo concepcionista se extenderá también a otros estamentos militares tales como: Estado Mayor, los Cuerpos Jurídico, veterinarios, farmacéuticos, capellanes, oficinas militares y Servicio Geográfico del Ejército. Luego vendrá Nuestra Señora de Loreto que vela por los hombres y mujeres del Ejército del Aire.
Estos patronazgos religiosos y el de otras celebraciones religiosas castrenses a lo largo del año, unidas a momentos especialmente significativos de la vida de los militares, no son una cuestión meramente española, sino que los encontramos en otros ejércitos de nuestro entorno democrático. Estas fiestas humanizan la vida del militar. Han sido y son fuente de cultura castrense y civil en su más genuino sentido. No restan nada a la aconfesionalidad del Estado, ni van contra la sana laicidad de las instituciones modernas. Sus celebraciones, manifiestan el respeto a la singularidad histórica de nuestras Fuerzas Armadas y a los grandes principios de la libertad religiosa.
Dios nunca ha sido ni es un impedimento para la vocación y profesionalidad del militar. Es todo lo contrario, se convierte en la razón suprema que sustenta sus valores éticos y morales que, como ha señalado Benedicto XVI, “le llevan a servir a la sociedad hasta dar la propia vida en defensa de su Patria, favoreciendo la promoción de los derechos humanos fundamentales de los pueblos”.
(vía larazon.es)
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