Dibujos bucólicos de Jerusalén y pintadas graffiteras con las palabras “paz” y “amor” amenizan la espera de los peregrinos en el puesto fronterizo israelí que da acceso a la ciudad de Belén. Para muchos es la primera vez que ven el muro de hormigón que separa este enclave religioso de Jerusalén, y tampoco indagarán más; su visita a la ciudad se limita a la Iglesia de la Natividad con motivo de las fiestas navideñas. Así lo ha previsto el tour-operador en un programa cargado de visitas a los lugares santos para el cristianismo y en el que, a menudo, no se profundiza en la realidad política diaria que viven otros cristianos, como los 60.000 que viven en Cisjordania y Gaza o los 150.000 que residen en Israel.
“El éxodo se ha agudizado en los últimos años”, asegura Issa, uno de los miembros de la extensa familia Giacaman, de confesión católica, dedicada a la artesanía y la venta de madera de olivo con varios negocios en la ciudad de Belén. “Yo mismo tengo al menos 30 familiares viviendo en Chile”, añade. De ese país, que acoge a la comunidad palestina más grande fuera del mundo árabe, regresó hace cuatro años Xavier Abu Eid, hijo de emigrantes y hoy portavoz de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). “Mis padres no quieren volver. Ya tienen su vida hecha en Chile y la situación actual es peor que la que dejaron cuando se marcharon”, comenta.
Su historia familiar se repite en miles de hogares cristianos palestinos como en el de Mazzawi, el dueño de una pequeña tienda de souvenirs en la ciudad de Nazaret. “Tengo una hija viviendo en Suiza y otra en Estados Unidos, que de momento no tienen ninguna intención de volver”. Mazzawi señala el dramático descenso de sus correligionarios también en la ciudad árabe más grande de Israel. “Antes éramos la mitad de la población, hoy apenas superamos el 30%”. Rehúsa hablar de la coexistencia con los vecinos musulmanes. Su elevada tasa de natalidad y la absorción en masa de refugiados tras las guerra árabe-israelíes de 1948 (mayoritariamente musulmanes) son algunos de los factores que explican este incremento.
Ciudad Vieja
La ciudad vieja de Jerusalén es otro ejemplo de la diáspora cristiana. Los datos proporcionados por Artemio Vítores, vicecustodio franciscano de Tierra Santa, son reveladores: “En el 48 constituían el 20% de la población, hoy no alcanzan el 2%”. Una realidad patente a poco que se pasee por las tiendas de las empinadas calles del barrio cristiano. George, un cristiano ortodoxo, la confesión a la que pertenecen la mayoría de los palestinos, es el propietario de una de ellas. Se queja. “El techo se me cae a pedazos pero el Ayuntamiento de Jerusalén (gestionado por la administración israelí) nos pone mil problemas para hacer reparaciones, lo que quieren es que nos marchemos y así quedarse con toda la ciudad vieja”, explica. Los últimos datos de la Oficina de Estadísticas Palestina, recogidas por el Centro Inter-Iglesias de Jerusalén, señalan que en 2004 (el año del último estudio) existían en la ciudad de Jerusalén 9.000 cristianos. Otros 219.000 habitantes eran musulmanes y 464.000 judíos. A estas alturas la minoría cristiana ya se ha reducido.
Además, esta menguante población se enfrenta a diario el problema de la restricción de movimientos. El muro que separa Jerusalén de Cisjordania impide que palestinos cristianos de Jerusalén como George puedan reunirse con otros correligionarios de ciudades como Belén, gestionada por la Autoridad Nacional Palestina. “Aquí somos muy pocas familias, ¿qué posibilidades tengo yo de conocer una chica cristiana si la mayoría están en Belén y no puedo ir allí?, exclama con desazón.
Pero los 181 kilómetros de muro y verjas que rodean Jerusalén no son la única barrera física a superar por los palestinos. La constante construcción de viviendas en asentamientos ilegales como el de Gilo, publicitado como “barrio” del norte Jerusalén y construido en terrenos de la ciudad cisjordana de Beit Jala (una de las tres que conforman el distrito de Belén donde residen unos 50.000 cristianos) o las viviendas levantadas en otras colonias cercanas como la de Har Homa o Givat Hamatos, amenazan con desconectar territorialmente y de forma definitiva a ambas ciudades. “Dentro de poco no nos quedará mucho que visitar”, añade Abu Eid.
Quienes viajen a Belén pasarán allí sólo unas horas para entrar en la Iglesia de la Natividad —el lugar donde la tradición cristiana marca el nacimiento de Jesús— y volverán mayoritariamente a pernoctar a Jerusalén. Además, la llegada de peregrinos cristianos procedentes de Europa se ha reducido a la mitad. “Se nota mucho la crisis económica. Hay menos turistas y gastan mucho menos”, explica Nasser Alawi, un guía local mientras atiende a las preguntas del grupo de españoles a su cargo en el interior de la Iglesia de la Natividad.
A unos metros, ataviados con sus mejores galas, se encuentra un numeroso grupo de baptistas nigerianos procedentes del Estado sureño de Rivers, de mayoría cristiana en un 99%, y ajenos a las últimas matanzas. “Nosotros tenemos más suerte, pues los atentados tienen lugar en el norte del país”, comenta Rovina Friday, una de las peregrinas. A pocos metros, el verde de sus ropas contrasta con el blanco de las togas de los cristianos ortodoxos etíopes que, junto a greco-ortodoxos y coptos, comenzaban el pasado 6 de enero sus celebraciones navideñas, evento en el que confían los cristianos de Belén para hacer algo de caja después de un 2011 desastroso para el turismo local.
(vía internacional.elpais.com)
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