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miércoles, 8 de febrero de 2012

La digestión cerebral de verdades indigestas, las verdades de fe

Una inquietud intelectual me ha embargado al leer, en un libro crédulo, pretencioso pero carente de originalidad, este párrafo:
estas verdades, las dogmáticas, son de un carácter distinto a las verdades científicas.

Esto no es ninguna novedad: es la contestación sistemática cuando entran en colisión los dos tipos de verdad.
Sería admisible decir que son distintas "in se", porque son dogmáticas y se deben creer “porque sí”; pero no son distintas a otras verdades si consideramos el receptor de tal “verdad”, la persona, la facultad, el órgano que tiene que admitirlas, masticarlas, tragarlas, digerirlas, asimilarlas y, si es el caso, expulsarlas.

En cuanto a lo primero, en rigor no debieran llamarlas nunca “verdades”, por indemostrables y por la compulsión necesaria para creerlas, debieran quedar siempre adscritas al apartado “creencias”; en cuanto a lo segundo, tienen que admitir que la persona sólo conoce de una forma, que la mente sólo tiene una forma de asimilar (admítase la multiplicidad de teorías del conocimiento: todas coinciden en lo mismo, los sentidos y la razón).

A propósito hemos hablado antesen términos digestivos, sin ánimo alguno de hacer metáforas. El cerebro no funciona parcelando verdades, como si dijera éstas las puedo considerar, éstas no son de mi competencia; éstas las puedo admitir porque son evidentes, éstas las tengo que admitir porque me emocionan.

¿O sí?. En tal caso, toda mi ciencia psicológica sobre teoría del conocimiento y del aprendizaje tiene que huir por las cloacas de la ignorancia. Pero yo creo más a R.Borger, A.E.M. Seaborne, Wertheimer, Skinner, Piaget, C. Coll...; el conductismo, el cognitivismo, la psicología proyectiva, la teoría de la Gestalt y ... ¡para qué seguir!

El cerebro no se distingue del estómago en el “modus operandi”, lo admite todo: el estómago puede “acoger” en su trituradora una comdia opípara en el restaurante "Norma" --el mejor del mundo, dicen--, un filete de ternera, una trucha envenenada, una salsa picante, un alimento contaminado de “legionella”, una mayonesa en mal estado, un cocido sabroso, trozos de madera, setas venenosas... Las consecuencias serán distintas en cada caso.

Ni más ni menos sucede con el cerebro ante las “verdades” que a él se presentan: las admite todas, pero también las pasa por su particular trituradora encasillando cada una en su lugar predeterminado. La fórmula de la fisión nuclear, el cálculo infinitesimal, el modo de hacer una paella, la función clorofílica, Caperucita Roja, la virginidad de María... todo eso llega al cerebro, “lo considera” y lo encasilla: esto lo doy como cierto, esto lo entiendo, esto no me cabe, esto es un cuento, esto es así por esto y por esto...

Verdades “científicas” o “religiosas”, para el cerebro todas son iguales. También el cerebro admite los cuentos de Perrault... pero, ah, sabe que son fábula y no generan trauma psicológico alguno. Si hay otras instancias –sentimentales, emocionales, piadosas, imposición social— que le “obligan” a admitir como verdad científica o como instancia moral lo que es un cuento, las consecuencias psicológicas para la persona serán las que sean (dependencia, infantilismo, fobias, obsesiones, miedos, angustias, sentimientos de culpa, depresión...).

El drama está en hacerle tragar al cerebro verdades fabulosas como verdades “reales” y derivar de ello conductas que no están en la lógica humana (el pensamiento que deriva en acción):

* ir a misa para celebrar “realmente” una cena del pasado con transmutación sustancial incluida,
* confesarse para ser perdonado,
* meditar, rumiar, reconsiderar misterios ininteligibles,
* hacer novenas para obtener algo,
* enseñar el cuento de la creación disfrazando el mito para que los niños lo admitan como verdad,
* encomendar un viaje a San Rafael,
* pasar la mano por el muslo del crucificado,
* santiguarse al salir de casa o entrar en el campo de futbol,
* dar limosna por las ánimas,
* rezar por los difuntos,
* celebrar funerales,
* echar humo sobre un libro...


El cerebro, como de manera refleja, dice que tales “verdades”, sostenidas como ciertas, son falsas, pero la conducta va por otro lado y obliga a la razón a admitirlas como verdaderas.

Desde que por evolución el cerebro adquirió la capacidad para generar actos de reflexión, aplica los medios necesarios para confirmar o rechazar tal o cual verdad. Sin embargo muchas personas –en este caso los crédulos— o siguen instancias infantiles (credos inculcados en la niñez) o se sienten sin fuerzas para seguir el dictado de su razón (contestan como papagayos, no piensan lo que dicen, recitan de memoria) o son impelidos por la misma credulidad a ello (lavado de cerebro, miedo a perder el puesto, sentimiento de adscripción al grupo, imperativos familiares...)

Aún así, sus científicos o teólogos siguen afirmando que tales creencias --venida de Dios al mundo, nacimiento virginal, muerte salvadora, resurrección-- son "verdades verdaderas", reales, sucedidas e históricas, insistiendo en este aspecto de "históricas", cuando el cerebro les está diciendo que son mitos.

Si en un rasgo de indulgente benevolencia crítica admitiéramos todo ello como "verdad probable", ¿por qué, sin embargo, reculan y se niegan a pasar el riguroso control que hace la ciencia sobre cualquier verdad?

Lo suyo sería

1º) someterlas a las reglas científicas, entre ellas la de la “falsación”. “Falsar” una verdad –término acuñado por Karl Popper-- es hacer pasar tales verdades por pruebas y controles que implican la posibilidad de que sea falsa para descartar el posible engaño sobre la pretendida taumaturgia que de tal verdad deriva. Ningún dogma, ningún "remedio" religioso --la oración, por ejemplo, como remedio taumatúrgico-- se deja someter a tal prueba, pretextando que son verdades pertenecientes a otra órbita de conocimiento (vuelta a empezar). Si se da una curación en Lourdes "gracias" a la intercesión de la Virgen o del santo de turno, aplicando idénticos condicionantes necesariamente se debieran dar muchas más...

2º) divulgar sus descubrimientos y los principios que rigen tal conocimiento ante cualquier foro científico: biología, medicina, etc. Pero tal como le sucedió a Pablo de Tarso en el Areópago, tienen miedo cerval al ridículo. Cuando se inquiere por la cualificación efectiva de tales verdades, los sabios de la credulidad se pierden en divagaciones abstrusas e ininteligibles, es decir, carentes de contenido racional. Eso sí, conciben y paren centenares de miles de libros adornándolo todo de sebo o mantequilla mental.

Sin ello todas sus verdades --creación, revelación, caída de los ángeles, juicio final, sacramentos, celebración eucarística, “presencia real”, intercesión de la virgen, gravedad del pecado, cuerpo místico, etc. etc.--, no pasan el listón de lo fabuloso, lo mítico... Sin ello, es todo falso en términos de “verdad”. Y el cerebro así lo ve por más que le digan que la Tierra está inmóvil.

Vuelvan, por favor, a repensar cómo funciona el cerebro antes de contestarme que la fe no es eso.

(vía blogs.periodistadigital.com)

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