Páginas

domingo, 12 de febrero de 2012

Marie Collins: "Yo fui víctima de abusos sexuales de un sacerdote"

"Acababa de cumplir 13 años y estaba enferma en el hospital. Cuando denuncié mi caso al arzobispo, su prioridad era la protección del 'buen nombre' de mi abusador"

Marie Collins

Marie Collins, víctima irlandesa de abusos

La diócesis había descubierto, pocos meses después de mi abuso, que este sacerdote estaba abusando de niños en el hospital, pero no hizo nada al respecto, salvo moverlo a una nueva parroquia

(Marie Collins).- Yo fui víctima de abuso sexual clerical. Acababa de cumplir trece años y estaba en mi momento más vulnerable, una niña enferma en el hospital, cuando un sacerdote abusó sexualmente de mí. A pesar de que han pasado más de cincuenta años es imposible olvidarlo y nunca podré escapar de sus efectos. Como era común en los niños de esos días, no tenía conocimiento de asuntos sexuales, esta inocencia se añadía a mi vulnerabilidad.

Tomaba mi religión católica muy en serio y acababa de hacer mi confirmación. Yo estaba enferma, ansiosa, lejos de casa y mi familia por primera vez. Me sentí más segura cuando el capellán católico del hospital se hizo mi amigo, me visitaba y me leía por las noches. Por desgracia, estas visitas por la noche a mi habitación cambiarían mi vida.

Este capellán había salido del seminario a penas un par de años, pero ya era un experto abusador de menores; yo no podía saber esto. Yo había aprendido que un sacerdote era el representante de Dios en la tierra y por lo tanto automáticamente tenía mi confianza y respeto. Cuando empezó a interferir sexualmente conmigo, fingiendo al principio, que estaba siendo juguetón, me sorprendió y me resistí, diciéndole que parara. No se detuvo.

Mientras me agredía respondía a mi resistencia diciéndome que "él era un sacerdote", "no podía hacer nada malo." Él tomó fotografías de la parte más privada de mi cuerpo y me dijo que era "estúpida" si yo pensaba que estaba mal. Él tenía poder sobre mí. Me sentí enferma, sentí que todo lo que estaba haciendo estaba mal, pero yo no podía parar, no llamé, y yo no le conté a nadie. Yo no sabía cómo decírselo a nadie. Sólo rezaba que no lo volviera a hacer ... ... ... .. pero lo hizo.

El hecho de que mi abusador era un sacerdote añadió gran confusión en mi mente."Los dedos que abusaban mi cuerpo la noche anterior eran los mismos que me ofrecían la sagrada hostia la siguiente mañana" Las manos que sostenían la cámara para fotografiar mi cuerpo expuesto, a la luz del día eran las manos que sostenían un libro de oraciones cuando venia a escuchar mi confesión.

La afirmación de mi abusador de que él era un sacerdote y por lo tanto no podía equivocarse sonaba como verdad en mi, se me había enseñado que los sacerdotes estaban por encima del hombre normal. Esto añadía mayor peso a mis sentimientos de culpa y la convicción de que lo que había pasado era culpa mía, no suya.

Cuando salí del hospital, no era la misma niña que había entrado. Yo ya no era una niña segura de sí, despreocupada y feliz. Ahora estaba convencida de que era una mala persona y que tenía que ocultar eso ante todo el mundo.

No me volví contra mi religión, me volví contra mí misma. Las palabras que este sacerdote había utilizado, para transferir su culpa a mí, me robaron todo sentimiento de autoestima. Me retiré a mi misma, me aparte de mi familia y de mis amigos, y evitaba el contacto con los demás. Mis años de adolescencia los pasé sola, manteniendo con todos una distancia por miedo de que se enteraran de la persona mala y sucia que era.

Esta sensación constante de culpa e inutilidad me llevó a una profunda depresión y problemas de ansiedad que llegaron a ser lo suficientemente graves como para requerir tratamiento médico, cuando llegue a tener diecisiete años. Hospitalizaciones largas por causa de la depresión siguieron y esto me dejó incapaz de seguir una carrera.

A los veintinueve años me encontré con un hombre maravilloso, me casé y tuvé un hijo. Pero todavía no podía hacer frente a la vida, la depresión, la ansiedad severa y los sentimientos de inutilidad continuaban. Desarrollé la agorafobia, es decir, no podía salir de mi casa sin sufrir severos ataques de pánico. No pude darle a mi hijo toda la atención que una madre debería y no pude gozar plenamente de su infancia. Sentí que era un fracaso como madre y esposa. Sentí que mi marido y mi hijo serían mucho más felices si les dejara o si muriera.

Tenía cuarenta y siete años cuando hablé de mi abuso, por primera vez, a un médico que me trataba. Él me aconsejó que advirtiera a la Iglesia acerca de este sacerdote. Organizé una reunión con un cura de mi parroquia. Yo estaba muy nerviosa. Era sólo la segunda vez que yo hablaba con alguien acerca de lo que me había sucedido. Este sacerdote se negó a tomar el nombre de mi agresor y dijo que no veía la necesidad de denunciar al capellán. Me dijo que lo que había sucedido era probablemente mi culpa. Esta respuesta me destrozó.

Apenas había empezado a aceptar, a través de la ayuda de mi doctor, que yo no había hecho nada para causar mi abuso. Ahora que me dice este sacerdote que "probablemente era mi culpa", hizo resurgir todos mis viejos sentimientos de culpa y de vergüenza. Yo no podía enfrentar nuevamente el tema entonces dejé de ver a mi médico. La respuesta de este cura sirvió para mantenerme en silencio por un período de diez años más, más años de estancia en el hospital, más medicamentos y desesperanza. Más tarde le dijo a la policía que no tomó el nombre de mi abusador, porque eso era lo que le habían enseñado en el seminario.

Diez años más tarde hubo una amplia cobertura en la prensa de los abusos sexuales en serie por un sacerdote católico. Por primera vez empecé a comprender que el hombre que había abusado de mí podría haber hecho lo mismo a otros. Pensando que era algo en mí que causó que ocurriera, nunca había considerado que mi agresor podría haber hecho daño a otros.

Entonces entendí que tenía que volver a intentar hacer público lo que había sucedido, para proteger a otros niños. Esta vez decidí ir a los superiores con la certeza que, en cuanto supieran sus superiores sabrían que este sacerdote era un posible peligro para los niños. La seguridad de los niños sería primordial, y cada paso se tomaría para asegurar que no se verían perjudicados.

Le escribí a mi arzobispo y luego le di detalles de mi abuso a su canciller, un monseñor y canonista. Esto comenzó los dos años más difíciles de mi vida. El sacerdote que había abusado sexualmente de mí estaba protegido por sus superiores de ser acusado. Le dejaron durante meses en su ministerio parroquial, que incluía dar tutoría a los niños que se preparaban para la confirmación - la seguridad de los niños ignorada por sus superiores. Todo esto iba en contra de las directrices de la Iglesia católica irlandesa en materia de protección infantil de la época - que fueron ignoradas.

Desde entonces, ha salido a la luz que estas directrices fueron puestas en duda por la opinión del Vaticano de que es posible que no cumplan con el derecho canónico. Mi Arzobispo me dijo que no tenía que seguirlas, a pesar de que a la gente se les decía que se estaban siguiendo a la letra.

Me trataron como alguien con una agenda en contra de la Iglesia, la investigación policial fue obstruida y los laicos fueron engañados. Yo estaba angustiada.

No podía creer que los líderes de mi Iglesia pensaran que era moralmente correcto dejar a los niños en situación de riesgo.
El sacerdote acusado había admitido su culpabilidad a la diócesis, pero durante una reunión con mi Arzobispo me enteré de que su prioridad era la protección del «buen nombre» de mi abusador.

Le pregunté cómo podía dejar a un abusador conocido en una posición de confianza con los niños. En vez de responder a la pregunta él me amonestó por hacer referencia de este sacerdote como "un abusador" insistiendo en que fue hace mucho tiempo y que no podía llamarlo así. El arzobispo consideraba mi abuso "histórico" así que sentía que sería injusto manchar el "buen nombre" del sacerdote ahora. He oído este argumento de otros en el liderazgo de la Iglesia Católica y siempre existe la ceguera al riesgo actual para los niños de parte de estos hombres. ¿Por qué?

Cuando revelé mi abuso a las autoridades del hospital donde se llevó a cabo, recibí una respuesta muy diferente. Ellos estaban preocupados por mi bienestar, ofreciéndome consejo y atención, mientras que inmediatamente informaron a la policía y cooperaron con la investigación.

Después de una larga lucha mi abusador fue llevado ante la justicia y encarcelado por sus crímenes contra mí. Mi caso es un ejemplo de cómo los llamados "reportes históricos" deben ser tratados tan seriamente como los actuales.

Mi agresor fue encarcelado de nuevo el año pasado por repetidas agresiones sexuales a otra joven. Estos asaltos se llevaron a cabo un cuarto de siglo después de que él abusó de mí y cuando todavía era un sacerdote de confianza en su parroquia. Amenazó a su víctima de que su familia católica sería expulsada de la Iglesia si le contaba a alguien lo que estaba haciendo con ella.

Estos hombres pueden abusar por toda su vida dejando tras de sí un rastro de vidas destruidas. El mal manejo de mi caso, por el liderazgo de la Iglesia llevó a un colapso total de mi confianza y respeto en ellos y en mi Iglesia, que hasta entonces había sobrevivido intacta a pesar de las acciones de mi abusador. Lo que habían hecho era contrario a todo lo que apreciaba. Yo había creído que la justicia y la centralidad de la ley moral se plasmaban en mi Iglesia Católica.

La muerte final de cualquier respeto que pudiera haber sobrevivido en mí hacia mis líderes religiosos llegó después de la condena de mi abusador. Me enteré de que la diócesis había descubierto, pocos meses después de mi abuso, que este sacerdote estaba abusando de niños en el hospital, pero no hizo nada al respecto, salvo moverlo a una nueva parroquia. Esto estaba en su archivo cuando hice mi informe, pero a pesar de saber esto todavía lo habían protegido.

Después del juicio, el Arzobispo emitió un comunicado de prensa para tranquilizar a los laicos diciendo que "la diócesis había cooperado con las autoridades civiles" en mi caso. Al ser presionados sobre esta obvia mentira el representante diocesano, admitió que a su juicio la declaración estaba justificada, ya que no dijo que había cooperado "plenamente". ¿Cómo podría yo creer en cualquier cosa que dijeran mis líderes de la Iglesia en el futuro, sabiendo que eran capaces de este tipo de gimnasia mental o conocido en la Iglesia como "reserva mental".

He vivido una vida por más de treinta años, donde el día tras día era una lucha. Yo pensaba que eran años perdidos, una vida desperdiciada. Tuve muchos tratamientos para mis problemas de salud mental, algunos de los cuales fueron útiles, pero no resolvieron mi problema. El inicio de mi recuperación fue el día en la corte cuando mi agresor tomó la responsabilidad por sus acciones y admitió su culpabilidad.

Este reconocimiento tuvo un efecto profundo en mí. Me llevó con el tiempo a que yo fuera capaz de perdonar lo que había hecho y ya no sentirlo como una presencia en mi vida. Yo asistí a terapia por casi dos años, y a través de esto llegue a entender cómo este agresor había torcido mi visión de mí misma. Esto había llegado en un momento crucial de mi desarrollo. Mis sentimientos de culpa y una muy pobre imagen de mí misma me llevaron a alejarme de los más cercanos a mí y a aislarme. Mi profunda ansiedad me llevó a la depresión.

La percepción de todas estas áreas me ayudó a creer que las cosas podrían cambiar. Yo podía seguir controlando mi vida en lugar de que el pasado me contralara a mí. Yo era capaz de dejar los años perdidos atrás. No he sido hospitalizada con ningún problema de salud mental desde entonces.

Mi único pesar es que muy raramente puedo decidirme a practicar mi religión católica. Mi fe en Dios no se ha tocado. Puedo perdonar a mi agresor por sus acciones, puesto que ha admitido su culpabilidad. Pero, ¿cómo puedo recuperar mi respeto por el liderazgo de mi iglesia?

Pedir perdón por las acciones de los sacerdotes abusadores no es suficiente. Tiene que haber reconocimiento y responsabilidad por los daños y la destrucción que se ha hecho a la vida de las víctimas y sus familias por el encubrimiento frecuente e intencionado y el mal manejo de los casos por sus superiores, antes de que yo u otras víctimas puedan encontrar la verdadera paz y la curación.

Intentando salvar la institución del escándalo ha causado el mayor de todos los escándalos y ha perpetuado el daño del abuso y la destrucción de la fe de muchas víctimas.

Siento que lo mejor de mi vida comenzó hace quince años cuando mi agresor fue llevado ante la justicia. Durante estos años he trabajado con mi diócesis y toda la Iglesia Católica en Irlanda para mejorar sus políticas para la protección del niño. He utilizado esos años para participar en el trabajo por la justicia de los sobrevivientes y he hablado a favor de una mejor comprensión del abuso infantil para mejorar la protección de los niños. Mi vida ya no es un terreno baldío. Siento que tiene sentido y vale la pena.

Es por eso que hablo aquí hoy con la baronesa Hollins. Espero que lo que hemos dicho sea de valor para vosotros para entender las víctimas de este terrible crimen. Gracias por estar abiertos a escuchar nuestra presentación de hoy.

(vía periodistadigital.com)

No hay comentarios: