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jueves, 1 de marzo de 2012

La fe de Romney: tan americana como el Apple-Pie

Mitt Romney es el mormón del que más se habla en Estados Unidos desde que volviera a presentarse como aspirante a la presidencia del país. Ni siquiera el bishop de su Iglesia, Thomas Spencer Monson, le gana en popularidad.

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Recalco lo de mormón porque su faceta de magnate millonario unida a su discreción con respecto a la fe que profesa ha logrado relegar a un oscuro segundo plano algo de lo que los candidatos a la presidencia republicana hacen alarde en la mayoría de casos: la religión. La de Romney, la mormona, es considerada por el 80 por ciento de americanos como una secta. Pero muy pocos la han conocido desde dentro para juzgarla como tal.

Tenía apenas 13 años cuando tomé mi primer avión rumbo Estados Unidos. Juré y perjuré a todos mis amigos del campamento de la Universidad Pontificia de Comillas, al que mis padres me habían apuntado durante tres años seguidos, que repetiríamos un verano más la experiencia en “Comillas '99”. Pero fueron ellos precisamente los que decidieron que el '98 sería el último verano que pisaría el maravilloso seminario -a veces me pregunto si J.K. Rowling visitó el edificio antes de escribir su famosa obra-.

Recuerdo aún cómo lloraba ante lo que parecía ser una decisión inamovible y, frente a todo pronóstico, mi verano del '99 no sólo se convirtió en el más divertido hasta el momento, sino también en una experiencia que me ayuda hoy a ofrecer un punto de vista fundamentado sobre la religión del candidato republicano que más delegados ha acumulado en las primarias de 2012.

Mi primera toma de contacto con el país de la libertad: un campamento de niñas. Yo, la única extranjera. Así que pasé del puramente jesuítico “estira la mano, coge el codo, queda bendecido todo...” al “I pledge alligeance to the flag...” al izarse la bandera estadounidense, a las cabañas de madera en pleno bosque de Virginia, marchas de montaña a gritos de “left, left, left, right, left”, coreografías de cheerleaders y noches de marshmallows quemadas en una hoguera alrededor de la que conversábamos tras cenar corn y smashed potatoes.

Muchas de las escenas de la clásica Tú a Boston y yo a California muestran todo lo que describo, a excepción del hecho de que la organización de este “Girls Camp” estaba a cargo de la Iglesia de Jesucristo de los Últimos Días, más conocida como la Iglesia mormona.

Así es. Es el “Girls Camp” del stake de la costa este en donde doy mis primeros pasos como conocedora del sorprendente mundo de los mormones. Adentrarse en un campamento al más puro estilo americano es fácil, lo que resulta más complicado es comprender las creencias, costumbres, filias, fobias, prohibiciones y obsesiones de sus organizadores. Los detalles hablan: la izada de bandera era precedida de una oración al fundador, las conversaciones alrededor de aquella hoguera versaban sobre los fragmentos que leíamos en “The Book of Mormon” y las coreografías se bailaban al son de canciones como “Oh when a mormon boy walks down the street, he looks one hundred per from head to feet, that is the boy I'd like to know!”. Qué decir de los hábitos de las recién convertidas en “teenagers”: Heather no bebía Coca-cola porque tenía cafeína, Cristina no se ponía pendientes porque “el cuerpo es el templo de Dios y no debe ser destruido”, Caroline escribía cartas a su hermano, misionero en Argentina para dar a conocer la fe mormona al mundo. Definitivamente, no se trataba de una simple escisión de la Iglesia católica.

Y es que, según el propio Libro del Mormón, Jesucristo visitó América después de resucitar y antes de subir al cielo, algo que ha intentado verificar el arqueólogo (y mormón) Wells Jakeman de la Universidad Brigham Young, de Utah. Jakeman estableció la teoría en 1948 de que la ciudad de Bountifoul, el sitio donde Jesucristo visitó a los fieles América según “The Book of Mormon”, se ubica en un punto conocido como Aguacatal, en la selva de Xicalango. Según la misma obra, las tribus perdidas de Israel llegaron así al continente alrededor del 600 a.C. y fueron visitadas por Cristo en el año 34.

Pese a la diferencia de credos, mantuve una muy buena relación con las amigas que hice aquel año y la consolidé durante los seis siguientes veranos que viajé a Estados Unidos. Gracias a muchas tardes de piscina, barbacues y como invitada incluso a alguno de sus grandes eventos, the “General Conference”, por ejemplo, aprendí que su fundador, Joseph Smith, tuvo varias visiones de Dios y del profeta Moroni a principios del XIX. Moroni le revela el lugar en donde están enterradas unas planchas de oro escritas en egipcio y cuya traducción se convirtió en el Libro de Mormón, fuente de los principios básicos de esta religión. Unos inicios muy cuestionados, que teólogos e historiadores no dudan en calificar como una mentira para engatusar a adeptos.

Es este carácter extremadamente patriótico de la religión lo que me llama poderosamente la atención y lo que me hace volver al inicio de mi primera historia: Mitt Romney como Santo de los Últimos Días. Bisnieto, nieto e hijo de mormones, Romney, asegura que los que ha heredado son “valores que aspiro a vivir y tan americanos como la patria o el apple-pie”. Añade Romney, al hilo del pasaje que mencionaba anteriormente (1:Nephi:17), que “cree en el patriotismo, ya que esta nación, la americana, tuvo una fundación inspirada”. Un dato que ayuda a comprender estas palabras: siete de cada ocho mormones viven en Estados Unidos.

Romney es el candidato ganador y, a la vez, el que no acaba de convencer al electorado republicano como alternativa conservadora. Si bien la inspiración patriótica de su religión le ayudaría a ofrecer una imagen más fuerte de compromiso hacia las necesidades del país, la prohibición extrema de corromper el cuerpo, la poligamia, la teoría de que los indígenas de tiempos de Colón eran judíos de piel oscura, la afirmación de que no sólo la Biblia es el único texto inspirado por Dios, las contradicciones en la historia de Smith, sus problemas con la justicia y su visión a nivel mundial como una secta dificultan que Romney muestre abiertamente y sin tapujos uno de los pilares más importantes para los americanos, cuyo lema sale hasta en los billetes: “In God we trust”.

El resurgimiento de sus adversarios, Gingrich y Santorum, está relacionado con cómo valoran los votantes republicanos el lado más profundo del ser humano: las ideas, sí, pero también las creencias. Y es poco probable que por muy republicano y patriótico que sea, alguien de entre su electorado imagine la aparición de Jesucristo en América sin que le produzca risa; que por muy conservador que se sienta acepte la prohibición divina de beber alcohol o de tener un “date” sólo después de los 16. Poco, muy poco probable, que se sientan atraídos por una religión que no cuenta a las niñas del Girls Camp que Joseph Smith pudo haber tenido más de 30 mujeres.

De ahí la huida hacia adelante de Romney al que, por ahora, sólo se ataca de verdad por su condición de multimillonario y su dudoso pago de impuestos. Y es que si sólo fuera por una de las máximas mormonas, "Por vuestro dinero serán borrados vuestros pecados”, (Mormon 8,32) el ex gobernador tendría ya el cielo ganado.

(vía intereconomia.com)

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