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sábado, 10 de noviembre de 2012

El ateísmo crece de manera imparable

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Introducción del libro En defensa del ateísmo, de Roberto Augusto, doctor en Filosofía por la Universidad de Barcelona. Autor también de El nacionalismo, ¡vaya timo!, publicados los dos por la Editorial Laetoli (www.robertoaugusto.

El ateo y el teísta viven, en cierto sentido, en realidades diferentes.

Creer o no creer en Dios es una de las decisiones más importantes que puede tomar un ser humano. Es muy distinto pensar que el universo ha sido creado por un ser todopoderoso, omnisciente y absolutamente bueno llamado Dios, que negar la existencia de ese ente sobrenatural. De la misma forma, un ateo no puede enfrentarse al momento crucial de la muerte igual que alguien que cree en un alma inmortal y sostiene que la vida es sólo un momento previo que nos debe conducir a otro plano existencial donde podremos gozar del éxtasis eterno de la contemplación divina.

Las diferencias, por tanto, entre los que creen y los que no creen en Dios son abismales. Estos dos planteamientos difieren en la explicación sobre el origen del ser humano, sobre el sentido último de la existencia y, también, sobre la posibilidad de la vida después de la muerte. No estamos hablando de temas menores, sino de asuntos que afectan de manera profunda a nuestra forma de entender el mundo.

Afirmo que las razones dadas por los teístas para justificar sus creencias no tienen la suficiente fuerza probatoria y sostengo que las críticas vertidas tradicionalmente contra los ateos son falsas. Estas dos ideas me han animado a salir en defensa de un planteamiento intelectual legítimo, aunque en muchas sociedades donde la creencia en Dios es mayoritaria el ateísmo sea visto como algo extravagante, dañino o incluso antipatriótico. A los ateos se nos ha acusado de socavar la moral, de vivir entregados a nuestras pasiones más inconfesables, de ser soberbios, insensatos y necios, de no tener corazón, de destruir la sociedad, de ser unos miserables y de muchas otras cosas que no vale la pena repetir aquí. Pretendo mostrar que todas estas acusaciones son erróneas y proponer, además, un ateísmo racionalista como alternativa al teísmo dominante. Para lograr esto analizaré los razonamientos que pretenden demostrar la existencia de Dios, como el llamado argumento ontológico y las clásicas cinco vías de santo Tomás de Aquino, junto con las razones defendidas por Richard Swinburne. Mostraré la invalidez de estas supuestas pruebas.

Hoy en día el ateísmo es minoritario porque únicamente tiene una presencia importante en Europa y en algunos países desarrollados como Japón, Corea del Sur o Canadá. El teísmo es la fuerza dominante a través de las religiones más extendidas: cristianismo, islamismo, budismo e hinduismo. También es cierto que el ateísmo crece de manera imparable y que parece unido necesariamente al desarrollo: cuanto más progreso material, menor creencia en Dios. Por supuesto esta tendencia sociológica encuentra excepciones muy notables, como el caso de Irlanda o el de EE UU, un país teóricamente aconfesional donde sería inconcebible un presidente ateo.

Esa inferioridad numérica no debe asustarnos, ni es una prueba de la falsedad del ateísmo, ni tampoco un obstáculo insalvable.

Debe ser, más bien, un estímulo para seguir trabajando por defender las convicciones que consideramos correctas. Muchas ideas han sido minoritarias al principio y sus seguidores han tenido que sufrir el silencio, la burla, la tortura o la muerte. Lo importante no es lo que muchos crean, sino la verdad.

(vía ©Octavio Colisión)

Puedes seguir a Roberto Augusto en Twitter: @ragusto33

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