Alex Vicente
En esta
iglesia no se escuchan sermones. No hay capellanes intrigantes ni devotos
arrodillados. Sus misas
dominicales no
sirven para expurgar pecados ni incluyen ningún rito de comunión, a no ser que
lo sea cantar himnos pop a todo pulmón en un multitudinario karaoke, tomar el
té con desconocidos o presenciar conferencias sobre asuntos de candente
actualidad. Aquí, los cánticos religiosos han quedado sustituidos por temas de los Beatles. A su oficiante se le da mejor contar
chistes que respetar el sacramento de la eucaristía y, puestos a elegir,
prefiere citar a Schopenhauer y a David Foster Wallace que a los apóstoles. Es
Domingo de Pascua en el barrio londinense de Holborn. Los feligreses de esta
peculiar parroquia han llegado a este lugar, como hacen dos veces cada mes,
intentando encontrar algo de sentido a sus respectivas existencias. Como
reclamo, sus responsables no han prometido la salvación, aunque sí un leve
sentimiento de redención: ese que surge cuando uno intenta convertirse en “la
mejor versión de sí mismo”.
Así se expresan, casi al unísono, los dos fundadores de esta
peculiar congregación, que proponen actividades alternativas a la liturgia
clásica y carcajadas aseguradas. A principios de 2013, Sanderson Jones y Pippa
Evans, dos humoristas con cierta reputación en el circuito londinense de la
comedia en vivo, crearon la primera iglesia pensada para ateos. La llamaron
Sunday Assembly. La suya fue una idea de locos que terminó por cobrar sentido.
Solo dos años después, la organización ha abierto delegaciones en 64 ciudades
de todo el planeta, como Bruselas, Berlín, Hamburgo, Dublín, Budapest, Sídney,
Melbourne, Nueva York, Washington, Chicago… La ola ha llegado incluso a Silicon
Valley. Varias antenas adicionales están a punto de ver la luz en África, Asia
y Latinoamérica, hasta acercar la franquicia a un total de un centenar de
asociaciones hermanas. “Hemos superado de largo nuestras expectativas. Nos
dijimos que, si funcionaba en Londres, podía funcionar en cualquier lugar del
mundo, pero nunca imaginamos que todo iría tan rápido”, reconoce Jones, un tipo
alto, sonriente y de físico un tanto mesiánico, minutos antes del inicio de
esta asamblea dominical.
Las iglesias han perdido peso en
la sociedad occidental, pero no hay nada que haya ocupado su hueco”
Sanderson Jones, creador de Sunday Assembly
Todo empezó hace dos años en una vetusta capilla de
Islington, el revalorizado barrio del noreste londinense donde residen Colin Firth,Kate Winslet y Emma Watson. Pero el lugar no tardó en quedárseles pequeño.
Antes de morir de éxito, decidieron mudarse a un enclave con solera: el Conway
Hall, sede de actividades de asociaciones humanistas desde 1929, así bautizado
en honor de Moncure Conway, un insigne defensor de la libertad de expresión.
Sobre el escenario de este edificio art déco, iluminado por la luz
que entra por la claraboya del techo, aparece una cita de Hamlet:
“Sé fiel a ti mismo”.
Sanderson Jones aparece en el pasillo central mientras el
coro ensaya un tema de The Proclaimers que los asistentes entonarán, a sus
órdenes, poco después. Su rostro resulta vagamente conocido. Hace años, este
cómico de 33 años protagonizó una campaña televisiva para Ikea, tras dejar un
trabajo en el departamento de publicidad del semanario The Economist.
Hoy es lo más parecido a un arzobispo que pueda tener Sunday Assembly: es él
quien dirige esta red de congregaciones seculares alrededor del mundo, quien
visita país tras país para asesorarlas. Hijo de escoceses que vivieron por toda
Europa por motivos laborales, Jones define su educación religiosa como “la
clásica de un cristiano reticente”. Hoy se considera plenamente ateo. “Fui
educado en colegios confesionales, donde nos obligaban a ir a misa cinco veces
a la semana. Siempre me gustó cantar, escuchar los discursos y sentir que
pertenecía a una comunidad. El único problema era que no creía en Dios”,
ironiza. Hacia los nueve años empezó a tener serias dudas sobre su existencia,
siguiendo las enseñanzas de un profesor de Ciencias Naturales que no dudó en
hablarle del evolucionismo. “Un año más tarde, mi madre falleció. Eso me
obligó, desde una edad muy temprana, a familiarizarme con conceptos tan
intensos como la vida y la muerte. En lugar de empujarme hacia la amargura, la
muerte de mi madre me hizo apreciar más el hecho de estar vivo. Desde entonces
siento gratitud y deleite. Supongo que eso es lo que me ha traído hasta aquí”,
relata.
Jones creó esta organización tras entender que no era el
único en su situación. A su alrededor, empezó a detectar a otros jóvenes que
habían renegado de su educación religiosa, descontentos con la postura
ideológica de su Iglesia o sintiéndose incapaces de creer en las historias
bíblicas. O bien educados en el más estricto ateísmo, pero experimentando una
inquietud espiritual para la que no disponían de palabras y, todavía menos, de
espacios de expresión. Para todas esas personas nació Sunday Assembly. “En la
sociedad occidental, las Iglesias han perdido peso o incluso han desaparecido,
pero no hay nada que haya ocupado su lugar. Alguien tenía que llenar ese
hueco”, asegura Jones, subrayando el efecto positivo que la organización ejerce
sobre sus feligreses. Según un sondeo reciente, realizado entre 350 personas,
un 87% de los participantes se sentían “más felices” desde que empezaron a
sumarse a sus actividades. La iglesia se financia a través de donaciones y
campañas decrowdfunding. La primera, iniciada en 2013, pretendía recoger
medio millón de libras (unos 700.000 euros). Fue un fracaso: se quedaron quince
veces por debajo. Pese a no precisar las cifras con las que trabajan, sus
responsables aseguran contar hoy con el suficiente presupuesto para asegurar su
funcionamiento durante dos años más. Además, al final de cada reunión se
realiza una colecta. También en eso se parecen a una iglesia tradicional.
Sanderson Jones, cómic y publicista de 33 años, fundó Sunday
Assembly hace dos años en la capital británica. / NICK BALLON
Estas asambleas dominicales se inspiran en el modelo
propuesto por algunas Iglesias del sur de Estados Unidos, donde no importa
tanto la fe religiosa sino el vínculo invisible que une a sus integrantes. “A
diferencia de lo que suele suceder en Europa, muchos estadounidenses guardan un
buen recuerdo de la Iglesia en la que crecieron, incluso si han dejado de ser
creyentes”, afirma Jones.
“La recuerdan como el lugar donde fueron a los boy
scouts o jugaron en la liga de fútbol, donde conocieron a su esposa o
dejaron a cargo a su abuela cuando enfermó. El sentido de comunidad está mucho
más marcado allí que aquí”, asevera. Tal vez no por casualidad, la organización
se expande estos días a ritmo veloz al otro lado del Atlántico. Incluso en
lugares como el Bible Belt, ese “cinturón bíblico” que va de
Virginia a Texas. A día de hoy, la mitad de congregaciones de Sunday Assembly
se encuentran en territorio estadounidense, donde los índices de ateísmo no han
dejado de crecer en los últimos años. Según un informe que la National Science
Foundation publicó en marzo, el país habría perdido 7,5 millones de creyentes
desde 2012. Otro estudio, conducido por el Pew Research Center y publicado en
mayo, señala que los no religiosos ya son más numerosos que los católicos
(hasta ahora, primer grupo en número de fieles). Los primeros suman un 23%,
siete puntos más que en 2007, frente a un 21% de católicos, tres puntos menos
que entonces. En Reino Unido, las cifras también demuestran una involución de
creyentes: según un sondeo de YouGov para The Times, el 33% de los
británicos no creen en Dios, un punto por encima de los que sí lo hacen. Un 20%
adicional dice contemplar una fuerza espiritual a la que no denomina con ese
nombre.
Pese a que su alcance es todavía minoritario, Sunday Assembly
aspira a erigirse en alternativa para esos cientos de miles de descreídos.
Intenta convencerlos con un eslogan tan seductor como consensual: “Vive mejor.
Ayuda a menudo. Asómbrate más”. En el arranque de esta misa aconfesional, entre
las cuatro paredes del Conway Hall, logramos identificar algunos perfiles. Por
ejemplo, a Stanley, un estudiante de 24 años peinado con rastas, a quien Jones
ha encargado que reparta octavillas en la entrada. “Es mi primera vez. Un amigo
me comentó el proyecto y me pareció interesante. Nunca había oído hablar de
nada parecido”, explica el joven. En la sala está sentada Katie, estadounidense
que trabaja en una agencia de publicidad londinense desde hace siete años. Fue
educada en el luteranismo y sigue yendo a la iglesia de vez en cuando, aunque
lo considera “compatible” con su pertenencia a esta congregación secular.
“Vengo a escuchar las conferencias. En las otras iglesias no nos hablan de cómo
controlar tu propia huella de carbono”, afirma. Unas filas más allá, Hildegarde,
profesora de teatro jubilada, relata cómo descubrió que no era creyente
mientras estudiaba en un colegio de monjas. “No dejaba de hacerles preguntas,
porque no entendía cómo podían ser ciertas las historias que me contaban. Hasta
que, una de las hermanas, harta de mis dudas sobre la existencia de Dios, se
cansó y me gritó: ‘¡Es un misterio!”, recuerda. Ese día perdió la fe por
siempre jamás. “Pero a veces echo de menos la liturgia, la ceremonia y la
pertenencia a una comunidad. Por eso he empezado a venir aquí”, explica. En la
última fila se presenta Haleema, médico de 41 años de origen paquistaní, que
escucha con atención junto a sus tres hijas. “Es una buena manera de terminar
la semana: ocupándose de uno mismo durante unas cuantas horas”, sostiene. “Yo fui
educada en el islam, pero siempre creí que las historias que me contaban no
tenían sentido y nunca me sentí cómoda con el dogma. Mejor estar aquí que en
una mezquita. Por lo menos, es más divertido”.
A veces echo de menos la
liturgia, la ceremonia, la pertenencia a una comunidad. Por eso vengo aquí”
Hildegarde, profesora de teatro jubilada
Hay quien ha vinculado el movimiento al libro Religión para ateos, un ensayo del filósofo Alain de
Botton, que proponía adaptar algunos principios eclesiásticos a la vida laica y
secular. “Incluso si una religión no es cierta, ¿no podemos quedarnos con los
mejores pedazos?”, rezaba la campaña promocional del libro cuando fue publicado
en 2012. “La presente obra parte de la premisa de que se puede estar
comprometido con el ateísmo y aun así creer que, esporádicamente, las
religiones son útiles, interesantes y consoladoras, y sentir curiosidad
suficiente por la posibilidad de importar algunas de sus prácticas e ideas a la
esfera secular”, escribió el autor. De Botton planteaba organizar grandes
ágapes en grupo, creando restaurantes donde sería obligatorio sentarse junto a
un extraño para entablar conversación. O bien reintroducir la moral en el
discurso artístico, practicar “ejercicios mentales” y hasta erigir un gran
templo ateo de 46 metros de altura en el centro de Londres. ¿Fueron esas líneas
las que inspiraron a Jones para crear Sunday Assembly? El fundador lo desmiente:
“Ya habíamos tenido la idea antes que él. Pero es verdad que la publicación de
ese libro me impulsó a actuar de una vez por todas. Me dije que, si no lo hacía
yo, alguien me acabaría robando la idea”, reconoce. De Botton, por su parte,
creó The School of Life, una institución educativa que oferta cursos de
desarrollo personal y propone arengas laicas en el mismo lugar donde se
celebran las reuniones de esta asamblea dominical.
A ratos, esta iglesia sui generis será
incomprendida o ridiculizada, pero sus adeptos no dejan de multiplicarse. En
septiembre pasado, una treintena de ciudades distintas se sumaron a la vez a
este incipiente movimiento. Una agencia de referencia en cuanto a tendencias de
consumo como JWTIntelligence ya había agregado el término godless
congregations (“congregaciones sin Dios”) a su lista de 100 palabras
clave para 2014. En los Países Bajos, por ejemplo, cuatro localidades crearon
sus propias iglesias laicas: Ámsterdam, Róterdam, Utrecht y Apeldoorn. Uno de
sus impulsores fue Jan Willem van der Straten, un joven de 25 años y frondosa
barba dehipster que nos recibe sentado frente a un capuchino en un
bar de De Pijp, otro barrio bohemio con pasado proletario al sur de Ámsterdam.
Estudiante de Teología y Comunicación especializado en la naturaleza del
secularismo, trabajó unos meses como voluntario al lado de Jones y Evans, antes
de regresar a su país para supervisar la creación de estas cuatro delegaciones.
“Crecí en una familia no creyente, donde la religión no tenía ningún papel. Fue
a los 13 años, al descubrir a un predicador en la televisión, cuando empecé a
considerar este tipo de nociones”, relata. Van der Straten será uno de los
escasos dirigentes del movimiento que no se defina como ateo. Dice acudir a
otras Iglesias –como Hillsong, evangélica y presente en 14 ciudades del mundo,
que moderniza los cantos religiosos y los convierte en éxitos pop– y sostiene
que Sunday Assembly no rechaza a nadie por sus creencias. En España no existe,
de momento, ninguna sucursal de esta congregación, pese a que Van der Straten
asegure que ha recibido mensajes de interesados en crear una. Tampoco las hay
en Italia, Portugal o Grecia.
Público asistente a una misa laica. / NICK BALLON
Actualmente
se redactan tres tesis doctorales sobre el fenómeno protagonizado por Sunday
Assembly. Una de ellas es obra de la teóloga Katie Scholarios, de la Universidad de Aberdeen. “Sus creadores han estado
obviamente influidos por el formato de la misa y se han inspirado en Iglesias
cristianas”, afirma. “Sunday Assembly demuestra que, pese a las apariencias,
existe un nivel subyacente de respeto a la fe en nuestras sociedades, aunque
sean cada vez más seculares. Por ejemplo, este movimiento se muestra más
respetuoso que provocador. El aumento del secularismo no implica necesariamente
un descrédito o un menor respeto de las Iglesias”.
Van der Straten está parcialmente de acuerdo. “Más que de iglesia atea, habría que hablar de un movimiento secular al que todo el mundo es bienvenido. Solo somos una congregación que celebra la vida”, asegura. Pero el debate sobre quién puede formar parte de esta asamblea dominical y quién no ya ha provocado el primer cisma de esta organización: una parte de la delegación neoyorquina decidió escindirse de Sunday Assembly para crear Godless Revival, un grupo más estrictamente enmarcado en el ateísmo, al considerar que la propuesta de Jones se acercaba demasiado a la liturgia católica y era excesivamente tolerante respecto a los creyentes que deseaban asistir a estas misas ficticias. No son las únicas críticas que esta iglesia artificial ha escuchado. La editorialista Sadhbh Walshe los calificó de “chiste” en The Guardian. “Tienen todo el derecho a formar congregaciones y reunirse con gente que se parece a ellos, a compartir abrazos y planear cómo hacer el bien, pero no tienen derecho a apropiarse del ateísmo para su causa”, denunció. En el otro lado del espectro, el diputado norirlandés William McCrea, reverendo de la Iglesia presbiteriana, se dijo “preocupado” por la iniciativa cuando Sunday Assembly abrió una delegación en Belfast. “Puede que esta gente rechace a Dios, pero un día descubrirán que también proceden del Creador”, afirmó. En Estados Unidos, el abogado Doug Berger, conocido por su defensa del secularismo, los llamó “insípidos”, mientras que el bloguero Michael Luciano tildó a la iglesia de “ingenua” y “fatua”. En las redes sociales, algunas voces se han levantado contra su obsesión por las donaciones.
Para Niki
Bosemberg, colombiana de 26 años, no deben existir límites. “Siempre y cuando
no se hable de religión en la sala”, puntualiza. Llegó a París hace año y medio
para trabajar como au pair, y se prepara para cursar un máster de
traducción e interpretación. Es una de las fundadoras de esta asamblea
dominical en la capital francesa, donde las primeras reuniones empezaron el
pasado otoño. “Me educaron en el ateísmo, pero de mayor me volví espiritual”,
explica. “Comparto valores con la Iglesia católica, como el amor al prójimo,
pero nunca podría participar en ella. Me disgusta su dogma y su corrupción”. La
delegación parisiense se reúne una vez al mes en la Casa de Japón, una pagoda
ubicada en la Ciudad Universitaria. Sus reuniones están menos concurridas que
en Londres, aunque no existan grandes diferencias en cuanto al programa. “La
única es que a los franceses les cuesta más levantarse a bailar”, sonríe
Bosemberg. Una de sus últimas invitadas fue Florence Servan-Schreiber, papisa
de la autoayuda en Francia. Ante un público formado por maridos arrastrados por
sus esposas y estudiantes resacosos de las residencias universitarias que
circundan el lugar, la conferenciante se presentó como una “profesora de la
felicidad” y dio consejos para “tonificar el nervio del amor”, a través de
“estímulos positivos” y “espirales virtuosas”. En un momento dado, pareció que
el canto de los pájaros se escuchara desde el jardín. Aunque resonaba con tanta
perfección en el interior de esta pagoda parisiense que no quedó del todo claro
si, en realidad, era solo un sonido enlatado.
(vía elpais.com)
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