A Daniel Dennett (Boston, 1942) le gusta
parecerse a Charles Darwin. Este filósofo evolucionista ha dedicado toda su
vida a pensar por qué somos como somos y por qué pensamos como pensamos. Su
trabajo ha recibido numerosos galardones que lo han situado como uno de los
filósofos de la ciencia contemporáneos con más influencia internacional. Pero
si le dan a escoger, prefiere colarse en una charla de ciencia que en una de
filosofía.
SINC / Núria Jar
Daniel
Dennet, catedrático de filosofía y director del Centro de Estudios Cognitivos
de la Universidad de Tufts (EE UU), es uno de los filósofos de la ciencia más
destacados en el ámbito de las ciencias cognitivas. En esta entrevista con
Sinc, desgrana sus ideas sobre sobre la conciencia, la intencionalidad, la religión
y la moral.
Muchas veces le preguntan sobre el significado
de la vida. ¿Por qué responde que el secreto está en encontrar algo más
importante que uno mismo y dedicarse a ello?
Hay
personas que desconocen el sentido de la vida. Podría ser porque están
demasiado centradas en ellas mismas y son egoístas. Es obvio que la manera de
ser feliz y tener una buena vida es ayudar en algo. Lo que sea. Algo bueno.
Traer algo de bondad al mundo te hará feliz a ti y a otros. Ya sea dedicándote
a la ciencia, salvando el medio ambiente o protegiendo cualquier cosa, la
arquitectura o los peces. Siempre hay un montón de cosas que hacer y que son
necesarias. ¡Vaya y haga alguna!
Existe gente que dedica toda su vida
a una causa y se focalizan tanto en ella que otras pasan a segundo plano, como
tener hijos. ¿Por qué no todos los humanos cumplimos con nuestro propósito
biológico?
Somos la
única especie que tiene una perspectiva que no empieza ni termina con tener
hijos. En otros animales la reproducción es la máxima. Lo que hacen está
condicionado por eso y luchan por oportunidades de apareamiento. Todos los
animales se esfuerzan para reproducirse. Por supuesto que nosotros también
tenemos esos impulsos en nuestros genes. No estaríamos aquí si no los
tuviésemos. Pero debido a que tenemos lenguaje y cultura contamos con otra
perspectiva. Hay otras cosas aparte de la descendencia por las que vale la pena
trabajar, morir, o vivir: la justicia, la verdad, el arte, la belleza, la
religión, el comunismo… Lo que sea.
Somos la única especie que tiene causas. Algunas pueden ser absurdas o
erróneas, pero es el precio de ser humano.
En su caso ha dedicado toda su vida a la
filosofía. Como pensador evolucionista viaja por todo el mundo dando charlas
sobre Charles Darwin. De hecho se parece bastante a él…
Es más bien
por accidente. Tengo barba desde el año 1967, por lo que no me parezco a Darwin
hasta hace relativamente poco. Hubo una época en la que me parecía a Rasputín.
Así que no lo hice a propósito, aunque estoy contento de parecerme a Darwin.
Usted convive con filósofos y
científicos. ¿Cómo combina los dos mundos?
No todos
mis amigos son académicos, pero muchos de mis mejores amigos son científicos.
He aprendido mucho de ellos. Después de dedicarme unos 30 años a la filosofía
no creo que haya mucho más que aprender de mis colegas. Claro que siempre hay
algo más pero no me interesa tanto como la ciencia. Si me dieran a escoger
entre una charla de ciencia o filosofía, preferiría ir a una conferencia de un
científico porque aprendería algo que antes no sabía, algo que también pasa con
la filosofía pero en contadas ocasiones.
La ciencia y la filosofía aún se preguntan si
los seres humanos tenemos libre albedrío. Usted mismo lleva años pensando sobre
ello.
Durante
miles de años mucha gente ha pensado que el libre albedrío depende del
determinismo, como si se tratara de una flojera de la física. Opino que es un
error, porque no importa si el determinismo o el indeterminismo son ciertos. En
realidad lo que queremos es tomar decisiones causadas por nuestras razones,
basadas en lo que hemos aprendido. Lo último que queremos es que la naturaleza
juegue a los dados o a la ruleta rusa mientras nosotros actuamos. Si hago algo
quiero que esté causado por mi intención, se deba a mi deliberación y que a su
vez esté causada por las pruebas fácticas que haya recolectado. No quiero que
la aleatoriedad intervenga en este proceso.
¿Y cuándo debemos dejar de pensar?
A veces
simplemente hay que dejar de pensar y actuar. Yo no quiero ser como Hamlet que
piensa todo el rato. Una decisión es como lanzar una moneda: tengo que dejar de
reflexionar y actuar. Hay momentos en los que todos corremos riesgos, hablamos
de boquilla y esperamos estar en lo certero. Esta es la única aleatoriedad que
necesitamos en nuestro comportamiento, y no se trata de una ausencia de
determinismo sino de dejar al cerebro que decida por ti cuando no tienes un
motivo concreto. Todas mis decisiones son producto de mi cerebro, todo es
biología porque todo pasa en mi mente.
¿Cómo encaja la competencia moral en todo esto?
Si mi
cerebro funciona bien entonces soy moralmente competente, y aquí es donde se
encuentra el libre albedrío. Tomaré buenas decisiones sin obsesiones, fobias o
cualquier otra cosa que me inhabilite. Hay muchas maneras en que mi cerebro es
menos aceptable como sistema de control, si alguna de ellas me afecta no tendré
libre albedrío.
Usted ha hablado mucho sobre religión. ¿Cómo
influyen las creencias en la competencia moral?
No tienen
nada que ver. La competencia moral es un ideal, algo así como las buenas
prácticas. Mucha gente llega a ellas a través de la religión, que solo es una
contingencia. Después de todo, la moral actual es bastante diferente de la
moral del Antiguo Testamento, nadie quiere vivir como hace miles de años.
Encontramos ofensiva la esclavitud, por ejemplo. La religión no es el motor de
la moral sino el freno que ha ralentizado su desarrollo. Aunque se actualiza
poco a poco, casi hemos convencido a los católicos de que no hay ningún
problema con la homosexualidad. Ellos no nos guían, nos siguen. Y esto pasa con
todas las religiones.
¿Es optimista respecto al futuro?
Lo soy. El
mundo es mucho mejor y un sitio más moral en este siglo que a principios del
siglo XX. Creo que progresamos. Pienso que el mundo es más seguro y menos
violento, aunque todavía podemos hacer mucho daño.
(vía ibercampus.es)
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