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sábado, 24 de diciembre de 2011

El ateo como moralista

Por Michael Gerson

Christopher Hitchens, ya sin pelo como consecuencia del tratamiento oncológico que está recibiendo, muestra un desdén especial por las conversiones religiosas en el lecho de muerte. Ha criticado las presiones de última hora que sufrió Tom Paine para abrazar el cristianismo y los maliciosos rumores que siguieron a la muerte de Charles Darwin.

"He pensado mucho en esto", decía; pero la idea de ser "presa del pánico" no es motivo para "abandonar los principios de toda una vida".

Esas declaraciones las hizo en un acto celebrado por el Pew Forum on Religion and Public Life, en el que compareció junto a su hermano Peter, cristiano. Sus argumentos sobre los riesgos políticos de la religión fueron sustanciosos. En Turquía o Rusia, advertía, la expresión "de filiación religiosa" no augura nada bueno. En Irán o Irak, que hubiera un gobernante "laico" sería motivo de celebración. A menudo, la alianza entre la fe y el poder es una maldición.

Ahora bien, Hitchens pierde fuelle a la hora de hablar del desafío personal y ético que representa el ateísmo. Por supuesto que podemos ser buenos sin Dios, pero ¿por qué demonios molestarse? Si no hay límites morales excepto los que nos impongamos, ¿por qué no modificarlos una y otra vez, en función de nuestros intereses? Hitchens elude estas inquietudes en lugar de darles respuesta: puesto que todos los códigos morales contienen excepciones y complicaciones, vino a decir, todas las elecciones morales son relativas. Su hermano entonces le replicó que, en los viajes, las cosas se complican cuando la brújula se vuelve loca.

La mejor respuesta que podría ofrecer Hitchens a este reparo ético sería... él mismo, que no deja de ser una suerte de refutación viviente, un ateo que a la vez es un moralista.

Sus posiciones políticas se han caracterizado por el odio a los matones: Kim Jong Il, Sadam Husein, los mulás iraníes...; el afecto se lo guarda para los oprimidos, ya sean kurdos o el escritor Salman Rushdie. Los sueños de los totalitarios son sus pesadillas; aquello que W. H. Auden describió así: "Un millón de ojos, un millón de botas en formación / sin expresión, esperando la señal". Hasta su oposición a Dios parece no tanto un argumento teológico como una revuelta contra la tiranía celestial.

Todo ese vigor, esa pasión parecería requerir de la ley moral, incluso de la ley divina. Sin ella(s), Hitchens suscita rabia, simpatía o solidaridad.

En el tramo corto, el implacable polemista se muestra amable con gente a la que fácilmente podría humillar –categoría en la que entramos la mayoría de nosotros–. El feroz crítico del cristianismo acepta y busca la compañía de cristianos. El entusiasmo y la vitalidad de Hitchens harían sentir mal a muchos creyentes que conozco; creyentes para los cuales la religión se ha convertido en un sucedáneo exangüe de la vida. "El hombre plenamente vivo es la gloria de Dios", dijo San Ireneo. A Hitchens le repateará la cita, pero él la confirma.

La trayectoria, el carácter, la enfermedad de Hitchens han tenido una consecuencia inesperada, sobre todo –sospecho– para el propio Hitchens. Su desprecio por el cristianismo y su aversión al islam aún pueden ofendernos, pero admiramos su vitalidad irreemplazable.

Hitchens ya ha recibido el encargo más sorprendente, un viaje a lo que él mismo denominó en un artículo para Vanity Fair "el país enfermo". Su crónica es cruda, honesta, impresionante. Da cuenta de la "punzante sensación" que siente de ser "un desecho", así como de su pérdida de vello corporal, vello que "una vez fue popular en dos continentes".

"A la estúpida pregunta '¿Por qué yo?', pocas veces el Universo se molesta en responder: '¿Por qué no?'". Él es, en cierto modo, un testigo particularmente solvente y claro, inmune al sentimentalismo, a las ilusiones reconfortantes, a espejismos que yo tengo por verdades. Es como ver a alguien emprender el ascenso al Everest con sólo un abrelatas y unos bastoncillos de algodón. Hay honor en el intento.

Cuanto más se prolongue el encargo, mejor para todos.

En el Pew Forum, a Christopher se le hizo una pregunta algo gamberra: ¿qué lección positiva ha aprendido del cristianismo? A lo que él respondió, con gran seriedad: la naturaleza transitoria y efímera del poder y de todo lo humano. Pero algunas cosas pueden durar más de lo que él imagina; por ejemplo, algunos exponentes de coraje, lealtad y convicción moral.

(vía revista.libertaddigital.com)

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