No es extraño ver en la historia incontables ejemplos de pueblos totalmente hipnotizados por sus creencias religiosas, atacando a otros pueblos, asesinando y estableciendo dictaduras sanguinarias; todo en nombre de Dios. El fundamentalismo religioso parece ser el más eficiente mecanismo para convertir en ejércitos de autómatas a seres humanos, que de otro modo serían individuos racionales con pleno uso de su libre albedrío. Pero las palabras ejércitos y autómatas son muy duras para ser usadas abiertamente en un método de control masivo que se basa en la obediencia, las religiones prefieren utilizar términos como ovejas, rebaños y pastores.
Un símbolo poderoso
La religión, inventada y manipulada por el hombre, se ha convertido en el mecanismo perfecto para privar al ser humano de su racionalidad e impedirle ver, por ejemplo, evidencias científicas sobre su origen y el del universo, para obligarlo a respetar, a ciegas, mandamientos, ritos y misterios, todo representado por poderosos símbolos capaces de aterrorizar hasta al más valiente de los mortales.
La Cruz es el más poderoso de esos símbolos para los católicos porque representa un instrumento de tortura que ningún ser humano puede resistir. Es morboso porque no refleja la resurrección de Jesús, sino su tortura, su agonía, y su muerte lenta. Tampoco fue inventado exclusivamente para ejecutar a Jesús, sino que era el método utilizado comúnmente por los romanos de esa época. Seguir utilizando ese símbolo en el siglo XXI es una decisión deliberada de amarrarnos a las atrocidades del pasado. Una tortura psicológica perpetrada por la Iglesia Católica contra todos nosotros, sus creyentes.
Es muy dañino y debiera ser ilegal como todos los otros abusos psicológicos, más aún cuando es de lesa humanidad.Para entender lo perverso y retrogrado del uso de ese símbolo hay que entender que si Jesús hubiese muerto por ejemplo en lo que ahora es Chile, durante la conquista española, el símbolo de las iglesias católicas, en lugar del de la crucifixión, sería el empalamiento, la enorme estaca plantada en el suelo y tajada en punta en la cual sentaron, entre otros, al líder mapuche Caupolicán, atravesándolo de lado a lado, y dejándolo expuesto al público para infundir terror.
Los comerciantes de símbolos religiosos se habrían hecho millonarios si Jesús hubiese muerto durante el período de la Santa Inquisición, porque los métodos de tortura y asesinato fueron incontables. Resulta espeluznante sólo ver las fotos de instrumentos como la jaula de Judas, el aplasta-cráneos o la pera vaginal que se introducía en hombres y mujeres para luego ser abierta por un mecanismo de grúa; pero, a juzgar por la morbosidad demostrada por los católicos, quizá el más popular hubiese sido la doncella de hierro, el sarcófago con estacas de acero en el interior de la tapa, donde los curas metían vivos a los “infieles” y cerraban la puerta a presión.
Los cuatro caballos
Si Jesús hubiese muerto en los Andes durante la conquista Española, el símbolo sería quizá la silla con la cuerda en el cuello y el garrote por detrás del respaldar, con el que estrangulaban a los indígenas dándole vueltas al garrote. O quizá adorarían a los cuatro caballos con los que desmembraron a Túpac Katari, también en público para infundir el terror y la obediencia al símbolo de la Cruz.
Pido disculpas al lector por tener que mencionar tanta crueldad, pero ésa es la verdad histórica de lo que significan los métodos de ejecución que han sido utilizados por los imperios con la complicidad de la religión. El problema se complica cuando los políticos conservadores, en su desesperación por la pérdida de poder e influencia, recurren a la religión como último recurso para intimidar al pueblo indígena que fue torturado y sometido con la espada y la Cruz. Tanto fue el terror que los conquistadores le infundieron al indígena utilizando a la Cruz como símbolo, que ahora debiera ser un crimen de lesa humanidad el hecho de que se siga haciendo uso de esas viejas programaciones de las cuales el indígena boliviano no ha podido liberarse.
Miedo a la Santa Cruz
Allá por el año 2003, cuando la oligarquía cruceña defendía aún a Sánchez de Lozada, y un grupo de indígenas oriundos del altiplano marchaba pacíficamente hacia Santa Cruz para protestar, los industriales cañeros se aprestaban al enfrentamiento cuando a alguna mente “brillante” se le ocurrió recordar el trauma de la conquista española. “No se olviden que el indio le tiene miedo a la Cruz”, dijo y solucionaron el problema de una forma simple. Hicieron una Cruz grande y la plantaron en mitad del camino.
Como era de noche, y la oscuridad es buena para exacerbar los misterios, pusieron dos antorchas a los costados de la Cruz y pintaron frente a ella una línea blanca de cal cruzando la carretera. Como habían predicho, los indígenas del occidente se impresionaron tanto que no se atrevieron a pasar a “la tierra de la Santa Cruz.” La anécdota la recuerdan claramente los políticos cruceños, y la aplican constantemente abusando descaradamente del miedo generalizado que se le tiene a Dios y al poder de la Iglesia.
Cuando el gobernador Rubén Costas visitó al presidente Evo Morales en el Palacio de Gobierno y vio el famoso retrato del Che Guevara en la entrada del despacho, decidió retribuirle la gentileza al presidente y lo invitó a su Gobernación para sentarlo y sacarle fotos frente a un enorme retrato de Jesús. Lo que olvidó el gobernador Costas fue que el Che era un político antiimperialista, por lo cual tiene lógica la identificación política de Morales con su ideología. Aparentemente, la derecha boliviana carece tanto de argumentos económicos o políticos, que ya mete la mano hasta en las viejas programaciones religiosas de los católicos para manipular la voluntad de su pueblo, al cual considera, aparentemente, poco más que un rebaño de ovejas.
Un escudo para el camino
Con la IX Marcha de la Cidob sucedió lo mismo porque también coinciden las circunstancias adversas de aceptación. En este caso se ha comprobado que sus líderes no representan ya a nadie, que han sido desconocidos por 9 de las 12 comunidades del Tipnis: unos por traidores al haber hecho acuerdos políticos con la derecha que históricamente los abusó, otros por negociados con industriales madereros, con exportadores de cueros exóticos, agencias extranjeras de turismo de aventura, y hasta con casinos de juego. Ahora, cuando carecen de argumentos, de racionalidad y de apoyo popular, necesitan que impere lo contrario de la racionalidad, algo como la fe para que el pueblo los siga por obediencia. Es en ese momento que aparece convenientemente la Iglesia Católica metiendo a Dios en la política partidista y, entre otras cosas, bendiciéndole a la IX Marcha los símbolos de la Cruz y de la Virgen para que los lleven como estandarte o mejor dicho como escudo y no sean resistidos en el camino.
Es así cómo una vez más la Cruz defiende los intereses políticos del imperialismo, que trata de mantener aisladas a todas esas comunidades por la simple razón de que el indígena es por naturaleza antiimperialista. La hábil maniobra mediática del uso político de los símbolos religiosos le funcionó a la IX Marcha porque a pesar de lo obvio de su impostura fue respetada en todo el territorio nacional. Es que el indígena boliviano sigue padeciendo de los condicionamientos mentales implantados por la tortura de la conquista, por el robo de su identidad libre y guerrera, y por la aberrante aculturación que sufrió para ser insertado en una sociedad que lo esclavizó, obligándolo a someterse a obediencia por mandato de la Cruz.
Creo que las autoridades eclesiásticas han cometido un crimen histórico contra el indígena boliviano, que le deben por lo menos una disculpa pública por lo hecho en el pasado, pero creo también que en el presente siguen cometiendo un crimen al utilizar esas traumáticas programaciones para seguir manipulando la voluntad del indígena a favor de la derecha internacional y los intereses del saqueo, lo cual significa someter nuevamente al indígena a apoyar intereses foráneos contrarios a los propios.
Al margen de que Dios exista, como dice la Biblia, o que no haya evidencia alguna de su existencia ni de que ésta sea necesaria para explicar la vida, como dice la ciencia, algo en lo que todos podemos coincidir es en que la religión creada por el hombre ha sido sangrienta, inhumana y cruel. Que su complicidad con regímenes totalitarios ha sido vergonzosa, y que eso ya no se puede tolerar. La religión, si quiere ubicarse para seguir existiendo en esta época de liberación del conocimiento, debiera dejar de corromperse con intervenciones políticas, limitándose a los asuntos del espíritu, para dejarle “al César lo que es del César”.
(vía fmbolivia.net)
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