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miércoles, 14 de noviembre de 2012

El permiso paterno para seguir creyendo

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También la Psicología ha sufrido la intromisión de personajes, "pseudocientíficos", que han escrito artículos, capítulos o tratados bajo el dictado de sus propias creencias. El tufo a-científico ha tirado para atrás precisamente cuando han hendido con el bisturí de su curiosidad científica en la "psicología de la religión" o en la relación de la Psicología con la Religión.

No sorprende y hasta es normal que cualquiera pueda relacionar psicología con religión. Lo que sorprende es que haya tratadistas pretendidamente científicos que, para estudiar el hecho religioso bajo el prisma científico de la Psicología, tengan que “pedir permiso” a sus creencias.

Lo que otrora pasó con las ciencias cosmológicas, tan ligadas al "impulso y a la necesidad de creer", o a la biología, hoy sucede con la Psicología, la daga más afilada que ha hundido su punta y su filo en la credulidad. De ahí que haya tanto panegirista de lo religioso diciendo que no hay oposición entre... y entre... Es más, llegan a afirmar sin rubor que el sentimiento religioso es "connatural" al hombre. Y esto, la verdad, no lo puede tragar cualquier licenciado en Psicología.

La conclusión a la que llegan es que, entre tirar a la basura sus credos o salvar los trastos como sea, pasando por encima del método científico, optan por el segundo camino.

Entiéndase como se quiera este permiso pero la Psicología de la Religión también depende del “nihil obstat” de la propia credulidad. Y todo lo que surge de su caletre no es otra cosa que Antropología fenemenológica del hecho religioso. Es decir, dejar constancia de "la normalidad del creer". Es decir, constatar que hay personas que creen: a partir de ahí, estudios sobre el cómo, cuándo y a veces porqué.

Hoy día los tratados serios --que rara vez, por cierto, hincan el diente en aspectos de credulidad-- vienen a decir del nacer y crecer del sentimiento religioso que las creencias, como sentimiento y asentimiento, pasan por etapas evolutivas bien definidas acordes con el proceso de maduración, aculturación y socialización de la persona:

--la oración del niño de pocos años imita los modos maternos sin contenido alguno simbólico;

--se da también otra etapa infantil de “credulidad mágica” donde no hay diferencia alguna entre creer en hadas, brujas, dioses o santos;

--la adolescencia identifica religión a normas morales según una visión autoritaria de la vida;

--en la juventud irrumpe con fuerza el idealismo, sea del signo que sea: si el influjo materno ha sido muy fuerte o si la relación con el grupo creyente sigue siendo estrecha, quizá continúe creyendo, porque, a la vez que idealista, el joven es enormemente crítico.

--La deriva puede durar muchos años y llegar incluso a la vejez, dependiendo de muchísimos factores.

Es sintomático, por otra parte, que sean tan poco conocidos, valorados y admitidos los teólogos dentro del campo de la Psicología, teniendo tantísimos campos en común.

(vía blogs.periodistadigital.com)

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