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lunes, 15 de diciembre de 2014

La religión, fruto y sustento de la ignorancia



Dirán que ellos son muy estudiosos, que tienen carrera universitaria y creen; hablarán de grandes pensadores y teólogos, de grandes tratadistas de la fe; esgrimirán grandes colecciones e ingentes bibliotecas; discutirán sobre la ontogénesis y filogénesis de los Evangelios, incluso de los ángeles... Dirán lo que quieran, pero la religión sólo crece en la tierra de la incultura y con el abono de la ignorancia.
Sus “sabios” girando siempre en torno a la misma noria; el suelo, millonario en fieles y milenario en años, enlosado por gentes sin cultura. Los "sabios", dando de comer al hambriento... con viento.
¡Con qué razón dicen hoy que el futuro de la Iglesia está en África! ¿No se preguntan por qué huye con el rabo entre piernas de Europa? ¿O por qué no en América del Sur, con tantos años de cristianismo irredento que no ha logrado nada para esos pueblos más que miseria añadida y espaldarazo a dictadores? Y ven cómo en América se lanzan en los brazos taumatúrgicos de religiones sectarias con más "Espíritu Santo", es decir, con más jolgorio festivo e impregnadas de magia, ocultismo, sanaciones, adivinaciones y conjuros.
La religión es a la cultura y a la ciencia como la infancia es al desarrollo de la personalidad. En ambos terrenos surge propicia la credulidad: tanto en la religión como en la infancia los credos –los cuentos-- sirven a la imaginación, al desarrollo del sentimiento, al consuelo, a la visceralidad, a la emotividad... Tienen su vigencia y su porqué. Pero cuando son los niños los que quieren hacerse "mayores", hay "mayores" que prefieren seguir siendo niños. Para muchos es más cómodo. Pura Psicología.
Y no vengan con aquello de "si no os hiciereis como niños..." porque también es palabra de Dios eso otro de "cuando yo era niño, pensaba como niño...".
La religión es la infancia de los pueblos. Infancia que muchos postergan para que dure toda su vida. En muchos aspectos, su personalidad no ha crecido, ha seguido siendo “infante”, etimológicamente no ha llegado a hablar. Jamás se preguntarán por la verdad intrínseca de cualquiera de sus credos ni menos se atreverán a hacer palabra la idea.
A pesar de sus monumentales tratados y quizá escudándose en ellos, ignorancia, incluso buscada y de la que se glorían. De Santomásdeaquino es la frase “soy hombre de un solo libro”. Y se dedicó a marear la perdiz toda su vida. Por lo mismo, la razón que busca, que investiga, que discute, que se pregunta a sí misma... es la gran ramera, en palabras deMartín Lutero (“La razón es la ramera del diablo, que no sabe hacer más que calumniar y perjudicar cualquier cosa que Dios diga o haga”). “Sacrificamos el intelecto a Dios”, decía Ignacio de Loyola.
Curiosamente se trata del mismo intelecto, la misma razón, que les sirvió a ellos para desarrollar la Escolástica, desmenuzar y destripar las “grandes verdades” de la fe, inventar realidades novísimas (como se sabe, los "novísimos" son muerte, juicio, infierno y gloria) y seguir mamando de la teta de Universidades y Colegios. En esa dirección sí sirve la inteligencia; en la otra, en desmenuzar la fe hecha dogmas para tirarlos a la papelera, es condenable.
Hoy la fe está a la defensiva. Ya no puede aguantar en pie ni un segundo en su confrontación con el conocimiento, con la razón, con el sentido común. Por eso busca otros cobijos o emigra a otras tierras. Ese mismo Tomás de Aquino moriría de anoxia en nuestro mundo. Dígase lo mismo de otros ámbitos, por ejemplo del judaísmo: no hay humus para el cordobés emigrado a Egipto Maimónides ni para que florezcan tratados como su “Guía de perplejos”.
Y si éstos dos citados pasaban por ser “sabios” y junto a otros son los que permanecen en la memoria dado que permanecen sus escritos, nosotros que desde los seis años ya al menos sabemos leer no nos podemos hacer idea de la supina y abismal ignorancia en que vivía sumida la gran masa de población de esos tiempos. Ignorancia que llevaba consigo temores y terrores sobrevenidos o inducidos.
Pero hoy nos parecería criminal y digno de condena el hecho de que, de la ignorancia de esos “sabios”, surgieran valores, conceptos, preceptos y normas morales impuestos por la Iglesia como verdades axiomáticas. De conceptos falsos derivan necesariamente prácticas aberrantes.
La xenofobia de los judíos hacia otros pueblos hermanos se alimentó de frases como “...los pueblos turcos, negros y nómadas... su naturaleza es como la de las bestias privadas de habla” (Maimónides). Tomás de Aquino, aunque proclive también a la astrología, enseñó que en cada expermatozoide individual estaba contenido el núcleo de un ser humano. De tal verdad, la Iglesia prescribió el control de la natalidad, la continencia sexual, el no al aborto terapéutico y demás enseñanzas morales de la Iglesia.
El gran literato Agustín de Hipona, henchido de egocentrismo e ignorante compulsivo, entre muchísimas “enseñanzas” que por su verborrea quedaban confirmadas, fue el que inventó el famoso “limbo”, propiciando con ello los bautismos neonatales y cargándose la libertad de decisión del infante, pero a la vez introduciendo la angustia en millones de padres católicos por la suerte de sus hijos. ¿Y Lutero? ¿No conocemos de él el terror enfermizo hacia los demonios? ¿No decía que los enfermos mentales eran producto del diablo? ¿Y Mahoma, lo mismo que Jesús, no decía que por el desierto pululan espíritus malignos? Él los llamaba “djinns”.
Las citas podrían constituir toda una Summa Antropológica de Barbaridades Científicas. Barbaridades que no tendrían mayor importancia si no llevaran añadidas sus correspondientes dosis de doctrina moral... y obligación de entregar parte de la cosecha al clero.
Responden a un hecho bien simple: la humanidad ha pasado por periodos pre e históricos en los que nadie tenía la menor idea de lo que sucedía. De ese periodo es de donde surge la religión, mantenida por motivos de muy variada índole, entre los cuales seguimos encontrando el fundamental, LA IGNORANCIA.

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