Donde existe represión, existe depravación, y, a veces perversión pérfida e insana. El cristianismo lleva veinte siglos criminalizando la sexualidad humana, reprimiéndola, ensuciándola y difamándola
Coral Bravo
Donde
existe represión, existe depravación, y, a veces perversión pérfida e insana.
El cristianismo lleva veinte siglos criminalizando la sexualidad humana,
reprimiéndola, ensuciándola y difamándola. Para la dogmática católica la
sexualidad es pecado, para los demás, claro, excepto en su función reproductiva
y, por supuesto, en el sacrosanto matrimonio, que, como dios manda, encadena a
marido y mujer hasta que la muerte les separe, anulando la libertad afectiva de
las personas y monopolizando, de manera antinatural, la naturaleza humana. Y
digo para los demás porque la depravación repugnante en el ámbito sexual del
clero ha sido siempre y sigue siendo sistemática. No hay más que leer, por
ejemplo, Los Papas y el sexo, un trabajo de investigación del periodista
Eric Frattini, o Pederastia en la Iglesia católica, del periodista
y catedrático de Psicología Pepe Rodríguez.
En los
últimos días, y es cosa rara, porque estos asuntos suelen quedar relegados en
las sombra del veto y el oscurantismo, la prensa está haciéndose eco de un
asunto monstruoso y abominable, como tantos otros, en el seno de la comunidad
católica. Diez sacerdotes de Granada habían organizado desde hacía años una
agrupación, a todas luces un grupo sectario, donde se empleaban técnicas coercitivas
de manipulación, y en el que se llevaban a cabo prácticas demenciales de abuso
sexual de niños menores de edad. Captaban a los niños para entrenarlos como
monaguillos y, como en cualquier secta destructiva, se les empezaba a manipular
con un feroz adoctrinamiento. Alentaban a los niños y adolescentes a mantener
relaciones homosexuales como un modo de “purificación”, llegando a organizar
verdaderas orgías sexuales, que consumaban en varios pisos de lujo y un chalet
de alto standing. Y consiguieron hacerse con la herencia millonaria de una
anciana farmaceútica. En realidad, nada nuevo bajo el sol.
Los casos
de pederastia son algo más que habitual en el seno de la organización católica.
Al igual que el empleo de técnicas coercitivas de control mental, lo que
comúnmente llamamos lavado de cerebro. La captación de herencias es algo
habitual también: recordemos, por ejemplo, el final de Carlos V, quien,
encerrado a cal y canto en un cuarto del monasterio de Yuste, sobre el altar,
teniendo prohibido recibir visita alguna y escuchando diariamente como siete
misas diarias, todo ello para ganarse el cielo, acabó dejando medio imperio a
la santa Institución. Técnicamente un lavado de cerebro en toda regla.
Igualmente son sistemáticas, tras las bambalinas, por supuesto, la depravación
y la desviación sexual, lógicas en cualquier ámbito que anula y criminaliza la
función afectivo-sexual humana.
Y también
son frecuentes y sistemáticos en los adeptos a full times a la religión los
trastornos nerviosos y mentales consecuentes a años de adoctrinamiento, de
esclavismo, de fanatización y de coacción mental ¡Unos angelitos, vaya! Porque,
claro, como dios manda, este grupo de curas adictos al sexo con menores
mantenían un blog en Internet en el que difundían la importancia de la moral
cristiana.
Todos
recordamos otro caso que salió a la luz al ser desveladas las monstruosidades
sexuales que cometía el fundador y líder de la secta Legionarios de Cristo,
Marcial Maciel, colaborador directo y mano derecha del Papa Juan Pablo II,
quien estuvo desde los años 40 hasta finales de los 90 abusando sexualmente de
seminaristas, y de todo bicho viviente. Porque se sabe que tuvo al menos seis
hijos, que explotó económicamente a algunas de sus amantes mujeres, y que llegó
incluso, como ellos mismos denuncian, a abusar sexualmente de sus propios
hijos. Eso sí, amasó una inmensa fortuna. Un verdadero psicópata demente que
fue aclamado durante muchas décadas por miles de católicos como un ejemplo de
moral y de santidad.
Esta
institución y estos personajes son los mismos que bloquean, criminalizan y
estigmatizan el amor humano según sus inhumanos dogmas, que dicen que el sexo
es pecado mortal a no ser que se realice en el santo matrimonio y con el fin de
procrear, es decir, tres veces en la vida; que nos culpan, que nos asustan con
sus infiernos y fuegos eternos por pestañear, que proclaman que los
profilácticos son un invento de Satán, perpetuando enfermedades terribles y
legiones de niños hijos de la miseria. Son los mismos que imponen su artera
moral, sus arteros dogmas, su artero y desviado sentido de la vida. Son los que
nos alejan de la libertad, del conocimiento, de la inocencia, de la alegría, de
la verdadera espiritualidad que es el amor al mundo, el goce de la vida y el
respeto profundo hacia todos los seres que existen.
Falsedad
suprema y secular, denunciada desde siempre por literatos, pensadores, sabios y
filósofos de todos los tiempos, desde Demócrito a Molière, Fernando Vallejo o
Richard Dawkins, pasando por Cervantes, Quevedo, Voltaire, Clarín, Einstein,
Mark Twain, Isaac Asimov, Nietszche, Galdós, y tantos y tantos otros. Pero la
ignorancia, aun en el siglo XXI, parece perpetuarse, y miles de adeptos a la
superstición religiosa y a la sinrazón siguen sin enterarse. Porque, como dijo
Napoleón Bonaparte, la religión es una gran herramienta para tener a la gente
quieta, y como afirmó muy sabiamente el gran Bertrand Russell, es mucho más
fácil tener fe que ponerse a pensar. De ahí tanta estupidez y tanta barbarie.
Coral
Bravo es Doctora en Filología
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