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martes, 23 de diciembre de 2014

Y todo por una religión

Los centros de enseñanza han servido de refugio para los actores armados, entre ellos, guerrilleros y paramilitares. Recordemos, por ejemplo, que en el municipio de Valencia, en Córdoba, unos 80 niños estudian en la escuela Carlos Castaño, donde hasta hace poco una placa le rendía homenaje al comandante paramilitar, quien la construyó y la sostuvo por mucho tiempo.
Acaba de cometerse otro bárbaro atentado en Pakistán, donde depravados asesinos, en una demencia sin límites, segaron la vida de 132 niños. “Quiero que sientan el dolor”, fue la consigna del atentado, según lo expresaron en un comunicado los terroristas que lo ejecutaron. Lo llevaron a cabo en una escuela, por ser un símbolo del Estado, que representa la educación moderna occidental.
En agosto, en Siria, un ataque con gas mató a más de 400 niños. En Pakistán, los talibanes mediante una fatwa —o decreto religioso—, prohibieron la educación de menores. En los tres últimos años, un total de 839 escuelas fueron destruidas en una sola provincia. En Afganistán, por la persecución de los talibanes, en el 2001 no había una sola niña recibiendo educación formal. En consecuencia, para aprender a leer y a escribir, buscan métodos clandestinos.
Lo más triste del caso es que estos grupos terroristas están apoyados por un sector del ejército, por sacerdotes que día a día van a elevar oraciones a Dios, y como no es de extrañar, por políticos.
La persecución brutal al conocimiento viene de tiempo atrás. Filósofos como Ana Harent, Husser, Cassier, entre otros, huyeron de la cacería Nazi. La inquisición, patrocinada por la Iglesia católica, sí que nos dejó una huella de sangre y dolor, caracterizada por la quema de valiosos libros. Los representantes de la Iglesia ponían un sello que autorizaba que ese libro se podía leer.
La religión ha sido un instrumento de dominación ideológica en la sociedad pakistaní, en gran parte permeada por el radicalismo de los talibanes, que justifican sus actos con los cánones religiosos. La clásica doctrina del Islam es una monarquía universal bajo la soberanía de un califa, custodio de la unidad e integridad de la fe.
En muchos casos la religión ha patrocinado a los déspotas y dictadores, siendo el centro del poder para la dominación de los hombres. El silencio, por mucho tiempo, de la iglesia católica frente al Holocausto Nazi, es un ejemplo de cómo actúan esas fuerzas de poder. Antiguamente, incluso, el rey era la estrella polar alrededor de la cual giraban los astros; el hombre superior al cual la iglesia debía someterse.
Los talibanes promulgan leyes que prohíben a los niños ir a la escuela, como un precepto más dentro del camino acertado para ser musulmán. Malala, la niña merecedora del premio Nobel de Paz, recibió de un terrorista talibán un disparo en la cabeza, por defender el derecho de ir a la escuela.
Pakistán es uno de los países con más niños que no van a la escuela, tiene 80 millones de analfabetas, cerca del 43 por ciento de su población. Con el precepto de agradar a su dios, están acabando con toda una generación. “...queremos que sientan el dolor que hemos sentido”, dijo el portavoz talibán Mohamed Jorasani. La verdad es que sí, lograron su absurdo propósito: todos sentimos un dolor profundo al conocer el terrible asesinato de 132 niños. Y todo por una religión.

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